Thursday, August 31, 2006
Recién, cuando comentaba en emblogame, el blog de Ce*, descubrí que no es común no tener luz en el techo y usar lámpara(s) en su lugar. Yo no tengo luz en el techo y podría decirse que fue por decisión propia: decido que me da mucha paja (pereza) cambiar las tres lamparitas. Ustedes dirán pero qué pajero (perezoso). Podría ser cierto, si cambiar las lamparitas no requiriera varios movimientos que no voy a especificar aquí (además ya lo conté en el otro blog) y si la lámpara no quedara tan bien. Por ejemplo, en este momento, la lámpara ilumina el teclado, mis manos y el mouse: nada más indicado. Después, cuando me acuesto, la acerco a la cama para poder leer (tengo una sola lámpara y ni siquiera es la que le saqué la foto). Hace un ambiente más íntimo. Casi una compañera, se diría. Sí, la lámpara es una buena compañera. Ustedes porque no nos entienden. No los escuches querida. Son envidiosos. No te preocupes. Sí, todos envidiosos. Vení, apaguemos la luz.
- tuuuuuuuu
- Disculpen, este programa ha sido suspendido por razones ajenas a todo.
- Vuelvan a sus casas. Aquí no hay nada para ver.
- Sí, ha sido un terrible error.
Ayer por la tarde noche, acá en casa, tuvimos una chocolateada (el mejor chocolate del mundo, con canela, clavo de olor y pimienta). Vinieron amigos, tocaron la guitarra, interpretaron temas de Dani Umpi y jugamos al chancho. Creo que nunca me había reído tanto en mi vida. Todavía hoy siento los músculos de la cara y los abdominales cansados por lo que me reí ayer. Me acosté, dormí muy bien y me despierto en un jueves hermoso.
Creo que es un buen día para darle vida a mis personajes. Con algo de suerte, hoy resucitan dos novelas matosas.
Tuesday, August 29, 2006
Hoy volví a descubrir algo que se me olvida seguido: la única forma de darle vida a los personajes es entregarles la propia. Como me parezco mucho a mí mismo, me da la impresión de que volver a dar mi vida a un personaje nuevo es repetir el personaje. Esto hace que mi primera intención sea alejarme de lo que ya escribí, tratar de no repetirme. Entonces sucede que escribo mal. Sin alma. Al parecer una parte de nosotros existe en el repetirse, en girar la cucharita siempre en el mismo sentido, en agregar un poco más de albahaca a la salsa y buscar cada día la mujer de corazón imposible. Una forma de belleza duerme en esa repetición. Hay quienes lo llaman estilo.
Monday, August 28, 2006
Sunday, August 27, 2006
Allá, la puerta azul, dijo y toda su atención volvió al diario abierto en la sección de deportes que aguardaba entre pilas de diarios. Las revistas con mujeres desnudas retuvieron mi mirada por un segundo antes de comenzar a caminar los veinte metros que me faltaban para llegar a la casa del Escribano. Una puerta azul enmarcada por una pared azul, sin número y sin timbre. Llamé a la puerta y esperé. El sol hacía brillar un picaporte dorado. Volví a llamar. Contraje los músculos de la espalda y moví el cuello para hacer de sonar las articulaciones. Golpeé la puerta hasta que me dolieron los nudillos. Miré a los lados, hacia atrás, conté hasta diez y giré el picaporte. La puerta se abrió a un pasillo larguísimo. A lo lejos, un rectángulo de luz. Entré y cerré la puerta. Pensé que mis ojos se acostumbrarían a la oscuridad pero mientras avanzaba lo único que podía ver era la luz a lo lejos. De pronto, mi cabeza rozó el techo y con sólo estirar los brazos lograba tocar las dos paredes. El piso también parecía subir. Unos pasos más y tuve que andar encorvado hasta que sólo pude avanzar de rodillas. Cuando llegué al final del pasillo, mucho más corto de lo que suponía, me encontré en el interior de una caja blanca: al frente, lo que parecía una puerta. Comenzó a dolerme la espalda y supe que aquella noche me