Monday, April 30, 2007
Me acuerdo de un sueño. Estaba en la casa de Majo y pasa a buscarnos el viejo para ir a la casa de unos amigos de él. El viejo nos deja en una puerta junto a una persiana metálica, como tienen los negocios viejos. Majo va a otra puerta a unos quince metros a la izquierda y toca el timbre que suena en toda la cuadra. Enseguida sale un tipo que le dice: -No, nena. Si querés ir a lo de (no me acuerdo el nombre) tenés que tocar y correr. Entonces, Majo vuelve a tocar el timbre y corre hacia donde estoy yo (imagínense, majo corriendo). Ahora sí nos abre un vieja en pijama y nos hace pasar. La puerta de calle se abre directo a un cuarto. Los tres primeros ambientes que veo son tres cuartos muy desordenados. Pero llego a un pasillo que me lleva junto a ventanas enormes en un primer piso (no subí ninguna escalera). Afuera está cayendo el sol, la luz realza los colores y yo veo todo saturado. Lo que parece una pileta, unos árboles, el techo rojizo de otra casa componen una buena foto de colores y geometrías. Tengo la cámara pero no logro encontrar el ángulo correcto. Paso de ventana a ventana, el sol cae segundo a segundo y cuando llego al punto desde donde se ve perfecto, la pileta ya no tiene ese color, nada tiene el mismo color. De alguna forma llego a la terraza. En la terraza de la casa vecina, hay una bomba de agua antigua, llena de óxido verde. Me acerco para sacarle una foto pero otra vez es imposible encontrar un ángulo que quede bueno. Al fin encuentro uno, donde las botellas que hay diseminadas por ahí, reflejan los últimos rayos del atardecer en lo que parece ser un bosque de vidrio. Pero por alguna razón tampoco logro sacar la foto.
Y hasta ahí me acuerdo.
Sunday, April 29, 2007
El otro día fui a la Feria del Libro. En realidad, hace años que no tengo ganas de ir pero por alguna razón u otra siempre me toca asistir. Esta vez pa hacer una nota acerca de la Feria que me pidió una revista de editoriales de Japón. Bueh, tonces el otro día fui y para mi sorpresa no tuve que hacer cola. Ahora se puede entrar desde Santa Fé y le sumaron un par de pabellones que en realidad no suman nada de nada. No importa cuántos eventos agreguen, ni las charlas ni las ideas más o menos copadas, nunca me deja de dar la sensación de que es sólo un gran chopin de libros. Tal vez ya se cimentó un prejuicio, pero no sé. En fin, fui, saqué fotos, hice mi artículo y lo único bello que pude cosechar de todo esto es la foto de ahí arriba y tal vez un par más.
Friday, April 27, 2007
Thursday, April 26, 2007
Eggleston, fotógrafo yanqui, dijo alguna vez "i´m at war wtih the obvious" (estoy en guerra con lo obvio). No estoy seguro de haber entendido qué quiso decir pero en algún punto estoy de acuerdo. Lo encuentro muy cercano a cómo veo la literatura. Cuando escribo, cuando leo, espero que el sentido último lo dé el lector. Provocar asco sin jamás decir la palabra asco, odio sin decir la palabra odio, amor sin la palabra amor. Espero que el asco, el odio y el amor surjan en un proceso que hace el lector y que no se entregue ya masticado. Ahora, hacer eso con la fotografía eh otra cosa, chico. Todavía no sé bien qué es, pero ya lo voy a descubrir.
Wednesday, April 25, 2007
Primero, Jackie Chan. Puro carisma:
Segundo, Jet Li. Pura gracia (van dos que son cortitos):
Tercero, Tony Jaa. Pura violencia:
Cuarto, el mítico Bruce Lee. Pura magia (van dos porque es bruce lee):
Tuesday, April 24, 2007
Ya sé, es la forma de mirar que tiene. Todavía no puedo explicarme bien, ya les contaré la próxima semana.
