En París me pasaron cosas muy lindas. Así empezó. Claro que nunca había estado en París y lo más probable que tampoco le pasaran cosas lindas. Pero pensaba que no podía ser difícil haber estado en París si había nacido en Buenos Aires y que las cosas bonitas se vivían acodado sobre alguna barra de Balvanera. En aquel bar escuchaban con atención, hasta habían bajado el volumen del televisor y ni siquiera era necesario hacer callar a Néstor. Una vez conocí una chica. Una pausa, un sorbo a su whisky, sin hielo por favor. Era hermosa, claro que no una hermosura ordinaria, no señor, si hasta le faltaba un ojo. Llevaba parches que cambiaba con coquetería; a veces negro para combinar con los vestidos de noche, no saben lo bonita que se veía de negro, otras turquesa para lucir por las calles estrechas de parís y uno verde que competía con su mirada. Incluso tenía uno que a siemple vista parecía cubierto de puntos pero que en realidad eran mariposas diminutas, mariposas que sólo podían verse por la noche, cuando te regalaba la paz de su sueño. Otro día, miró al camarero que se apuró en llenarle el vaso. Otro día, un hombre me regalo un papel sucio que parecía haber sido arrancado de algún cuaderno o libro. El tipo después de hacerme cerrar el puño sobre esa basura, se fue corriendo. Estuve a punto de tirarlo antes de siquiera ver qué era. No sé si fue piedad, curiosidad o la certeza de que la ciudad me vigilaba, la calle delgadísima no me permitiría deshacerme con tanta facilidad de uno de sus caprichos. Abrí el puño, leí aquellas palabras, la tinta corrida, el pulso torpe pero que escribía con la ferocidad de estar matando el tiempo. Era un poema. Amigos, no soy un intelectual pero me considero un hombre sensible. Y ése era un poema maravilloso. De pronto las calles se me hicieron mentira. No había nada, no necesitaba nada. No sé cuántos días estuve vagabundeando por París, durmiendo a sus pies, llorando y llorando. Tomó otro sorbo de su whisky que de alguna forma volvía a estar lleno antes de quedar vacío. Todos sintieron el llanto y era imposible mirar al hombre por más de un segundo. Es tan difícil ver a un hombre llorar, un hombre que recuerda haber llorado. Un día decidí que no podía seguir existiendo así, tan fuera de la vida. No sé a quién le di aquel pedazo de papel. Hizo la pausa que requiere beber un vaso de un solo trago. Una vez caminaba por un parque, dijo y durante toda la noche, París se dibujó entre ellos; afuera Buenos Aires se iba a dormir con una sonrisa en su cielo.
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