Continuación de la buhardilla:
Hacía rato que estaba sentado en el tejado; detrás de tanto edificio, la torre Eiffel, si no podés verla no estás en París. Sostenía una copa vacía pero en la botella ya no quedaba nada. El atardecer se perdía del otro lado; mejor no hacerle caso al día perdido. Santos me miraba y de vez en cuando trazaba una línea negra con su pincel. Hacía semanas que trabajaba en el mismo cuadro, capas de negro sobre capas de negro. No sé por qué me necesitaba en el tejado pero el vino que compraba era español y no pensaba perder semejante oportunidad. Además, la sensación de vértigo siempre me atrajo. Soñaba que un día iba a morir así, o de cualquier otra forma, y que iban a encontrar mi caja llena de poemas. Tanto arte perdido. Pero por suerte encontramos esta caja. Sí, por suerte el mundo va a poder vivir toda esta belleza. Nora iba a leer en un diario de Buenos Aires, acerca del poeta perdido dos veces: cuando Buenos Aires lo expulsó y cuando cayó de un tejado en pos de la pintura perfecta. Porque siempre fui generoso, Santos también iba a conocer la fama. Ya nadie le creía que la fama no le importara. Nora, pobre Nora. Toda esa culpa iba aplastarla. Tenía que escribir un poema para que supiera que la había perdonado hacía rato. Pero no dejarlo en la caja, guardarlo en algún bolsillo para que fuera descubierto más tarde. Che, dijo Santos, le encantaba decir “che”, son las siete.
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