costaría dormir. Empujé con los dos brazos en espera de algún tipo de resistencia pero la puerta se abrió al tiempo que la luz blanca se apagaba. Gateé fuera de la caja, me puse de pie y miré aquel lugar: detrás de un mostrador pequeño, cientos de estantes de varios metros de altura repletos de libros de todos los tamaños. Ya lo atienden, dijo un hombre sentado a mi derecha. Los hombros contraídos y el cuerpo pequeño lo hacían parecer un niño. Otros tres asientos vacíos, una planta y la caja de donde había salido, que en realidad era una heladera pequeña, ocupaban la pared a mi espalda. Un tubo fluorescente se encendía y apagaba mientras el sonido a mosquitos en pleno vuelo invadía el lugar. Me senté lejos de aquel hombre, cerca de la planta que parecía un cactus. La tierra de la maceta estaba cuarteada y, de tan seca, dura como un puño apretado. ¿Cuándo le avisaron?, preguntó el hombrecito, las manos aprisionadas entre sus rodillas. Hace un par de meses, dije en un tono que esperaba sonara cortante. A mí, ayer mismo, pero no pude venir, dijo. Por mi madre, aclaró. Otro hombre surgió detrás del mostrador. Dejó caer tres libros enormes, como enciclopedias, que hicieron resonar durante varios segundos el mostrador. Acá tiene, firme estos papeles y listo, dijo mientras miraba a través de sus anteojos otro papel que parecía una factura. El hombrecito se puso de pie, firmó y se llevó a cuestas esos libros pesados. Señor, lo esperábamos, dijo el de anteojos, y no se preocupe, ya se le pasa el dolor de espaldas. Ya le explicaron, una vez entregado el paquete, no hay devoluciones, mientras decía esto ni siquiera me miraba sino que revisaba una lista y anotaba números en un cuaderno. Sí, me explicaron, dije. Bien, mientras busco lo suyo, lea el contrato. Miró una vez más la lista, el número anotado y los estantes que se repetían como espejos de peluquería. Sostuve el contrato sin leerlo. Cuando el hombre regresó con un libro pequeño y delgado, lo miré y quise hacerle una pregunta. Sí, es todo, algunos son más grandes que otros, fue todo lo que dijo. Ahora firme acá, su dedo señalaba la línea de puntos. Tomé la birome atada a un hilo y firmé. Abrí el libro y busqué entre sus páginas hasta encontrar abrís el libro y buscás entre las páginas hasta encontrar esta frase.
Saturday, August 26, 2006
Nunca me gustaron los payasos. Veo en ellos algo de macabro que me asusta. Pero hoy fue distinto. En el bondi, vi un payaso: arrastraba una tristeza que vencía sus piernas y su sonrisa. Durante todo el trayecto almagro, once, facultad de medicina, lo miré con atención (ahora sé que él sentía mi mirada). Me detuve en aquel sombrero verde, en su maquillaje blanco, en cada uno de los parches de colores y comprendí algo importante. Algo que todavía no sé poner en palabras. Sólo puedo escribir que es subterráneo, muscular; se siente en la panza.
Tal vez la foto logre lo que mi prosa se niega a hacer.
Dejo Felicidade de Vinicius, versión Vinicius, Toquinho y María Creuza. El tema logra transmitir algo de todo esto.
(estos brasileros me arrancan el alma)
Friday, August 25, 2006
Bueno, viejo, es así. Hay que joderse. Las mujeres nos destrozan el corazón y nosotros volvemos una y otra vez. Yo también miro por la ventana, para no revisar los meils ni buscar el teléfono. Yo también sueño que voy al mismo café de siempre para conformarme con verla sonreír de lejos. A veces da la impresión de que lo disfrutan, se regocijan en nuestro arrastrar que intenta ser decoroso, que trata de que nadie se dé cuenta. Y uno se dice: - Ya vas a ver. El sueño de una venganza que nos recompense con algo de dulzura, pero llegado el momento siempre nos comemos los mocos. Somos tan pollerudos que. Qué carajo. Que se jodan. ¿Quién las necesita?
- ...
- ...
