Hay una historia que alguien escribió, filmó o me contó y que yo vi, leí o escuché que creo que viene así:
Un tipo ambienta una cabaña como si fuera del lejano oeste. Se fija en cada detalle y no deja ni rastro de algo que pudiera darle indicio de que en realidad vive en otra época. Así se pasa los días, haciendo tareas que serían del lejano oeste, hasta que sale de la cabaña y se encuentra en el lejano oeste. Vive un par de idas y venidas, chica incluida, hasta que un día llega con la chica a la cabaña dispuesto a ponerla. Empiezan a desvestirse y la mina le pregunta ¿qué es eso? El tipo se mira la muñeca, ve su reloj pulsera y se da cuenta de que no está en el lejano oeste. Y la mina desaparece.
Bien, tal vez soñé la historia, no sé, pero ésta fue la primera vez que comprendí que la percepción de las cosas determina la realidad.
Todo esto para contarles que ayer llegaron Martín y Paula, dos amigos de mi corazón. Verlos a los dos juntos me provocó un pequeño viaje al lejano oeste. Me había olvidado cuánto los quiero. Me siento de veinte años y por suerte no uso reloj.