Frases de la noche:
"- Esa filosofía tuya es bastante mala.
- Puede que sea mala...pero es mía. Y eso nadie me lo quita."
"Hay cosas, amigo, que uno tiene que afrontar sobrio."
"Es al pedo empujar cuando la pija es corta."
Sunday, May 31, 2009
Thursday, May 28, 2009
Muchas personas se quejan de mi falta de memoria pero pocas reconocen la ventaja de tener buen olvido:
- Podés contarme la misma historia mil veces sin lograr aburrirme.
- Tengo una incapacidad de guardar resentimiento, no importa qué hayas hecho.
- Voy a sorprenderme cada vez que me cuentes esa anécdota de tu perrito.
- Puedo alegrarme varias veces por el mismo hecho.
- Perdono en el 100 % de los casos.
- Mi entusiasmo no merma, no importa cuántas repeticiones lleve.
- Doy infinidad de oportunidades.
- Podés contarme la misma historia mil veces sin lograr aburrirme.
- Tengo una incapacidad de guardar resentimiento, no importa qué hayas hecho.
- Voy a sorprenderme cada vez que me cuentes esa anécdota de tu perrito.
- Puedo alegrarme varias veces por el mismo hecho.
- Perdono en el 100 % de los casos.
- Mi entusiasmo no merma, no importa cuántas repeticiones lleve.
- Doy infinidad de oportunidades.
Tuesday, May 26, 2009
Acabo de terminar Ask the dust (Preguntale al polvo) de John Fante (Juan Fanta) y me gustó mucho. De todas formas, me parece que va de mejor a peor. El último tercio cae un poco pero aún así se sostiene bien. El tipo tiene una prosa potente, cada párrafo es una locomotora. La historia avanza y avanza. Empieza a destartalarse cuando involucra la marihuana en la cuestión. Se nota que está empapado por los prejuicios existentes en su época (década del 30) entre la sociedad yanqui y le da al porro un rol preponderante en la resolución del libro. También me dio la impresión de que lo escribio apurado, no sé si fue así, pero hay cierta desprolijidad (que no afecta ni un poco la calidad del libro) que hace pensar en el tipo desvelado, escribiendo a toda velocidad. En fin, otro escritor yanqui que me gusta.
Ayer vi Chungking Express de Wong Kar Wai. Me gustó aunque no me voló la cabeza como Happy together del mismo director. Pasa que en esta película la historia no llega a calar, todo sucede con una mayor armonía. Uno no siente angustia ni felicidad ni nada, como si fuese un entrenamiento para las películas que vendrían después (Happy together, In mood of love, 2046). Tal vez la estructura de la narración no lo ayudó. Pasa que cuenta dos historias apenas conectadas por el puesto de comida Chungking Express y tal vez no hay espacio suficiente para dos historias, no sé. De todas formas es una buena película para día de lluvia o viernes a la noche.
Thursday, May 21, 2009
y así se quedó toda la noche, escribiendo en aquel rincón de la pared, acostado en la cama, sobre el colchón que parecía estar relleno de un hedor que se hacía sangre. Escribió hasta que ya no hubo lugar en su rincón, demasiado derrotado para darse vuelta, para buscar otra sombra. Escribió sobre lo ya escrito hasta que las oraciones se encimaron en un silencio azul. Escribió hasta quedarse sin tinta y las palabras surgieron blancas, rayadas de yeso. Escribió, escarbó y así siguíó, arrinconado entre lo
Wednesday, May 20, 2009
Amada mía de Oscar Alemán, uno de los temas que este jueves a las 21 en La Dama Bollini (Pje Bollini 2281) tocará la Orquesta Inestable.