(error ortográfico corregido tras comentario de paulenka)
Thursday, August 24, 2006
El otro día, cuando vi a la chica de ahí abajo, antes de darme cuenta de que me gustaba (sí, me toma tiempo darme cuenta de estas cosas) la miré durante unos minutos. Había algo extraño: tal vez la luz, algo de su pelo morocho, en su libro verde, toda aquella belleza, algo parecía fuera de lugar. La miré a través de la cámara, sin la cámara, hice zoom, me alejé, me moví y al fin me di cuenta. Esa chica estaba perfectamente en foco todo el tiempo y aunque tratara de fijar la vista en otra cosa, no lograba desenfocarla. Hay fotos en las que el foco está tan bien logrado que la figura parece despegarse de lo demás y salirse del fondo. Era así: hacía que todo lo demás quedara fuera de foco, en una neblina que poco importaba.
Después, cuando me senté a hablar con ella, a una pregunta mía (parte de la foto que poco importa) respondió con esta frase: - Soy platónica.
Wednesday, August 23, 2006
Estoy seguro que detrás de alguna todas esas puertas que nos cruzamos cada día existe algo maravilloso que jamás vamos a ver. Todo un universo que podría presentarse si sólo giráramos ese picaporte. El salto a un mundo de felicidad. O, mejor aun, la casa de una morocha hermosa que nos espera con mate y medialunas.
Por alguna razón creo que esa puerta tiene que estar en Once o en Constitución. Pero en esos barrios no da tratar de abrir puertas sin que nadie te haya invitado.
Sí, ya sé, todos sabemos estas cosas pero igual
Monday, August 21, 2006
Sunday, August 20, 2006
Ayer, mis amigos me convencieron para un cambio de estrategia. Que todo sea sí. ¿Sos boludo?, me dijeron. Claro, soy boludo. Ahora entiendo la teoría que sostiene la estrategia del sí. Hagamos una analogía con escribir. Si uno deja de escribir por pereza, porque hoy no, gracias o por esperar La historia que existe para cada uno, suceden dos cosas: la mano y el cerebro pierden entrenamiento, se achanchan, y al momento de encontrarte con La historia tal vez estás tan fuera de ritmo que la dejás pasar; otra cosa, si uno no escribe, la corriente necesaria para que los relatos lleguen no se genera, es como un estanque donde las aguas no se mueven y entonces aquella historia siempre estará flotando lejos de la orilla. Bien, estoy perdiendo el entrenamiento, de a poco la falta de timing y su sarcasmo de siempre me dan ganas de romper todo y extraño tanto el perfume de mujer que.
Claro, soy tan boludo, o el hijo de puta que hay en mí es taaaaan pillo, que decido esto cuando ya no existen oportunidades de decir sí. Entonces, mi cerebro, demasiado estúpido por ser domingo a la mañana, toma una resolución: vamos (mi cerebro y yo) a decirle a Andrea que, la próxima vez que se pelee con el novio, ella va a salir conmigo. No va a ser una relación de pareja, sólo el primer entrenamiento después de una larga inactividad.
-Shhhh. Sí, lo sé, lo sé. Pero silencio que tal vez yo no se dio cuenta.
A veces tengo la sensación de que alguien se divierte mucho conmigo. Loco, divertite con otra cosa, poné el discovery channel y dejá de romperme las pelotas.
Dejo Timing de Kevin Johansen.
Friday, August 18, 2006
Acabo de encontrar un cuento que escribí a los 21 años. Leerlo fue un pequeño viaje hacia una vida que parece otra. Espero lo disfruten.
Manuel atajó un tiro al ángulo y, sin mirar, le pasó la pelota a Lucas, que gambeteó a los dos defensores y la puso contra el palo. Así habíamos ganado la semifinal y casi todos los partidos que alguna vez ganamos: Manuel ataja todo y Lucas mete goles. Festejamos con una gaseosa en el almacén de la esquina, era la primera vez que llegábamos a la final. Sentados en el blanco escalón, hundido en su centro por toda la gente que entró al lugar, comentábamos las jugadas del partido: estuvimos de acuerdo en que Manuel, a quien habíamos destinado a ese puesto por parecer el más torpe, era un arquero nato; de Lucas no dijimos nada porque desde la primaria jugaba así. Alguien propuso comprar una cerveza que, como siempre, pagó el Tano que dijo esta noche, fiesta en casa. Manuel sonreía: una nueva oportunidad para hablar con Julia.
