Giro la cabeza para que no me vea. No me hizo falta más que un segundo para reconocerla; a pesar de los años no cambió nada. Busco en el espejo, detrás de la barra, entre las botellas y la veo sentarse a una mesa cerca de la ventana: Andrea sigue siendo hermosa. Un tipo la acompaña, tal vez ese Eduardo que nombró en la nota de la revista. Buscando al mozo, ella pasa su mirada sobre mí pero no me reconoce. Yo sí cambié.
Nos conocimos hace diez años en una zapatería. Era su primer trabajo, ella quería ser escritora. A los pocos días, empezamos a salir y aquel verano nos fuimos juntos de vacaciones. La pasé a buscar después del trabajo, nos tomamos un taxi a Retiro, sacamos dos boletos a Mendoza y subimos al micro. Hicimos el amor dos veces en los asientos libres de atrás. Cuando llegamos recién amanecía. Desayunamos medialunas en el bar de la estación. ¿Por qué Mendoza?, pregunté. ¿Cómo? Que por qué elegiste Mendoza. ¿Yo elegí? Creo que sí. Ah, no sabía. Igual, dijo, es un buen lugar como cualquier otro. Terminamos de desayunar, agarramos las mochilas y salimos a buscar donde quedarnos.
Pido un whisky sin hielo. Leí sus tres libros; el último, varias veces. Cuenta algunas cosas que vivimos juntos, aunque no me reconozco en el personaje. Más bien se parece a su viejo, o lo que cree que fue su viejo. Apenas lo conoció, él se fue cuando ella todavía era una nena. En la billetera siempre llevaba, seguro todavía la tiene, una de esas fotos de bordes redondeados y colores diluidos. No, no odio a mi viejo, sólo espero que sea feliz. Andrea se ríe, habla y gesticula. Al parecer no perdió la costumbre, cada vez que contaba algo, representaba la forma de los objetos como si los tuviera entre las manos. El mozo trae el whisky, tiene dos cubitos. Lo cagaría a trompadas pero no quiero llamar la atención.
Después de buscar toda la mañana, el almacenero que nos vendió los sánguches de jamón y queso dijo que él tenía un departamento para alquilar. Vayan a verlo si quieren. Era en una esquina de la misma manzana, primer piso por escalera, un solo ambiente, cocina y baño. Bajamos al almacén, pagamos por adelantado y volvimos al departamento. Aquella cuadra y media era casi lo único que íbamos a conocer de la ciudad. Pasamos los sietes días haciendo el amor, bañándonos juntos, comiendo en el piso. Hubo largos momentos de silencio que dedicábamos a mirar el palo borracho que ganaba nuestra ventana. A veces podíamos oír el agua que pasaba por la acequia. Hoy salgamos. No sé por qué dije eso. Era nuestra última noche en Mendoza pero Mendoza era para nosotros aquel departamento. Por desgracia, Andrea estuvo de acuerdo.
Termino el whisky y pido otro. Esta vez sin hielo. El mozo mira mi mano que se cierra con fuerza sobre su muñeca y asiente. En todos sus libros, Andrea cuenta algo sobre nuestra relación. A veces me da bronca porque las cosas no pasaron así; otras veces, cuando me veo a punto de ser descubierto, da miedo. Pero por suerte ella nunca cuenta nada de Mendoza, de aquel departamento ni del sábado que decidimos salir. Me gustaría agradecerle. Andrea mira por la ventana, el sol le da en la cara y cierra los ojos.
Fuimos al centro de la ciudad, entramos a un restaurante y pedimos vino y pastas. Cuando salimos a recorrer las calles, la noche se había llenado de gente. Muchos, como nosotros, habían tomado. De alguna forma terminamos hablando con una chica y dos chicos. Nos decían que teníamos que visitar tal lugar o probar un vino que seguro en Buenos Aires no se conseguía. La chica y uno de los chicos fueron a conseguir algo de tomar. El que quedaba estaba completamente borracho y apenas se mantenía en pie. Tienen que visitar mi casa. Los invito a mi casa. No gracias estamos bien acá, dijo Andrea. El tipo le rodeó la cintura con su brazo. ¿Por qué no querés venir a mi casa?
Llega el whisky sin hielo; lo tomo de un trago. Eduardo se estira para darle un beso a Andrea. Llama al mozo y pide la cuenta. Aprieto con fuerza el vaso, tal vez se rompa. No pasa nada. Andrea y Eduardo pagan y salen del bar.
Bajamos del taxi y subimos al departamento. Me voy a acostar, dijo Andrea y comenzó a desvestirse. Fui al baño, cerré la puerta. Me miré en el espejo y golpeé la pared con el puño hasta que los azulejos comenzaron a mancharse de sangre. Hace cinco minutos no defendiste a tu novia y ahora le pegás a una pared. Matate. Ni siquiera te moviste. Fue ella la que paró el taxi. Acordate de eso. Me lavé la sangre y salí del baño. Andrea me esperaba sentada en la cama. Menos mal que no te peleaste, tenía miedo, ese tipo daba miedo. ¿Por qué no te cayás?, quise decirle. ¿Estás bien?, preguntó. No le contesté. Las palabras son tan miserables. Dormí, dijo y se metió debajo de las sábanas. Me acosté junto a ella pero ni siquiera podía mantener los ojos cerrados. El paso de los autos hacían surgir sombras que se encogían hasta desaparecer. Andrea era tan hermosa que parecía estar lejos. La besé, apenas un roce de los labios, y me apartó. Cuando estaba punto de regresar a mi lado de la cama, tiré de la sábana y traté de aferrarle las muñecas. No me importó que gritara, que me clavara las uñas en el brazo. Con las rodillas logré separarle las piernas mientras con la mano libre repasaba la cintura, la espalda, el cuerpo que aquella noche no había defendido. Cuando al fin dejó de resistirse, supe que tampoco iba a poder.
Pido la cuenta al mozo. Viajé solo a Buenos Aires, aquella misma noche, y desde entonces que no hablo con ella. Busco la billetera y elijo dos billetes. Alguien me abraza por la espalda. Basta, me dice Andrea. Perdonate.
4 comments:
... Iba bien... No sé... el final es un tanto inverosímil. Creo que la quintaescencia del cuento era precisamente la culpa del personaje. No tenía por qué volver Andrea, forzada por el autor, a decirle aquello. Pero en general bien, buen texto.
Se ve influencia de Raymond Carver.
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a: sí, el final ta choto, ya lo corregí. En realidad sí quiero que la mina lo reconozca y que el tipo lo sienta como un "perdonate" pero está mal que se lo diga. Todavía no sé bien qué le va a decir, tal vez un "Estás iguaaaaallll". También quité a Eduardo. De todas formas, anónimus, me gustan sus críticas, siempre pertinentes.
tiene mucha intensidad
muy bueno mata, me gustó mucho
coincido con el final corregido
bss
maria
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