Sunday, February 27, 2011



Sí, mi apellido es japonés. No, yo no soy japonés.



Una historia (sea literatura, cine o fotografía) me parece buena cuando la siento en la piel. Los ojos, los oídos, la mente, incluso el alma, terminan siendo simples abogados. La piel es la jueza. En realidad, estoy diciendo mal. Es una sensación en la piel. Otra vez me equivoco. Es la falta de piel. Eso, la falta de piel.
Hoy iba en el bondi, leyendo un cuento de bolaño. El cuento era largo y varias veces me fijé cuánto me faltaba. La angustia de no poder terminarlo antes de mi parada me comía los ojos. Cuando doblaba por Acoyte pensé Mierda, no llego. Igual seguí leyendo. Por suerte, los dos semáforos hasta mi casa me dieron el tiempo justo para leer hasta la última línea y bajar apurado. Cuando salté a la vereda me di cuenta de que había sido una buena historia. Las cosas, todo a mi alrededor me llegaba como si no existiera límites entre el universo y yo. Como si no tuviera piel. Una chica llevaba en la mano una hoja seca, enorme, y la hacía girar como una flor. Guardé el libro en la mochila mientras daba pasos cortos. Miré a la mujer que había bajado delante de mí. Las baldosas se movían con sus pasos, como si la única razón por la que no caía al centro de la tierra fuera que alguien, su reflejo oculto detrás del piso, estuviera haciendo todos sus pasos opuestos. El bondi aceleró para cruzar antes del semáforo en rojo, retrocedí, miré alrededor. En el edificio, en el segundo piso, un tipo miraba la tele, los azules, los azules. Todo lo que estaba sucediendo se me metía y me parecía maravilloso. Mata Esponja.

Thursday, February 24, 2011

Estuve de vacaciones en Brasil, ya contaré acerca del viaje pero ahora quiero hablar de otra cosa. Decía, estuve en Brasil, cerca de Salvador Bahía, en la isla Boipeba, en un pueblito que se llama Moreré. Alquilamos una casa en la playa y nos quedamos ahí. Fueron dos semanas de simplemente estar. Y de tanto estar llegar a ser. Estar y ser son las palabras precisas.
Hace un tiempo sentía que cuando viajaba me era más fácil escribir y sacar fotos. Después me di cuenta de que no se trata de viajar sino de mirar las cosas de otra manera. Ahora entiendo que todo eso, viajar, mirar de otra manera, son herramientas para apartar los mecanismos que nos cubren hasta dejarnos ciegos. Deleuze decía que (esto ya lo conté) no existen las hojas en blanco. Al empezar a escribir los escritores no se enfrentan a una hoja en blanco sino a una llena, tan tapada de clichés (de mecanismos) que no te dejan ver lo que realmente querés contar. El trabajo del escritor es hurgar entre esa maleza para encontrar una verdad.
En Moreré pasé mis días sentado o recostado en una hamaca. Cada mañana me tomaba unos mates y unas cervezas. Miraba el horizonte, escuchaba el mar y sentía la brisa en la piel. Estaba ahí. Sin nada de por medio. Yo era en ese momento y en ese lugar.
Saqué muchísimas fotos. Todas muy parecidas, del mismo lugar, desde el mismo lugar, tratando de vislumbrar qué había detrás de tanto cliché. Y ahí comprendí algo: no es cuestión de viajar, ni de mirar de otra forma, sino de realmente mirar para realmente ver. Estar de verdad para ser de verdad. Dejar de mentirnos, al menos un instante, una foto o un par de palabras.