De regreso a nuestras casas, Lucas pasaba la pelota de un pie a otro. El cigarrillo apretado entre sus labios hacía de su sonrisa una línea recta. ¿De qué te reís?, pregunté. Me miró como si ahora se diera cuenta de que caminábamos juntos. Nada, dijo. Seguro pensaba en alguna minita. Lucas era de esos que se ganan a todas; no era rubio ni de ojos celestes, más bien petiso y con una cara que no te decía nada, tampoco él hablaba mucho. Nosotros decíamos que las hechizaba. A veces lo llamábamos el Brujo, apodo que surgió cuando lo vimos gambetear a cinco tipos para dejar la pelota mansa detrás de la línea del arco pero que ahora usábamos por no entender qué le veían las mujeres.
Lucas se detuvo frente a la puerta de su casa y si yo no lo hubiera saludado, él no habría dicho ni el nos vemos que me dijo. Caminé una cuadra y media, abrí la puerta con las llaves que colgaban de un cordón azul y antes de entrar, mi vieja ya me gritaba. Por suerte, entre todas las palabras apagadas por la puerta y la música a todo volumen, alcancé a escuchar que alguien me había llamado. Levanté el tubo y después de pasar los mensajes que eran para mi hermana y para mi viejo, anoté en una hoja de diario una hora y una dirección en el Centro. Antes de entrar a la ducha miré el reloj de mi cuarto: debía apurarme.
A media noche llegué a casa del Tano y Manuel, que al abrirme la puerta se sostenía del picaporte para no perder el equilibrio que de todas formas perdía, me saludó con palabras que parecían salir de una boca llena de aceite. El olor a alcohol impregnaba toda la casa. Miré a Julia que conversaba con sus amigas en el comedor y me dejé conducir hasta el patio donde me esperaban varias botellas de cerveza cubiertas por esa capa de agua que las cubre cuando están frías. Hablamos del partido del día siguiente: sabíamos que no teníamos oportunidad pero de todas formas comentamos lo que debíamos hacer. Vos tenés que seguir a Giantello por toda la cancha, me decían. Yo aseguraba que a mi no me iba a pasar y que si llegaba a gambetearme, le tiraba una patada que el tipo no iba a poder levantarse en todo el año. Eran mentiras y todos sabíamos que era lo único que se podía decir en estos casos.
Bebimos cervezas heladas, luego menos frías, hasta llegar a las que estaban casi tibias. En la casa, la poca gente que quedaba había abandonado las sillas para ganar el piso del patio. Recostado, miraba las estrellas que, por más que intentara encerrarlas entre mis manos, no dejaban de moverse. Julia se sentó a mi lado y comenzó a bailar junto con las reposeras, las plantas y el cielo. Me incorporé y traté de enfocar su rostro: se mordía el labio inferior mientras miraba hacia la casa. Parecía a punto de decirme algo que no dijo porque escuchamos gritos que venían de adentro. Debí aferrarme a la reposera, que se balanceó por unos segundos pero al fin pude ponerme en pie. El Tano y otro chico a quien yo no conocía sostenían a Manuel que luchaba para que lo soltasen. Frente a ellos, Lucas, los ojos entrecerrados por el humo del cigarrillo, miraba a Julia que lo miraba desde la puerta del patio. Todos comprendimos: el Brujo y Julia.
Ayudé a juntar botellas, vasos y ceniceros, y limpiamos un poco: fui el último en irme de la casa del Tano. El sonido de mis zapatillas al raspar cada baldosa me acompañó hasta casa. Ocho cuadras de una noche que hacía rato había amanecido. Abrí la puerta despacio, con la esperanza de no hacer ruido: no funcionó. Avancé en silencio hasta mi cuarto, cerré la puerta y me acosté. Me desperté con el timbre del teléfono y con el grito de mamá que, desde la cocina, anunciaba que el llamado era para mí. Mientras me vestía, me aseguré de cargar el bolso con la ropa para cambiarme.