"Agujero Negro"
PD: los agujeros negros son una cantidad de masa enorme reunida en un espacio relativamente pequeño. Esta cantidad de masa genera una fuerza de gravedad tan fuerte que ni la luz puede escapar de ella. Por eso se les dice agujeros negros, porque la única prueba de su presencia es que en esa zona del espacio no se ve una sola estrella, no hay luz.
PPD: la fuerza de gravedad en realidad no es una fuerza sino una deformación del espacio. Para entederlo mejor piensen el universo como una tela estirada. Si uno pone una masa en el centro de esa tela, la tela se dobla hacia abajo y todo lo que uno apoye sobre ella se va a ir hacia la masa.
PPD: pah, qué didáticoc que estoy esta mañana.
Saturday, April 21, 2007
Friday, April 20, 2007
Qué palabra maraca, bandana, ¿no?
Thursday, April 19, 2007
PD: sí, la de xbox fue filmada en bs as.
Wednesday, April 18, 2007
Tuesday, April 17, 2007
Bueno, de esta historia hermosa, hace unos años quise escribir un cuento. El resultado no fue muy bueno, le falta alma. De todas formas se los dejo pa que lean y porque va muy bien con estas fotos.
Tesoro de papel
Hilos de sangre bajaban por mis piernas. Habían sido horas de recitar una oración con la frente pegada al frío mármol, pero ahora estaba seguro: me enseñarían a crear papel. Después de pasar pruebas que exigían permanecer en absoluto silencio durante meses, caminar en círculos hasta sentir que el sueño lo invade todo, memorizar miles de palabras y repetirlas en decenas de secuencias distintas y ahora, estar de rodillas sobre piedras angulosas y permanecer inmóvil hasta que ellos lo decidiesen, había ingresado a la escuela. Sabría secretos de un arte respetado y por muchos temido; mis ancestros serían elevados a los más altos cielos y, lo más importante, podría elegir la ciudad a la que sería enviado: volvería a ver a Lin.
Cercado por pequeñas piedras, el escarabajo avanzaba sobre un camino dibujado entre desiertos y montañas. Había copiado el mapa de los archivos reales: un grave delito merecedor del más oscuro de los calabozos. La Ciudad Sin Nombre era el punto medio del camino que debían recorrer para buscar seda quienes llegan por donde se esconde el sol. Desde la Ciudad Imperial debimos escalar montañas, cruzar ríos y sufrir durante varias noches los ataques de los jinetes de las praderas. Aún a días de marcha de la ciudad, comenzamos a escuchar a personas que decían que se acercaba el ejército los hombres que rezan.
El brillo en las puntas de las lanza repetía el sol que a nuestras espaldas inundaba el desierto. Los guardias apostados a pasos de la muralla pidieron que nos identificásemos. Mostramos el documento con el sello del Emperador: las enormes puertas de hierro y madera se abrieron para dejarnos paso al bullicio de calles angostas y polvorientas. Los mercaderes se acercaba y nos ofrecía tejidos de Occidente, especias de Oriente, sal del Sur y pieles del Norte. Pronto, cuando se enterasen de que éramos hombres de la escuela de papel, se postrarían a nuestro paso, nos rendirían pleitesía y querrían obsequiarnos lo que ahora deseaban vender. El padre de Lin se encontraría con el futuro que yo podía ofrecerle a su hija.
Frío por el frío de la noche, el tablón de madera se hundió pero no emitió sonido alguno. Por fin, luego de dos semanas, logré escapar del internado al que me sometían mis estudios: un año de encierro. Recorrí la oscuridad de las calles disfrazado como un joven campesino y caminé hasta el barrio de comerciantes. Llegué a la casa de Lin, y luego de sobornar a un guardia, me adentré en el patio hasta acercarme a pasos de su cuarto. Busqué entre las vestiduras mi obsequio, mi mayor tesoro: la primera pieza de papel que había hecho. Las fibras habían absorbido la tinta de la pluma para dibujar mi mensaje: amor, he llegado.
