Cuando era chico tenía un amigo con el que iba a los fichines, más que nada a jugar al flipper del Star Wars. Jugábamos uno de cada lado, por lo general yo manejaba la paleta derecha y él la izquierda. Éramos buenos realmente, nos sabíamos todas las jugadas y hasta nos hacíamos pases. Podíamos sacar dos o tres créditos por cada ficha. Cuando no teníamos plata, salíamos a andar en bicicleta: él usaba la de su hermana y yo la de él. Dábamos vueltas por un parque enorme que tiene un puente sobre la avenida. Me acuerdo que, sin cambios, me costaba subir al puente. Y también me acuerdo de la sensación de que iba a abandonar a mitad de camino y de la satisfacción de llegar hasta arriba. Algunas veces, pocas en realidad, tiramos las bicis al pasto y nos sentamos a charlar. Hablábamos de cualquier boludez. Y también hablábamos de chicas. Una vez me contó que le gustaba Julia. Que se moría de amor por Julia. Pero que estaba seguro de que Julia nunca le iba a dar bola. A mí también me parecía que no le iba a dar bola Así que no le dije que estaba equivocado sino que me pasaba lo mismo con Leti. Y era la primera vez que le contaba algo así a alguien. Era la primera vez que podía mostrar mis miedos y se sentía como bajar de aquel puente, sin ninguna necesidad de pedalear.
Dos meses después de esa conversación, mi amigo encaró a Juli. No sé qué le dijo pero ellos nunca salieron ni nada. Yo a Leti nunca le dije nada. De a poco dejamos de vernos con mi amigo. Él empezó a verse con otras personas, empezó a fumar y a salir a lugares a los que yo no iba. Ya no nos juntábamos a jugar al Star Wars. Me habían traicionado.
Un día mi amigo se acercó y no había forma de que pudiera evitarlo. Me preguntó por qué ya no le hablaba. Porque empezaste a fumar, me apuré a decirle. Y mientras lo decía me escondí con la cabeza bien en alto, traté de sostener su mirada apilando la mayor cantidad de estupidez posible. Quería decirle tantas cosas, contarle del miedo que tenía a tanta soledad, del miedo a que Leti se burlara, de lo lejos que sentía la cima del puente. Pero tanta estupidez me cubrió la boca y él se alejó sin pedir más explicaciones. Entonces entendí que el traidor había sido yo.
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1 comment:
Que identificado me siento con lo que escribiste, demasiado...
A veces también tengo ganas de ir a preguntarle yo pero el miedo a que sigamos siendo estúpidos me paraliza. Y lo malo de todo esto es que seguro que seguimos intentando subir el puente, cada uno desde un extremo diferente.
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