Bajé del colectivo y corrí las cinco cuadras hasta la canchita. Los chicos me esperaban y no dejaron de mirarme mientras me quitaba el jean, me ponía los botines y me cambiaba la camisa por una remera roja igual a las otras cuatro remeras rojas que ellos vestían. El equipo contrario jugaba mejor pero por suerte siempre definían mal o ahí estaba Manuel con un pie o una mano salvadora. El único de los nuestros que corría, se esforzaba en cada pelota y parecía querer ganar el partido era Daniel, que además tenía que marcar a Giantello, porque Giantello no se cansaba de dejarme atrás. Cuando nos metieron el primer gol nos despertamos. Minutos más tarde ya íbamos cero a tres pero al menos el juego era más parejo. Me pegué a Giantello y Lucas pudo hacer unas jugadas increíbles, de Brujo, que nos dejaron sólo un gol abajo. A poco del final, otra vez Manuel que se atajaba todo y Lucas imparable armaron una jugada que empató el partido. Vamos a penales, pensé y me distraje: Giantello recibió con el pecho una pelota que quedó en su pie izquierdo. Manuel se paró recto como un poste y no dejó de mirar a Lucas mientras la pelota, después de rozar su pierna, entraba al arco.
Dejé a mis amigos que, todavía en la canchita, estaban a punto de agarrarse a trompadas. Corrí hasta casa, abrí la puerta y esperé los gritos de mamá que no gritó. Tenés un mensaje, dijo con una sonrisa. Levanté el tubo y lo escuché. Miré las agujas del reloj: todavía estaba a tiempo. Fui a mi cuarto, busqué ropa y entré en la ducha. Con las gotas que se estrellaban en mi espalda, pensé en la noche que pasaría con Julia, quien me repetía que no sabía qué había pasado, pero que lo de Lucas era mentira, que nos viéramos a las siete en el café de siempre.
Dejo toco y me voy de la Bersuit.
Me dijeron que una vez que uno dice que no, son todos nos. Yo no he dicho que no, pero sí hice esperar demasiado para no tener la necesidad de decir que no. Y lo peor de todo es que no quise decir que no sino no ahora. Y claro, eso es no, eso es dormir. Hasta yo puedo entenderlo. Entonces, dije no, ¿y ahora qué hago? Es un problema. Les aseguro que una vez alcanzados los tres meses (creo que la semana que viene se cumple ese período) es demasiado. Supongo que debería decir sí. Sí, por favor. Pero no me sale. Tengo problemas. Les aseguro que no soy exigente, sólo estoy asexuado, que es pior. Al parecer, llegado un punto (me dijeron que era a los tres meses) uno se vuelve asexuado y el camino de retorno ya es mucho más difícil. Hay que mudarse de ciudad, de cultura, para volver a la senda del señor. En fin. Acabo de vovler de San Telmo. Fui a ver a la banda de mis amigos, Kaos, ya les conté de ellos, bebí mucho y, una vez más, dije no. ¿Qué mierda me pasa? Ya me está rompiendo las pelotas ser como soy. Todo bien con la paz y la felicidad, pero ya, ¿no?
Soy un pelotudo, por favor, cáguenme a trompadas.
Mañana espero poder echar culpas a todo el vino que tomé esta noche.
Thursday, August 17, 2006
Advertencia: esto es muy cursi.
Hubo un beso que fue el más hermoso de mi vida. Hermoso como dejar correr entre los dedos el agua transparente de un arroyo tibio. Fue un beso larguísimo. Nos tomamos nuestro tiempo para descubirir cada uno de los lienzos de un amor que ya existía pero sólo entonces comenzábamos a permitirnos. Tuve besos más apasionados, más te parto la boca, incluso besos mejores pero ninguno más hermoso.
En Gaijin escribí nuestros labios se acercaron hacia un beso que dejó pasar infinidad de taxis. Claro que en la realidad eran colectivos de la línea 92.