El viento frío arrastraba la arena que golpeaba con furia contra las casas. Aquella noche sería más fácil: como los guardias estarían refugiados junto a las fogatas ni siquiera pagaría sobornos. Busqué tras una tabla de madera floja la pieza de papel más grande que había hecho hasta entonces. Le había pagado a un artista para que hiciese un bello dibujo: una garza, animal desconocido en aquella región del imperio, volaba hacia el amanecer. Temblaba de frío a la espera de que Lin saliese de su cuarto. En los últimos meses la había visto siempre de noche, cada dos o tres semanas, a pocos pasos de distancia; habíamos hablado a través de una pared de arbustos y hasta en una ocasión, en la que mi cuerpo tembló dentro de mis vestiduras de campesino, llegamos a tomarnos de la mano. Ahora, cuando estaba a punto de lanzar el tercer guijarro, el más grande de todos, alguien me hizo girar. Lin me besó y el invierno se alejó de nosotros.
En el internado se sucedieron noches de espera hasta que, ahogados por la sangre, los gritos de los guardias llegaron al recinto de papel. Los hombres que rezan habían dejado sus oraciones para esgrimir enormes sables curvos que cercenaban cuerpos en un solo movimiento. El ejército enemigo había traspuesto los muros defensivos en cuestión de minutos y ahora, sus hombres saqueaban la ciudad que pronto tendría un nombre: Samarcanda. Días más tarde, grilletes me apretaban muñecas y tobillos; el hambre y los golpes recibidos me hacían sentir enfermo. Compartíamos con ratas y otros hombres sospechados de saber el secreto del papel un recinto estrecho y oscuro. Oíamos los gritos de la tortura hasta ya no oírlos más, y entonces, todos asentíamos con alivio: nadie hablaría.
Pronto llegó mi turno y me arrastraron de las cadenas hasta otro lugar, donde varios hombres soportaban que sus miembros fuesen cortados y arrojados a un pozo. La hoja de metal separó un dedo de mi mano derecha; volvió a caer y dos más de mi mano izquierda rodaron por el piso. Los soldados se detuvieron, arrojaron sal en nuestras heridas y se retiraron a un rincón iluminado para comer su almuerzo. Padecí interminables jornadas de tortura: cuando perdía el conocimiento se aseguraban de despertarme causando cada vez un dolor mayor. Muchos de los nuestros repetían las oraciones que ratificaban su lealtad hacia la escuela; pero para mí, el secreto era un tesoro que sólo le pertenecía a Lin. Al final, cuando ya me habían privado de la mano derecha, las orejas, las plantas de los pies y uno de los ojos, decidieron soltarme: alguien había hablado. Antes de arrojarme a la calle, para asegurarse de que no le contaría a nadie nuestro antiguo secreto, se quedaron con mi lengua.
He pasado largas estaciones entre la mugre de Samarcanda. Todos decían que los comerciantes, liderados por el padre de Lin, habían acordado con los hombres que rezan abrir las puertas a cambio de privilegios comerciales. Con el tiempo, la casa de Lin se hizo más grande y esplendorosa, y supimos que los eruditos del ejército invasor no habían logrado hacer papel: la fórmula que ellos habían obtenido era falsa. En las calles, yo conseguía los materiales necesarios para, cada dos o tres semanas, entregar a Lin su gran tesoro. Ya no me acercaba para que me viese, dejaba las piezas con dibujos o palabras de amor debajo de una piedra cercana a su cuarto. Su padre, que murió de indigestión o envenenado durante la cena de bodas se aseguró de que su hija se casase con un comerciante aún más acaudalado que él mismo. Muchos años después, el papel comenzó a venderse en el mercado de Samarcanda.
PD: sí, todos esos papeles para hacer origami son míos.
PPD: sí, son hermosos.
PPPD: sí, eso que sienten ahora es envidia
Monday, April 16, 2007
Sí, otro lunes punky. Extraño, pero esta mañana una bandita yanqui pedorra es quien mejor expresa lo nublado de mi día. Dejé una versión acústica de Unwell de Matchbox 20 en marxisismo. Acá tienen el video, que la verdá suena bastante mal, recomiendo se bajen el archivo del gmail.