Cuando era chico (y no tanto) solía escaparme del colegio o de cualquier otra obligación para ir a jugar a los fichines. Había uno en Canning y Corrientes que estaba atendido por un chino y que era muy barato: 8 fichas por un peso. En aquella época era aún más adicto que ahora. Podía levantarme un sábado temprano para ir cuando abrían y muchas veces llegué a estar antes que el dueño, ahí parado con la persiana todavía baja. Y entonces era yo quien encendía las máquinas de los juegos que quería jugar. A pesar de que todas las máquinas eran iguales, podía distinguir los juegos por la posición que ocupaban en el local. Ahí me quedaba todo el día, diez, doce horas o las que fueran hasta que se me acabara la plata. ¿Que si comía? A veces iba a una pizzería que había cerca, comía dos porciones apurado y regresaba a mi adicción. Por lo general jugaba a los de fulbo y al street fighter. Era muy bueno en el street fighter.
Después, la birra me enseñó otros caminos.
PD: desafío a quien sea a jugar un Street Fighter. Al dos, porque los otros no llegué a jugarlos. Me gustaba ese que tiraba la bola en zig zag.
Después, la birra me enseñó otros caminos.
PD: desafío a quien sea a jugar un Street Fighter. Al dos, porque los otros no llegué a jugarlos. Me gustaba ese que tiraba la bola en zig zag.
Tuesday, May 19, 2009
Cuparo tiene razón, el Bolero de Ravel son 15 minutos de puro metal que pueden cambiarte todo un día.
Suban el volumen al mango y no hagan nada más.
Suban el volumen al mango y no hagan nada más.
Monday, May 18, 2009
Friday, May 15, 2009
Thursday, May 14, 2009
Wednesday, May 13, 2009
Qué extraño conocernos así, dijo y sonrió. Todo es cuestión de timing, dije. Ella me miró y su sonrisa se convirtió en sorpresa, casi asco. Vos estás mal, dijo. No sé qué habrá querido decir pero como era el primer desayuno que compartíamos decidí no hacer caso y servirme otra taza de café. No me estás escuchando, te digo que estás mal. Su insistencia empezaba a desagradarme. ¿Mal en qué sentido? Mal, no sé. Hay algo que está mal y no soy yo. Miró por la ventana, la luz llegaba blanca, como si de pronto el verano se hubiese convertido en otoño. Parece que va a hacer frío. ¿No tenés frío? Recién levantado de la cama, todavía estaba en cueros tratando de alejar el calor de mi cuerpo. No respondí, había algo en su tono de voz que no me gustaba. Me miró como si yo hubiese dicho algo, una mentira. ¿Por qué no tenés frío? Porque no, mujer, ¿qué te pasa? No estarás casado vos, ¿no? ¿Pero qué tiene que ver? Y, además, ya te dije que no, que acabo de terminar con mi novia. Mejor me voy, dije sin siquiera terminar de untar la tostada. No, no te vayas, perdoná, es que tengo esta sensación. Perdoná, no te jodo más, quedate, me gusta estar con vos. La verdad era que a mí también me gustaba, nos entendíamos como si nos conociéramos de siempre. Incluso esas conversaciones sin sentido me resultaban familiares. Miró otra vez por la ventana y movió la cabeza como si quisiera sacudirse algún pensamiento. Sonrió, sonrió para mí, se levantó de su silla y se sentó en mis piernas. Sus manos heladas recorrieron mi cuerpo. Tenés mala circulación, dije. ¿Cómo? Mi ex tenía las manos frías y decía que era por eso. Sí, tengo mala circulación, dijo y otra vez cambió su expresión. Ahora era pura tristeza. ¿Cuánto tiempo salieron con tu ex? Del otoño al verano, nueve meses. ¿Fuiste feliz con ella? No quise mentirle. Sí, fue la época más feliz de mi vida. ¿Por qué cortaron? Pensé en todos los desacuerdos, las discusiones, en la necesidad del otro y supe que todo había sido por falta de timing. No, mejor no me cuentes. Nunca me digas por qué cortaron. Prometeme que nunca me vas a contar. Asentí. Las lágrimas volvieron sus ojos transparentes; a través de ella vi la ventana, la calle, las personas abrigadas contra el frío del otoño y la certeza de que nos quedaban nueve meses de felicidad.
