Tuesday, January 30, 2007
En Almagro, a unos seis metros bajo el nivel de la calle, entre varios carriles de vías de tren, hay una casa. Paso varias veces a la semana pero nunca vi que nadie saliera o entrara de ella, a pesar de que a veces se abren o cierran ventanas, no logro distinguir la mano que empuja o que tira. Recién el otro día, pasé al atardecer y vi un perro sentado en la entrada.
Monday, January 29, 2007
Bueno, lo que en realidad quería contar es que por acostarme tarde, dormí varias dosis de siesta con un resultado de unas 16 hs de sueño. Y de todo eso recuerdo un sueño muy triste. Uno que me hizo llorar en sueños como nunca lloré en mi vida. No sé si alguien vivió alguna vez un llanto sin fronteras, que parece salir de todo el cuerpo como una transpiración de pura tristeza. De rodillas sin poder soportar el peso de las lágrimas, sentía que nunca más iba a poder tenerme en pie. Hace años, quince, tal vez, que no lloro, que no logro llorar. Nunca puedo descargarme por esa vía, apenas se me caen algunas lágrimas pero no mucho más. Ahora pienso que mientras lloraba en sueños , tal vez también lo hice en la realidad. Ojalá haya sido así.
Tengo a mi pequeño espacio algo descuidado. Este mes me tomé vacaciones de algunas cosas, entre ellas el blog. Tampoco cocino mucho, ni escribo, ni practico kung fu, ni nada. Y sí, me pone un poco triste pero le puse fecha límite. Todo coincide con que mi casa se transformó por unas semanas en refugio para rusos y eso hace que tenga una gran excusa tangible para no hacer cosas y pasarme todo el día encerrado en mi cuarto planeando algo para estar fuera de la casa. Pero como dije, esto se termina el primero de febrero.
Por suerte, las excusas también vienen con fecha de vencimiento.
Friday, January 19, 2007
Tengo una traducción bastante mala de Kafka en la orila, el tipo se pone explicativo, a veces incluso denso, y aún así su historia se abre paso a través de las propias limitaciones del autor. Eso me parece increíble. La historia es tan poderosa que rompe todos los obstáculos que le ponen en el camino. Tal vez lo mismo se puede decir de Gaijin. Mis limitaciones, al fin y al cabo, fueron vistas como virtudes porque la historia que me tocó contar era demasiado poderosa.
Creo que la verdadera virtud del tipo, además de la construcción de sus personajes que es de admirar, es su capacidad de unir historias a través de los eventos. Ahora que pienso es algo así como la relación sincrónica de la que escribí hace poco. Los dos libros que me gustaron tienen esto: las historias de sus personajes se unen no a través de la causalidad sino del sincronismo. Murakami tiene el talento de mostrarnos esa relación, engatusarnos (bien usada esta palabra, el tipo es fan de los gatos) y hacer que nuestras mentes positivistas le vean su lógica.
Thursday, January 11, 2007
Ayer fui al cine y vi una de las mejores películas que haya visto en mucho tiempo: Los hijos del hombre. No les cuento el argumento porque seguro ya lo conocen. No sé si es porque quedé anodadado (y anudado al tratar de escribir esta palabra) pero no pude encontrar nada para criticarle. La historia es muy buena, los actores son muy buenos, la música es muy buena y la forma en que está filmada es increíble. Todavía no entiendo cómo lograron filmar esas secuencias. Cuando la vean, fíjense todos los planos secuencia (asi se llama, no? cuando la cámara no corta) que hay en escenas muy difíciles de filmar. Sólo tendría que haber dicho que la película me llegó al alma. Si pueden, vayan al cine; si no, bájenla, cópienla, piratéenla pero no dejen de verla.
Monday, January 08, 2007
Con mis amigos solemos utilizar la modalidad de trueque: yo compro los ingredientes, vos cocinás; yo cocino, vos lavás los platos; yo compré el vino, vos bajá a abrir; yo te enseño a manejar vos me hacés el traje de bruce lee y así. En este caso fue: yo te hago las fotos, vos me das esa bicicleta que nunca usás.
Por cierto, ella es Aysel, bailarina árabe y profesora de danza árabe. Ya la había presentado pero no está mal volver a pasar el chivo.
Ayer leí algo del I Ching. Creo que nunca me hice tirar las monedas pero ayer después de cenar leí el prólogo que escribió Jung (el piscólogo). Decía algo interesante. En la antigua cultura china no veían tan clara la relación entra la causa y el efecto; en cambio, sí podían ver una relación sincrónica de los eventos. Es decir, que todos los eventos del universo que ocurren en un momento dado tienen relación entre sí. Por eso cuando tiramos las monedas, la forma en que caen es representativo del estado en que nos encontramos en ese momento. Algo a lo que le encuentro bastante sentido. En base a esto hoy empecé a escribir un cuento. De un tipo que vive en la la línea del tiempo (causalidad) y una mina que vive en la línea de los eventos (sincronismo). Claro que se me hacía muy difícil seguir a la mina por eventos, así que los reemplacé por el espacio. Entonces tenemos a un tipo que se mueve en el espacio para poder seguir a la mina y una mina que se mueve en el tiempo para poder seguir al chabón.