Saturday, April 14, 2007
Maldita maldita sea, creía que había inventado algo maravilloso pero ya estaba inventado varias veces. Hoy después de el examen de kung fu, fuimos a comer pizza y cerveza, algo que ya se hizo costumbre y que me encanta. En fin, tábamos hablando del groso de Bruce Lee y de su Jeet Kun Do. Según el propio Bruce, esta arte marcial tiene una sola definición: no tiene definición. Esta falta de límites es su mayor poder, poder de cambio, de mutación para que se adapte a cada persona y que esa persona tampoco quede estática sino que evolucione de forma constante. Hermoso concepto. Bien. Se supone que nuestra escuela de kung fu sigue algunos preceptos, entre ellos no beber, no fumar, no apostar y demases. Tonces, pensamos en un mix de kung fu y anarquía bruceleediana y surgió el: Punk fu. Alto concepto el Punk fu, pensamos todos, además de alta banda de punk, alta remera, alto tema. Pero llego a casa, busco en la net y ya está usado para varias cosas.
La foto sólo tiene relación, porque la saqué desde donde estaba sentado comiendo pizza y tomando cerveza.
Friday, April 13, 2007
"las veces de la pintura que hace su punto del tiempo cuanto más constelación tras técnica como la fotografía sin relaciones"
Pa ilustrar lo que digo, antes de leer el texto saqué esta foto. La profundidad de campo (la franja de la foto que se ve enfocada) eligió unas palabras y descartó otras, sin que yo supiera que estaba haciendo eso. Esas palabras azarosas forman el título de la foto.
PD: amplíen la foto con un click y buscando en all sizes de l flickr
Thursday, April 12, 2007
Wednesday, April 11, 2007
Ayer quedé atrapado por un libro de Heinrich Böll: ¿Dónde estabas, Adán? Ya había leído otras cosas de él, me había encantado Opiniones de un payaso. Bueno, me leí el librito en una tarde-noche. Cuenta la historia de diferentes personajes durante el final de la segunda guerra mundial, cuando las tropas nazis empiezan a replegarse del frente ruso y los yanquis les daban por el otro lado. Lo maravilloso del tipo es la naturalidad con la que relata una guerra, y lo hace del lado nazi. Logra desenvolver el alma de los personajes dentro de la maquinaria de guerra. No sé ustedes, pero yo veía a los nazis como una masa de autómatas sin alma. Y este tipo me demuestra que había todo tipo de almas: putrefactas, perdidas, dolidas, desentendidas, apagadas. Supongo que la culpa que debe haber sentido Böll por pertenecer al ejército nazi lo atormentaba. Me parece que llevó ese conflicto/lucha/struggle consigo toda su vida. Eso hace que escriba así.
Ayer, me quedé charlando con Majo acerca de las mutaciones, ciclos y otras boludeces aplicadas a la literatura. Bueno, también flashié con este libro porque la estructura parece una serie de Fibonacci, donde cada elemento es la suma de los dos elementos anteriores: 1; (1+0) 1; (1+1) 2; (1+2) 3; (2+3) 5; (3+5) 8; (5+8) 13; etc. Así, cada capítulo que se centra en diferentes personajes parecen independientes, cuando en realidad es como la consecuencia de los dos anteriores. Entonces, el último capítulo, a pesar de hablar de uno solo de los personajes, es representativo de todos los demás. Muy groso.
Estoy viendo fibonaccis en todos lados.
Como dice Majo, la vida es una serie de Fibonacci. Si uno tiene suerte.
