Algo que encontré entre archivos viejos:
Antes de que Mariela me diera aquel beso había tenido que escuchar que yo no le gustaba, que nunca iba a gustarle, me había dicho que era patético, la había visto salir con otros tipos: más estúpidos y más feos, incluso algunos que eran una mierda de persona. Pero al fin, en aquella salida que mis compañeros de oficina organizaron en mi último día de trabajo, Mariela se acercó a mí. Aunque los dos sabíamos que era por lástima lo disfruté como si estuviera enamorada.
Al día siguiente me levanté de la cama cuando era otra vez de noche. Arrastré la resaca hasta el baño, me metí debajo de la ducha y abrí la llave de agua fría. Cuando salí me di cuenta de que todavía tenía puesto un pantalón empapado y de que no había ninguna toalla cerca. Me miré en el espejo mientras la ducha abierta hacía rebotar su murmullo contra los azulejos. Mejor callate, dije. Me lavé los dientes, vomité y volví a lavarlos. Sentí un corte la parte interior del labio. Aunque no me dolía, era profundo, como si faltara un pedazo de carne. En el espejo casi no se notaba, para verlo tenía que doblar el labio y tirar hacia abajo.
Ahora, cada vez que mi mujer me da un beso, su lengua se demora en aquella, su primera, cicatriz.
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