Tuesday, May 12, 2009
Monday, May 11, 2009
Fui varias veces a Tokio. Es fascinante, aunque nunca me gustó esa ciudad. La última vez, gracias a Chitose, pude disfrutarla un poco más pero, aún así, no la elegiría como mi lugar en el mundo. Es que uno ve en las películas ese perfil tan moderno, tan luminoso, tan limpio: y es así nomás. El problema es que cuando uno va por la calle, esa sensación como de publicidad, donde todo está donde debe estar, se mantiene. Y no tiene mucha onda. Es que no queda lugar para nada más. Está todo tan bien pensado y organizado que es difícil ver otro camino. Japón, sin un solo recurso natural, pasó de ser un país destruido por la guerra a posicionarse como la segunda potencia económica. Esto tiene sus consecuencias: Tokio es la ciudad más triste que haya visitado. Tantas personas de traje que caminan apuradas; tantas personas agotadas por el día de oficina que se quedan dormidas en el tren, las cabezas caídas hacia delante, como si rezaran, como si se lamentaran; hay tanto silencio de no gritar que la soledad te rompe los párpados.
Me gusta vivir en Buenos Aires.
Friday, May 08, 2009
De chico, cuando iba camino a la escuela, me gustaba pararme en mitad de la calle Campichuelo, una calle finita por donde pasan tres líneas de bondi. En un punto, hay un puente que cruza sobre las vías. Ahí me paraba yo. Al principio mi hermana se asustaba mucho, me gritaba y tironeaba del brazo, pero al final se fue acostumbrando hasta que un día me dejó ahí y siguió hacia la escuela. No es que yo fuera suicida, todo lo contrario, me creía bastante inmortal. Pero había algo que me gustaba. No sé bien qué. La sensación de vértigo, la certeza de que todo es ilusión o sólo el espectáculo de ver aquellas moles irrefrenables acercándose, haciéndose cada vez más grandes hasta que se veían obligados a esquivarme. Ahora que pienso, supongo que tenía que ver con el poder. Sentir el poder de hacer que aquel caudal de acero y máquina se abriera a mi paso. A lo moisés moderno. Sí, creo que era eso. A veces iba de un lado al otro de la calle para que los conductores no supieran qué hacer y recién me corría en el último segundo; hubo otras en las que me quedé paradito en medio de los dos carriles y sentí los autos pasar a mis lados. Una vez, hice eso mismo y fueron dos colectivos que pasaron al mismo tiempo. No sé si tienen ubicada la esquina que digo, pero apenas si entran dos colectivos. Habrá sido mi imaginación, pero sentí cómo el metal acariciaba mis hombros mientras trataba de ahuyentar los gritos y bocinazos. Tengo una relación cordial con la muerte, no llega a ser amigable pero sabemos entendernos. Como esos compañeros de clase con los que uno sabe que puede hablar aunque nunca entablaría una relación. Las veces que estuve a punto de morirme, no tuve miedo, no se amontonaron recuerdos, no pensé en nadie, no nada. Claro que no volví a hacer algo así, es que me da vergüenza que me anden tocando bocina o gritando. También porque, con los años, a uno lo convencen de que puede morirse y que morirse no tiene onda.
Thursday, May 07, 2009
Urgente
Acabo de enterarme de que van a vender el departamento que alquilo. Eso quiere decir que necesito juntar dinero en muy poco tiempo para poder mudarme. Lo que me lleva a buscar otro trabajo porque las clases y la escritura no me permiten ahorrar nada. Así que si saben de algo, cualquier cosa me refiero, me avisan, eh.