Tuesday, April 10, 2007
Al despertar escuché que alguien, con ansiedad, tocaba el timbre de casa, miré la noche en la ventana. ¿Cuándo ibas a aprender a llamar por teléfono? Tal vez algún día, tal vez nunca. Caminé por el pasillo y abrí la puerta. Atravesaste la nube de humo de tu cigarrillo para, sin decir una palabra, empujarme hacia la cama mientras buscabas mi boca. Entonces supe que no había nada mejor que estar a tu lado. Antes de quedarnos dormidos, arrojaste el teléfono hacia el amanecer. Y, una vez más, todo giró para acomodarse en su lugar.
Al despertar te miré dormir, parecías esperar que otro sueño entrara por la ventana. ¿Cuánto más ibas a quedarte conmigo? Tal vez hasta que despertaras, tal vez hasta que yo despertara. No quería levantarme y que todo aquello se convirtiera en humo. Entonces, sonó el teléfono. Traté de alcanzarlo, estaba de tu lado de la cama, pero ya era tarde. Tus ojos se abrieron y giraste para atender. Mientras encendías un cigarrillo pensaba que hacía tiempo que quería decirte algo pero, una vez más, me faltaron las palabras.
Al despertar te busqué como si me faltaras pero me mirabas desde la ventana con un cigarrillo en la mano. ¿Me quedé dormido? Hace una hora, tal vez más. El humo que surgía de tu boca giraba sobre la cama. Sonó el teléfono, atendiste, tenías que irte. Entonces apagaste el cigarrillo, te vestiste y vi tu sombra avanzar por el pasillo hasta la puerta. Quise decirte que no te fueras pero había perdido las palabras. Una vez más, me quedé acariciando tu lado de la cama.
Al despertar pensé que sería de noche, pero el sol todavía me esperaba en la ventana. ¿Cuánto había dormido? Tal vez una hora, tal vez todo un día. Me levanté y tuve que volver a sentarme en la cama. El cuarto giró por unos segundos hasta que volvió a caer en su lugar. Entonces me di cuenta de que ya no estabas, de que tendrías que estar pero que te habías ido sin decir una palabra. Sonó el teléfono pero los timbrazos se apagaron antes de que pudiera encontrarlo, una vez más, de tu lado de la cama.
Al despertar supe que no podía esperar nada de aquel día. ¿Cuántas veces había soñado con ella? Tal vez veinte, seguro demasiadas. Me levanté con la certeza de que faltaba para que saliera el sol. Todavía el mundo debía seguir girando para quedar en el mismo lugar. Entonces me di cuenta de que era mejor volver a dormirme. Arrojé el teléfono por la ventana, encendí un cigarrillo y miré el humo. Una vez más, tenía hambre de apagar todo, de que ya no existieran las palabras.
Al despertar busqué el sol en la ventana, pero me esperaba la noche. ¿Cuándo iba a acordarme de algún sueño? Tal vez mañana, mejor nunca. Me levanté y caminé unos pasos, faltaba algo. Giré para recorrer el cuarto con la mirada pero detrás de lo que parecía humo todo estaba en su lugar. Entonces, me di cuenta de que el teléfono no dormía junto a mi cama. Sonó el timbre. Caminé por el pasillo entre sombras apagadas, mientras observaba a los lados como quien espera encontrar la palabra correcta. Una vez más, el timbre sonó ansioso.
PD: dejé construcción en la cuenta de gmail marxisismo.
Monday, April 09, 2007
PD: hay una escena clave con brá pí. Justo el momento de quiebre, cuando se comprenden y empiezan a reconstruir su relación, es cuando la mina le dan ganas de mear y el esposo tiene que ayudarla. Tonces mientras la mina ta meando y el chabón la está sosteniedo, se dan un buen beso. Beso y meo en la escena clave, stá bieeeen.
PPD: ahora que pienso, tal vez esto que quede en la superficie, que nunca te llegue en realidad, sea parte de Babel. O se, que uno de los objetivos sea no comunicar porque quiere transmitir la no comunicación. A mí me parecería estúpido pero qué sé yo, alguien tal vez le encontraría su sentido.