Para quitarnos de encima algo de toda esta cursilería, les dejo Closer de Nin.
y su versión en cuarteto de cuerdas.
Wednesday, August 16, 2006
Una vez se me ocurrió un argumento genial. Ariadna, hija de Minos y hermana querida del Minotauro, había visto desde su ventana del palacio a un joven guerrero. Se decía que Teseo era muy valiente y que estaba enamorado de la princesa. Ella lo invitó a un banquete, lo agasajó, se rió de sus chistes (imaginemos el esfuerzo que requiere reírse de los chistes de Teseo) y lo miró toda la noche detrás de pestañas larguísimas. Lo histeriqueó hasta convencerlo de que la única forma de consguir su corazón (así le llamaban a las camas) era matando al Minotauro en el laberinto. Todos sabemos que Ariadna (hilo conductor) le dio la punta de un hilo a Teseo. Para que después sepas el camino de salida, le dijo. Pero lo cierto es que todo aquello, todas aquellas risas, aquellas tardes, aquel hilo delgadísimo, era un plan para rescatar al Minotauro. Teseo entraría al laberinto, el minotauro lo encontraría, lo mataría y podría salir gracias al hilo que el héroe había traído hasta él. Así, los hermanos se reencontrarían.
A los pocos días de pensar este argumento, de pensar que yo era un escritor genial, de saberme un héroe en el laberinto, se lo conté a mi amiga Paula. Eso lo escribió Cortázar, me dijo. No importa, me dije, todos sabemos que Teseo se hizo un buen asado con el Minotauro.
Monday, August 14, 2006
Pedro apagó el segundo cigarrillo en el cenicero. A través de la ventana del bar, bajo una luz gastada por todas aquellas nubes negras, las personas avanzaban perseguidas por una tormenta que iba a caer pronto. Pedí otro café y miré el reloj que colgaba detrás de la barra: Luciana tendría que haber llegado hacía quince minutos. Saqué la bolsa de plástico transparente de la mochila y la hice girar. Adentro, una esfera de varios colores, todos oscuros, también giraba para desplegar sus seis centímetros de diámetro. Me había tomado tres meses de decir amor, vamos a darle otra oportunidad a nuestra relación; amor, creo que podemos lograrlo; sí, amor, tenés razón. Pero ahora, después de varios resfríos premeditados había construido mi venganza: una bola de mocos. Incluso, si uno se fijaba con atención, había algunos pelos diminutos que sobresalían de la esfera. Detalle que no había sido planeado pero que por alguna razón le daba más vida y de seguro me daría una satisfacción mayor. Sabía que Luciana me haría esperar unos minutos más. No voy a ir, me había dicho. Yo voy a estar ahí, fue lo último que le dije. Hurgué en mis orificios nasales hasta que el dolor se hizo insoportable. Muchos, la mayoría mujeres, tal vez debido a los pequeños gritos, comenzaron a mirarme. Terminé con el primer orificio y respiré con fuerza. A lo largo de aquellos tres meses había aprendido a diferenciar los sonidos de unas vías respiratorias limpias y las que aún tenían algo para dar. Cuando empezaba a trabajar en la segunda etapa, el sonido de una piedra que chocó contra el vidrio me hizo mirar hacia la calle: granizaba. Continué con mi tarea mientras pensaba que el pelo era el mejor objetivo. Ella le dedicaba una hora diaria a su cuidado. Pero tal vez no se sentía tanto como se sentiría en la piel, en pleno rostro. Respiré y escuché con atención las señales de un trabajo bien hecho. Con cuidado, agregué las nuevas adquisiciones a la esfera de la bolsa. Miré la hora: Luciana estaba media hora tarde. El granizo que se había detenido por unos minutos ahora caía con fuerza. Muchas personas entraron al bar en busca de refugio. Todos se reían y comentaban que esas semanas de calor