Esa noche, no sé cómo, me fui del brasilero guiado de la mano por una chica. Por lo general salgo con el resto de los pibes a tomar la última cerveza en algún bar que todavía esté abierto. A veces, pocas, únicas, en realidad, mi borrachera logra apartarme y veo, desde lejos, cómo sin mis torpezas mi cuerpo se desempeña con relativo éxito. Decía, salimos del brasilero y empezamos a caminar. Vivo acá cerca, dijo y noté algo extraño en su acento, como el de un extranjero que hace tiempo vive en Buenos Aires o un porteño que vivió demasiado en otra parte. Llegamos a una esquina y se nos acercó un tipo para pedirnos unas monedas. Se notaba que hacía años vivía en la calle o tal vez toda su vida. Flaco, ¿no te sobra una moneda para que me compre algo de comer? Por lo general en estos casos nunca doy plata. Me digo que es porque mejor no darles, porque siempre hay alguien más que se aprovecha de esta pobre gente, porque seguro lo usan para sus drogas o alcohol o un vicio peor. Eso me digo. Pero frente a Francisca no podía quedar como un tacaño. Aunque para mí Francisca ya era una mentirosa. ¿Mirá si alguien se va a llamar Francisca? Así que le dejé dos pesos. Ella siguió como si nada, incluso tuve que apurar el paso para alcanzarla. Llegamos a una puerta, subimos unas escaleras hasta otra puerta y entramos. Una cocina integrada a un comedor, una mesa y dos sillas, y un cuarto con una cama grande y decorado con vestidos de colores. Tal vez no fuera la decoración sino que las paredes mismas eran su armario. Dijo muchas cosas aquella noche, supongo que la mayoría eran falsas, como su acento. Mencionó muchas veces su país, en mi país, pero por suerte la borrachera me borró sus palabras. Me levanté con un ruido de llaves y el mecanismo de la cerradura que se abría. Miré la puerta del cuarto entornada, la línea recta de luz interrumpida por la sombra de quien entraba a la casa. Busqué mi ropa, me vestí sin ponerme los calzones ni las medias que guardé en los bolsillos. Entró alguien, dije pero Francisca se negaba a despertarse. Che, hay alguien en la casa. No quise levantar la voz. Me puse las zapatillas y esperé entre sonidos de platos y vasos, la silla que se arrastraba, la pava que se apoyaba sobre la hornalla. Ahora estaba seguro, aquellos vestidos no eran decoración. Abrí un poco más la puerta y miré por la rendija. Un bulto gris estaba sentado en la silla, inclinado hacia la mesa. Abrí un poco más y los goznes se quejaron. El bulto se dio vuelta y me miró. Con una decisión que no sentía, salí al comedor. El tipo que me había pedido las monedas tomaba su desayuno. Sobre la mesa, ahora cubierta con un mantel, un plato con un sánguche, una taza de café con leche y un manojo de como veinte llaves. Buen día, dijo y cuando no respondí su saludo volvió a su sánguche. Abrí la puerta, bajé las escaleras y cuando quise abrir la otra puerta me di cuenta de que estaba cerrada con llave. Volví a subir. ¿Podrías abrirme? Sí, claro, ahí bajo con vos. Agarró el manojo de llaves, terminó el sánguche de un bocado, bebió de la taza y dejó plata sobre la mesa: montón de monedas y un billete de dos pesos.