Sunday, April 08, 2007
Friday, April 06, 2007
Wednesday, April 04, 2007
Prode (título provisorio hasta que encontremos uno mejor)
Hacía tres fechas que estábamos descendidos. Después de salir campeones en la nacional, nos vendieron a nuestros mejores jugadores: Soldano, un nueve con presencia; Martínez, carrilero como los que ya no quedan y el Fierro, central tan riguroso como callado se habían ido a los equipos grandes. Yo quedé en el club porque ¿a dónde iba a ir? Tenía 36 años y pensaba retirarme en el último partido. No sé de quién fue la idea, supongo que del Pelado o el Turco, que eran a quienes se les ocurrían estas cosas. Para la última fecha, decidimos comprar entre todos una boleta de prode con tres dobles. Había sido una temporada imposible, con resultados que nadie podría haber anticipado, hacía varios meses que el pozo quedaba vacante y se habían juntado millones. Tanto que ya lo llamaban el Prode del Siglo. Llenamos la boleta al terminar el último entrenamiento. Hubo discusiones pero al final completamos casi todos los partidos. Faltaban los últimos dos de la fecha. Chacarita - San Lorenzo y el nuestro contra Independiente, que ya había salido campeón. Alguien dijo, que decida el Jefe. El Jefe era Arturo, nuestro entrenador, que había estado mirando desde la puerta del vestuario. Yo pongo el partido de Chacarita, ustedes el nuestro. Todos sabíamos que íbamos a perder. En gran parte, gracias al Fierro, Independiente había salido campeón la fecha anterior y ahora iba a querer festejar en su cancha. Les ganamos seguro, si los tenemos de hijo, dijo el Pelado. Todos quisimos reírnos pero la mirada del Jefe llenaba de cemento nuestras bocas. Entonces, dijo, Chacarita gana.
Vimos el final del partido de Chacarita en el vestuario, media hora antes de salir a la cancha. Chacarita perdía 1 – 0 pero en los últimos cinco minutos, le llenó el área a San Lorenzo y metió dos goles, uno fue del propio arquero que metido en el área chica rival, empujó la pelota hacia la red. Habíamos acertado todos los partidos, sólo nos faltaba el nuestro. Salimos a la cancha con la sensación de que era posible ganar, incluso parecía difícil que Independiente pudiera meternos un gol. En el sorteo, como capitán pedí cambio de lado, algo que siempre hacía y que mis compañeros criticaban.. Pero esta vez, con algo de suerte, el sol podía ayudarnos. El capitán de ellos, Lorenzo, me miró resignado y se mordió el labio de abajo. Empezó el partido, en los primeros minutos, los sorprendimos por los costados y ganamos dos tiros de esquina. Uno se quedó corto y el otro lo tiré justo. Alguien cabeceó y la pelota se fue pegada al palo. Después, la siguiente media hora, me dediqué a perseguir al diez, siempre de atrás. Ese pibe era rápido. Hicimos tantas faltas que en veinte minutos nos ganamos cuatro amarillas. Al final del primer tiempo estábamos todos metidos en el área, tratando de cortar los pases. Cada minuto que pasaba podía significar mi jubilación. El pelado llegó a cortar un pase y la pelota me cayó a los pies. Vi al Turco en la mitad de la cancha, recostado del lado izquierdo. Crucé la pelota, tal vez un poco larga. Pero el Turco corrió, la bajó con el pecho y encaró hacia el arco. El único de independiente que había quedado abajo era el Fierro. Vi todo a sesenta metros de distancia pero aún así, el choque pareció un accidente de camión. Hasta el Fierro tardó en levantarse. Cuando sonó el silbato del final del primer tiempo le grité al réferi, que ya corría para ver cómo habían quedado los jugadores. Lo seguí sin dejar de gritarle, Lorenzo trataba de calmarme pero era inútil. Usted tiene roja, dijo el réferi, no vuelva en el segundo tiempo.