no iban a durar mucho. Ya pocas personas circulaban por la calle, sólo se veían taxis y colectivos. Espero que Luciana se tome un taxi, pensé. Ahora los golpes del granizo sonaban como deben sonar los disparos de bala. Las esferas de hielo eran del tamaño de mi esfera de mocos y cubrían de blanco la calle asfaltada. Los taxis subían a la vereda en busca de algún balcón que los salvara de vidrios rotos y abolladuras. Qué hija de puta, me va a hacer esperar. El ruido llegó a cubrir cualquier conversación y algunos pensamientos. El hijo de una pareja que se había sentado a comer estaba escondido debajo de la mesa, las manos apretadas contra las orejas y los ojos cerrados. Cuando parecía que todo comenzaba a tranquilizarse, estallaron todos los vidrios de un taxi que se había estacionado. Una piedra blanca, del tamaño de una pelota de fútbol, había hundido el techo amarillo. Dejó de granizar. Salí del bar, agarré la pelota de hielo, la sostuve con todas las fuerzas de mis brazos mientras sentía que mis manos se quemaban con el hielo y volví a sentarme. Miré aquella esfera blanca, perfecta, que descansaba sobre mi plato. La tomaría con las dos manos, la elevaría lo más alto posible y la dejaría caer sobre su cabeza. Dale, puta, llegá de una vez. Pronto, las gotas que caían del hielo, rebalsaron el plato y comenzaron a dejar una mancha oscura sobre el mantel.
Sunday, August 13, 2006
Me enteré que había gente casada, otra con hijo, otro que esperaba uno y algunos que esperaban casarse. Mierda. (Sí, lo mismo pensé yo: mierda) Había personas que conocí hace quince años pero que sólo ayer tuve la primera oportunidad de hablar con ellas. Había otros con los que me hubiese gustado volver a hablar pero todos nos fuimos pronto.
En un momento de la noche, di dos pasos hacia atrás y miré a todas aquellas personas. Con la mayoría no tengo relación alguna, con el resto apenas hablamos una vez al año. Pero haber visto todos los días aquellas caras (haberlas visto cuando éramos niños) deja tendida una telaraña finísima entre nosotros. Algo que parece nada; algo que siento cálido y me hace sonreír.
Friday, August 11, 2006
Hay creaciones hechas por una sola persona que cambiaron la concepción del mundo. Claro que mi cerebro refrito no logra poner en palabras lo que quiero decir. En fin, dos de esas creaciones son Crimen y Castigo de Fiodor Dostoievski (pueden encontrar un fragmento del libro en www.mezclabizarrayconfusa.blogspot.com ) y el Tetris de Alexei Pajitnov. Si tienen ganas, me pueden ayudar a pensar cuáles son las otras creaciones.
En honor a nuestros rusos queridos, les dejo el tema del Tetris original y una versión ska de Mr Bungle.
Wednesday, August 09, 2006
Pero hoy estoy muy resfriado.
Tuesday, August 08, 2006
Dejo Sunset soon forgotten de Iron n Wine.
Monday, August 07, 2006
Sunday, August 06, 2006
Pienso luego soy bobo.
Cinco de la mañana del domingo. Hoy no salí pero ayer fui a una fiesta: bebí mucho, bailé mucho y me divertí. Dormí cinco horas, me levanté con resaca y mientras tardaba casi dos horas en llegar a Haedo (me perdí dos veces) pensaba (sentía) que soy muy bobo. Todavía no puedo encontrar el núcleo de esta sensación porque es una nebulosa que se extendió en todo. Ahora, mis amigos, a una puerta de distancia, miran videos en la net: David Hasselford (se escribe así?) cantando Hooked on the feeling.
Dejo Stolen Car de Bruce Sprinsteen. Ya vamos a hablar de la letra de este tema y voy a tener que volver a ponerlo. No importa, es un tema hermoso. Por alguna razón se escucha muy bajito, así que pongan al mango el equipo.
Creo que acabo de descubrir qué es lo que me aflige tanto.