Wednesday, May 06, 2009
Una vez mi viejo me regaló una bolsa llena de los tubitos que se usaban para guardar rollos, cuando las cámaras todavía funcionaban a película. Había de plástico negro y blanco. Tomá, para que juegues, dijo. Yo ya estaba acostumbrado a las sobras. Soy el menor de cuatro hermanos y todas las cosas que tuve hasta los 13-14 años ya habían sido de mis hermanos mayores. He llegado a usar ropa de mujer por esta condición de zaguero. Pero mejor esto lo cuento en otro momento. Tenía mi bolsa llena de tubitos. Lo primero que se me ocurrió fue usarlas de blanco para el arma que hacía poco había armado con banditas elásticas y dos tubos de cartón de papel higénico. El primero lo había rescatado de la basura, el segundo lo produje después de desenrollar cincuenta metros de papel en una bolsa. El arma resultó ser no tan precisa: los tubos de plástico quedaban intactos, sin importar cuán juntos los pusiera o cuántos pisos lograba apilarlos. Después del enésimo intento bajé de un manotazo la pirámide que había armado. Mientras juntaba los tubitos pensaba en cuando me quedara solo en el mundo. (Es que debo confesar que, aunque acostumbrado, no es que me gustara ser el menor) Porque, ya lo sabía entonces, en algún momento comenzaría a llover y sólo habría unas pocas isalas habitables y yo sería uno de los pocos sobrevivientes. Claro que a esas edad ni siquiera intuía que esas islas serían más bien personas. Iba yo pensando en esto mientras juntaba de a uno los tubitos cuando me dije: - Qué bien, ya tengo mi arma para cazar. Y entonces supe por qué mi viejo me había dado aquella bolsa. En aquel tiempo pensaba que mi viejo y yo compartíamos un código que nadie más sabía. Nos mandábamos mensajes que jamás revelábamos a nadie, ni siquiera al otro para hacerle saber que lo había entendido. Y yo había entendido que mi viejo me había dado aquello para el futuro lleno de islas y agua. Así que en secreto convertí veinte de aquellos tubos en dos equipos de supervivencia, el negro para mi viejo y el blanco para mí. Había uno lleno de fósforos y con un pedacito de la parte negra de la caja, donde se raspan, pegado a la tapa; otro lleno de alcohol; otro con un piolín onda de pizzería; cinco llevaban agua; uno con tang de naranja y uno con clips sueltos. No sé, me encantaban los clips y pensaba que podían ser útiles. Dejé el equipo de mi viejo en su biblioteca, detrás de unos libros. Cada vez que él pasaba por ahí sentía aquel código que nos unía y el guiño casi imperceptible que me dedicaba. Con los años, mi viejo y yo fuimos alejándonos hasta no comprendernos para nada. Hace poco, durante mi visita semanal, le robé el último tubito que le quedaba de la era analógica; adentro sobrevivían los clips, sólo que ahora estaban convertidos en una cadena brillante.
Tuesday, May 05, 2009
Cuando era chico tenía un amigo de la escuela que se llamaba Leandro. Con Lea, así le decía, nos contábamos todo. Por lo general cosas que nunca habían sucedido. Lea vivía a la vuelta, en la misma manzana que mi abuela, y pasaba muchas tardes en su casa. A la mañana iba a buscarlo, le tocaba el timbre y caminábamos siete cuadras juntos hasta la escuela. Hablábamos de lo que habíamos hecho, que por lo general estaba mezclado con el sueño de la noche anterior, y satisfechos de haber sido escuchados, avanzábamos convencidos de nuestras hazañas. Como aquella vez en que yo había saltado desde la terraza de la tintorería o la vez que su mamá le había dejado manejar el auto y él hizo la willy. Aquel juego, en el que las aventuras de uno se confirmaban con las aventuras del otro, siempre algo más exageradas, duró hasta quinto grado. Algo sucedió en ese momento, alguna chica, tal vez, y a partir de entonces las fantasías fueron retrocediendo. Cada vez los saltos eran más cortos, las jugadas más verosímiles y las conversaciones menos sinceras.
Juan Domingo Perdón.
Sunday, May 03, 2009
Saturday, May 02, 2009
Levantarse a la mañana temprano un sábado provoca estas cosas: pensar boludeces. Levantarse provoca boludeces pero en fin. Estaba pensando en una biblioteca alrevés. O sea, un solo libro escrito por una cantidad indeterminada de personas pero para un solo lector. Mi delirio circuló por todas las ramificaciones hasta llegar a algo más práctico: crear una página abierta donde pueda escribir quien se le dé la gana pero con el único objetivo de crear un libro. Empezar con pocas pautas y muy simples y que los escritores después vayan creando ellos mismos el resto de las leyes que regirán ese universo. Estoy pensando que se necesita un núcleo de escritores comprometidos para que la cosa no quede colgada. En fin, estoy pensando muchas boludeces. Ya les contaré si la idea progresa.
Subscribe to:
Posts (Atom)