No pude decir nada. Caminé hasta el túnel, me quedé en el pasillo sin saber si volver a discutir o ir al vestuario a encontrarme con mis compañeros. Miraba cada rincón en busca de algo. ¿Cómo iba a decirle esto a los muchachos? Me quedé detrás de la puerta, el Jefe le decía a cada uno lo que debía hacer. Podemos ganar, los tenemos ahí. ¿Y dónde está este tipo?, decía. Cuando estaba por abrir la puerta, alguien me tocó el hombro. Era Lorenzo, con el réferi. Lo convencí para que te deje jugar, dijo. Una patada más y usted es el primero al que le saco la roja, advirtió el réferi, dio media vuelta y se fue. ¿Qué les pasa?, dijo Lorenzo. Sin saber por qué, le conté acerca de la boleta de prode, de todos los millones, de que era lo único que nos quedaba. Entiendo, dijo y parecía entender, pero nosotros no podemos hacer nada. Lo sé, dije y entré al vestuario.
El segundo tiempo fue más trabado en el medio. Ellos parecían conformarse con el empate y no querían arriesgarse. Nosotros no podíamos entrarles por ningún lado. El cansancio nos hacía llegar tarde a todos los pases. Cuando faltaban quince minutos, el Pelado se barrió a las piernas del diez, que tuvo que ser reemplazado. Roja para el Pelado. En cinco minutos, ganaron dos córner, pusieron una pelota en el palo y nuestro arquero tuvo que salvar un mano a mano. De ahí surgió nuestra jugada. Salida rápida, parado en el círculo central recibí la pelota, giré y por primera vez encontré el campo despejado. Avancé a toda velocidad, el Fierro me salió al encuentro, le tiré una pared al Turco que me devolvió la pelota limpia. Me preparé para patear cuando volví a ver al Fierro, de alguna forma me había alcanzado y su pierna y todo su cuerpo se arrastraba hacia mi tobillo. En el último momento dobló la rodilla, ni siquiera me rozó con el pie, me quitó la pelota sin apenas tocarme. Mientras caía al piso escuché el silbato del réferi. Falta. El Fierro me miró por unos segundos, sonrió y se alejó en silencio a marcar al Turco. Acomodé la pelota y miré la barrera. Lo único que escuchaba era un golpe rítmico que parecía salir del piso y subía por mis piernas. Di cuatro pasos hacia atrás y volví a mirar la barrera, el arco y mi sombra larga que se proyectaba hacia delante. Me adelanté, balanceé mi cuerpo y le pegué a la pelota que fue recta hacia el palo del arquero. Con los manos arriba para cubrirse del sol, tardó un instante más en reaccionar. La pelota pasó junto a sus dedos y se clavó en el ángulo.
En el vestuario festejamos más que cuando ganamos el Nacional. Las canciones no terminaban nunca y las puertas metálicas retumbaban hasta dejarte sordo. Mi mano estaba roja de tanto golpear. Al fin, nos calmamos un poco y empezamos a cambiarnos. Vamos a cenar, gritó uno. Si vamos todos. Invitemos a los de Independiente, dijo otro,. Yo voy, dije y salí al pasillo. Ellos recién salían de la cancha, se habían quedado a festejar el campeonato con su hinchada. Encontré a Lorenzo, que rengueaba al caminar. Queremos invitarlos a cenar, dije. Sí, con lo que nos pegaron, dijo. Ahora le digo al resto.
Cuando salí de su casa no logré reconocer la calle. Caminé hacia la esquina más cercana pero era imposible distinguir las letras de los carteles, alguien los había rayado como si también quisiera olvidar tu nombre. Seguí una cuadra más hasta lo que parecía una avenida. Las casas eran bajas y no había ningún edificio cerca, parecía la calle de una ciudad chica o de un pueblo. Cuando llegué junto al semáforo tampoco pude distinguir aquel lugar. Vuelvo y le toco timbre, me dije mientras buscaba a alguien para preguntarle. Pero a aquella hora, sólo se podía esperar el amanecer. Regresé pero no logré encontrar su puerta. Repasé la cuadra tres veces y busqué en las cuadras adyacentes pero tampoco. Grité su nombre, al principio con algo de vergüenza. La conversación que habíamos tenido y la hora apagaban mi voz. Volví a gritar con algo más de fuerza. Me senté en el escalón de la que pensaba era la puerta correcta. Entonces reconocí el negocio de enfrente y me di cuenta de que estaba en la casa vecina. Me acerqué a su ventana y esta vez grité con furia. A los pocos segundos, ella salió al balcón. Andate a tu casa, dijo con una voz que sabía suya pero que no reconocía. Dejó caer una bolsa negra. Llevate eso, dijo, no lo quiero. Cuando abrí la bolsa, aquella ciudad, aquel pueblo, me enterró en el más puro de los desiertos.