Saturday, August 05, 2006
Friday, August 04, 2006
Me olvidé de contarles. Hace un par de meses, caminaba por una pequeña calle del barrio de Caballito y encontré la puerta de un dios. Como se sabe, nunca quieren estar a la misma altura que los mortales o las mortadelas (disculpen, nunca había escrito esa palabra) y por eso decidió construir su casa a un metro de altura. ¿Por qué caballito? También todos sabemos que la Tierra es el centro del universo, Argentina el centro de la Tierra, Buenos Aires el centro de Argentina y Caballito el centro de Buenos Aires. Pero ésta es la razón principal: es un buen barrio para tomar mate en la vereda. Uno toca timbre en el PB 1 y me callo.
Thursday, August 03, 2006
Faltaban tres estaciones. Apoyado en la pared, en el extremo del vagón del Subte A, podía sentir cómo el tren se retorcía en cada curva mientras el metal de las ruedas irrumpía en el metal de las vías. Mariana me esperaba en el bar de siempre, frente a su café en jarrito. Ella sabía que la había llamado para decirle Dejemos de vernos, nos hacemos mal. Pero alguien me enseñó que estas cosas sólo pueden decirse en persona. Mi cabeza vibraba contra la madera, contra los llantos y los gritos, contra los golpes y el sueño. A pesar de los asientos vacíos, prefería viajar de pie para no quedarme dormido. Pensar en Mariana, en su vampirismo de mantenerme despierto hasta tener que irme a trabajar, me agotaba. Las luces se apagaron por un instante, se encendieron, volvieron a apagarse y esta vez el tren comenzó a detenerse. Entramos en la oscuridad de no saber si se tienen los ojos abiertos o cerrados. En aquel silencio las voces de los pasajeros se hicieron cada vez más fuertes, cada vez más agudas. Comenzaron a surgir las luces blancas, azules y verdes de los celulares pero allí abajo, allí profundo, no había forma de comunicarse. Alguien empezó a llorar. Ni siquiera se veían las luces de las estaciones que teníamos por delante ni de la que habíamos dejado atrás. No me toques, gritó alguien en el otro extremo, volvió a gritar pero esta vez fue solo un grito, sin palabras. Se oyó otra voz desesperada que inició una serie de sonidos: golpes, gente que se tropezaba, vidrios que se rompían, ropas que se rasgaban y ruidos imposibles de reconocer, mientras las luces de los celulares se apagaban de a una, en una cuenta regresiva de colores. Hasta que sólo quedaron dos azules que se acercaron en silencio: una chica y un tipo de traje: de sus ojos caían lágrimas. Aquella oscuridad respiraba despacio. Algo se arrastraba hacia nosotros, por el piso, las paredes y el techo. La mano de la chica buscó la mía. Cerré con fuerza los dedos. Primero lo vi caer a él, después sentí la mordida en mi cuello y, mientras me hundía, el grito de aquella chica encendió todas las luces. Cuando me incorporé me di cuenta de que el tren estaba otra vez en movimiento, casi todos los pasajeros sentados, aunque en asientos distintos a los que habían ocupado antes.
-Podemos intentarlo de nuevo- dije, Mariana me miraba por sobre su café en jarrito.
Les dejo Moon over Bourbon Street de Sting, versión medio rara. Prometo subir la original pa que comparen.
I must love what I destroy and destroy the thing I love...
Wednesday, August 02, 2006
Tuesday, August 01, 2006
Tengo que darle vida a la protagonista de mi novela (otra que empecé). El argumento ya está apoyado en cantidad de imágines y escenas, personajes con onda, una linda historia pero todo se cae porque la chabona no tiene alma. Claro, tengo que darle un pedacito de la mía. Compartir mi angustia, mi soledad, que absorva algo de mis mambos y que trate de resolverlos. Pobrecita, tan chiquita y ya le tiro un camión encima. No sólo tiene que luchar por lo que quiere sino por saber qué es eso que quiere. Nuestra naturaleza contradictoria nos hace tomar decisiones y en cada decisión, tiene que existir una lucha y siempre una pérdida. En esa contradicción surge la vida, la dialéctica de esa contradicción (perdón, amigos sociólogos) puede darle vuelo a mi protagonista. Claro, ahora tengo que dejar de decir boludeces y escribirlo.
Les dejo Spread your wings de Queen.