Llegué a un punto que está difícil de resolver, cuando tengo que explicar toda esta teoría que se esconde detrás del cuento. Ahí les va los primeros fragmentos recién saliditos del horno.
Un domingo por la tarde salí a caminar por el barrio de Once; con los negocios cerrados y las calles vacías, de aquellas veredas surgía algo gris que disfrutaba como un café junto a la ventana de un bar. Al llegar a la esquina de Paso y Perón, vi cruzar a una chica, la mitad de su cara cubierta por el pelo negro y lacio y la mirada fija en el piso. Lo primero que me llamó la atención fue que sus piernas no se movían en la misma dirección que su andar: una vez giró a su izquierda pero sus pasos continuaron el movimiento como si nunca hubiese doblado en la esquina. La seguí durante dos cuadras hasta que me harté de caminar tan despacio y decidí adelantarme. Cuando pasé junto a ella dijo hola. Hola, dije después de detenerme y girar. Una expresión de alegría, tal vez de gratitud, se dibujó entre las lágrimas que caían de sus ojos verdes. Pero ella no se detuvo. Por favor, caminá conmigo, dijo. Por la urgencia en su voz creí que la seguían, que querían lastimarla. Algo que hizo pensarme héroe por unos minutos hasta que comprendí que no existía perseguidor alguno; tendría que buscar otra forma de demostrar mi valentía.
Seguimos por Perón hacia el centro. A medida que avanzamos, la expresión en su rostro se relajó, aunque seguía atenta a cada uno de sus pasos. Me llamo Julia, dijo y sonrió. Hola Julia, yo soy Mata, dije, ¿para dónde vas? Pensó durante unos segundos y señaló hacia delante. Qué bien, yo también voy para allá. En la siguiente cuadra encontré un kiosco abierto. Me detuve a comprar cigarrillos pero ella siguió caminando. No, por favor, no te pares. Su pedido me pareció algo exagerado. Compré paquete de diez y un chocolate para ella. Cuando me dieron el vuelto, Julia ya no estaba. Caminé apurado hasta la esquina pero no se la veía por ninguna parte. Volví, pregunté al kiosquero si no la había visto, fui hasta la otra esquina pero no había nadie. Tal vez, el perseguidor existía en realidad y yo había sido un estúpido. Por un segundo creí verla a una cuadra de distancia, corría en dirección hacia el centro. Yo también corrí hacia allá pero una vez más estaba solo. Avancé una cuadra hasta que escuché que alguien a mi espalda me llamaba. Era Julia que, a pesar de que avanzaba despacio, parecía agitada. Pensé que te había perdido, dijo y entonces supe que me había enamorado.
Julia me contó que era la primera vez que estaba en Buenos Aires, alguien le había dicho que los mejores momentos de su vidas los había vivido en aquellas calles. Su acento era tan porteño como el mío, supuse que sus padres eran argentinos. Quise saber dónde había nacido pero me miró como si no entendiera mi pregunta. Tal vez no quería contarme. Cuando llegamos a Callao, el semáforo se puso en rojo, los autos comenzaron a moverse y a pocos metros se veían dos colectivos que avanzaban rápido. Julia bajó al asfalto y siguió con su paso tranquilo. Desde la vereda vi cómo los autos pasaban junto a ella y los colectivos hacían que su pelo se levantara por el viento. Al fin me decidí y corrí hacia la otra vereda. ¿Estás loca?, no pude evitar gritarle. ¿Por?, dijo y pensé que se burlaba pero la pregunta era sincera. Porque casi te matan, dije resignado. Me miró sin entender; tal vez era cierto que no era de la ciudad. No me iban a atropellar, dijo al fin, era muy poco probable.
Siempre fui torpe para encarar mujeres. Y cuanto más me gustan, mi torpeza se agiganta hasta hacerme sentir vergüenza por adelantado. Algo que siempre me ponía triste. ¿Querés?, pregunté mientras le ofrecía chocolate. No, gracias, pero un cigarrillo me fumo, dijo. Encendí su cigarrillo y después el mío. ¿Hasta cuándo estás en Buenos Aires?, pregunté. Me miró como si no comprendiera mis palabras. ¿Qué día te vas?, insistí. No sé, dijo al fin. ¿En cuánto tiempo llegamos al río?, preguntó. Miré sus pasos cortos y lentos y calculé que faltaba poco menos de una hora. Entonces me voy en una hora, dijo, me gustaría que me acompañes en este tiempo que me queda. No quise preguntar más, algo en su tono de voz me hizo temer lo peor. Si pensaba tirarse al río, lo dijo con una tranquilidad de quien lo sabe inevitable. En ese momento mi tristeza se convirtió en desesperación y la desesperación en valentía. ¿Nos sentamos a tomar un café?, pregunté después de asegurarme de llevar dinero conmigo. No puedo, dijo, si no quiero quedarme sola no puedo detenerme.