Tuesday, April 03, 2007
Ayer me contaron que el bandoneón se inventó en Alemania. Las iglesias de pueblo chico, como no tenían plata para comprarse un órgano, tenían un bandoneón. El uso después se expandió por europa hasta que los inmigrantes los trajeron a estos pagos para darles su propio uso. Ya sabemos lo importante que es este instrumento para nuestra cultura y folklore. Bueno, parece que está condenado a la extinción.
Casi todos los bandoneones que existen ahora en el mundo, tienen más de sesenta años. Es que sólo había unas pocas fábricas de este instrumento y todas quedaban en alemania. Esas fábricas las transformaron para la maquinaria nazi y fueron destruidas durante los bombardeos. Después de la segunda guerra mundial hubo pocos intentos de volver a fabricar bandoneones y todos cayeron en el fracaso. Es un instrumento muy difícil de producir, de materiales caros, con pocos expertos en el mundo y un grupo muy reducido de posibles compradores. Al parecer en Argentina quedaban los últimos miles del planeta pero durante las últimas décadas vendimos la mayoría de ellos. En este momento, hay más bandoneones fuera que dentro del país.
Es cierto, es un objeto hermoso. Pero no tiene sentido dejar que algo con tanta alma junte polvo en estanterías de europa, yanquilandia y japón.
Monday, April 02, 2007
Sunday, April 01, 2007
Ya había decidido matarme. Tirarme del balcón del departamento sería lo más seguro. Lo haría de noche, cuando nadie pudiera verme. Pero faltaba para la noche. Salí de casa, entré a un bar y pedí un café. En el televisor, el partido de tennis que había prometido ver con un amigo. Cuando el mozo trajo el pedido, el tenista argentino perdió el primer set. Daban ganas de cambiar de canal. Miré al mozo y a los otros clientes que ya le prestaban más atención a las gotas que golpeaban los vidrios. Sacudí un sobre de azúcar, lo abrí en la punta pero no volqué su conteido. Lo dejé apoyado contra el servilletero y bebí un sorbo de mi café. Tuve la sensación de que nunca lo había tomado amargo y que me gustaba así. A pesar de la llovizna, abrí un poco la ventana. El aire fresco entró con tanto apuro que la cortina se sacudió hasta caer en mi café. Recordé la ropa que había dejado en el lavadero, tenía que pasar a buscarla a las ocho. Me quedé en el bar hasta que terminó el partido, tres sets corridos del croata, derrota del argentino. Pagué los dos cafés y la medialuna y salí a la calle. Había parado de lloviznar y se hacía más fácil ver lo feo que era el día. Pasé por el lavadero, pero mi ropa todavía no estaba. Sí, ya sé, para las ocho. Subí a casa. Todavía sonaba la música que había dejado en la computadora. Puse la pava al fuego y mientras preparaba mate miré la por la ventana de la cocina. Desde la ventana del piso de arriba, una mujer me miraba:
-(Qué día feo.)
-(Sí, está feo.)
-(¿Estás triste?)
-(Sí, un poco)
-(No te preocupes, es el día)
-(Sí, puede ser)
-(Bueno, chau)
-(Chau)
Ella me sonrió y por un segundo vivió dentro de un cuadro perfecto. Terminé de preparar el mate, me llevé la pava a la mesa y miré mi reloj: faltaba una hora para ir a buscar la ropa.