Monday, February 27, 2006

¿cap3? ¿Inicio?

Esto iría después de una escena en la oficina que todavía no escribí.


Salgo del ascensor y camino por el pasillo sin encender la luz. Por debajo de la puerta del departamento, la luz se entrecorta con pasos que recorren de lado a lado el comedor. Abro la puerta. Andrea me mira mientras deja caer ropa en una caja de cartón enorme. El abrazo me llena desde adentro. Su olor, la suavidad de su pelo, el calor de su piel y ella. Hola, me dice al oído. Hola, digo mientras me aparto y doy un paso hacia atrás. Vine a buscar mis cosas, en un intento por no llorar se apura a terminar las palabras.
¿cap 2?

Esto no va a ir. Demasiado cerebral, le falta alma.

Vuelvo a casa y Andrea no está. Me quito la ropa que cae en mi camino hacia la cama. Me acuesto boca arriba porque la punzada en las costillas me hace imaginar un moretón enorme. No logro dormir pero tampoco puedo levantarme. Tal vez estoy dormido y sueño mi vida. Como cuando viajo en subte, todo se vuelve más lejano. El universo que me separa del mundo puede ser atravesado por un solo sonido a la vez: el chicle que se mueve en la boca de un nene, el golpeteo rítimico de un pie contra el piso, la respiración esforzada de un viejo. El mundo en un libro donde cada letra sólo puede leerse después de otra letra, como si el mundo fuera una sola cosa a la vez. Ahora es el silbido del ventilador de la computadora. ¿Dejé la computadora encendida? Puedo distinguir el sonido de mensaje nuevo. A través del monitor apagado, la pared del comedor, la pared del cuarto y mis ojos cerrados, leo las palabras de ctrl z: estás ahí? Sé que estás ahí, me lee ctrl z al oído.
Disculpas por no subir nada estos días. Mi ex novia, amiga, persona que mejor no debería ver por un tiempo, me mantuvo la cabeza ocupada en otras cosas durante el fin de semana. Vamos a llamarla Andrea. Andrea se quedó a dormir en mi depto el otro día, camas separadas por supuesto. No pasó nada pero fue suficiente para que estuviera bastante pelotudo todo el fin de semana.

Les dejo esto que no va a entrar en la novela porque es demasiado cerebral y le falta alma.

Friday, February 24, 2006

Mal uso de este blog.

Disculpen pero voy a usar este blog para algo que no le es propio: publicidad.
Abrí otro blog: hayqueescribirlo.blogspot.com
En éste voy a poner ideas que acumulé durante años para escribir relatos. Muchas de ellas jamás llegaron a ser más que ideas, otras intentaron ser cuentos. Bueno, están ahí para quien quiera usarlas. Las ideas de este blog son de quienes las trabajen.

Wednesday, February 22, 2006

La vanidad no es más que la necesidad de que los demás confirmen la propia existencia. Por eso este tipo de vez en cuando necesita que la gente reaccione ante su ser. Por eso a veces él necesita reaccionar ante la existencia misma, desafiarse a romper los límites de su individualidad, sin importar si alguien lo observa o no. Llamar a todas las mujeres que conoce es pedir decime que existo. Claro que es mucho mejor cuando te dicen existís y sos lindo.
Amar es ser feliz por saber que el otro existe. No importa dónde o qué haga el otro, la conciencia de la existencia de esa persona te hace feliz.
Si el universo fuera lineal, se debería deducir que la vanidad no es otra cosa que un amor egoísta. O que el amor es la propia vanidad depositada en otro, pero ahí ya me estoy yendo a la mierda.
Tengo que dejar de pensar boludeces y ponerme a escribir.

Tuesday, February 21, 2006

¿cap 2?

Esto puede ser el inicio del nuevo capítulo dos. Lo subo al blog por el compriso adquirido pero espero escribir algo mejor después.


Hace calor y la humedad cubre la calle de una película aceitosa. El aire se pega al cuerpo como si tuviera miedo de quedarse solo. La noche cubierta de nubes refleja una oscuridad amarillenta y tengo la sensación de que no existo. Saber que es una contradicción no me hace sentir mejor; ahora comprendo que no es que pase desapercibido en el universo sino que el universo me evita. Mientras camino trato de ver a las personas a los ojos pero nadie me devuelve la mirada: el taxista observa su espejo retrovisor, el que atiende las flores rocía los pétalos con agua en polvo, la mujer que pasa junto a mí parece apurada, tacos que resuenan a cada paso. Una joven pareja tomada de las manos camina de frente hacia mí. Ella le dice algo a él, que asiente pero permanece en silencio. Si no se separan van a chocar conmigo. Ahora, él dice algo, la mirada aún al frente. Me detengo pero ellos siguen sus pasos, levanto los brazos y hago señas. No quiero que me atraviesen, no quiero no existir. Avanzan. Beso a la chica que después de un segundo responde mi beso. Siento una mano fuerte en mi hombro que me tira hacia atrás. Antes de que su puño golpee mi cara, lo beso a él en los labios que responden aún más rápido que los de la chica. Me empuja y caigo al piso. No logro eviar sonreír; la patada en el estómago me deja sin aire y después sólo puedo ver sus piernas cuando se alejan apurados. Ahora todos en la calle me miran mientras recupero el aliento.

Monday, February 20, 2006

A mí también me parece que coger con g suena mejor. No sé por qué la j suena más agresiva. Aunque si aplicamos una regla práctica, la j nos permitiría diferenciar los verbos.
Disculpen que no escribí nada estos días. Como dije antes, soy una lacra.
Al menos sumo una escena:
Feliz, comentarista del post anterior, me brindó a través de su blog una escena para la segunda parte de la novela. La vestuarista va a cagar a trompadas a un tipo que le grita o chista en la calle. Todavía no sé qué va a hacer nuestro protagonista. Enamorarse, claro. Pero estaría bueno que participe en la trompeada a pesar de que él mismo se reconoce pajero.

Saturday, February 18, 2006

Acabo de tomar una decisión importante acerca del futuro de este blog. Voy a incluir cuestiones personales que me parecen pertinentes para el desarrollo de la novela. Es posible que esto desvíe un poco el contenido del blog de la confección de la novela, pero también es algo cierto que la literatura es autobiográfica. De todas formas, hay que tener en cuenta que esto lo decidí en pedo y que en este momento también estoy algo bebido.

Ayer me dijeron que todas las mujeres deberían enamorarse de mí, y me lo dijo una mujer inteligente y hermosa. Qué bien, ¿no? Yo me siento muy orgulloso. Más que orgullo, vanidad es lo que siento. Qué extraña forma de felicidad puede ser la vanidad, que para colmo riman entre sí. La felicidad también puede ser patética. De todas formas no conozco muchas mujeres que se hayan enamorado de mí. Tal vez una o dos. Y claro que pensé preguntarle si ella estaba enamorada de mí. Y claro que al final no lo hice.

Lo importante para el relato es que la felicidad también puede ser patética. Nuestro protagonista va a elegir la vanidad a cambio de un poco de felicidad, que por más patética que sea, no deja de ser feliz y deseable. En realidad, ya había pensado una escena en la que él muy triste empieza a llamar a todas las minas que conoce. No tanto para olvidar el dolor de la pérdida, que no logra sentir del todo, sino por vanidad. Quiere sentir el orgullo básico y oscuro que llega cuando te cogés a alguien, sin importar mucho quién sea. Claro que cuanto más linda esa otra persona, mayor la vanidad porque hay más competencia para conseguirla. Tiene hambre de sentir algo de felicidad, que puede ser superficial. Pero esa necesidad no está en la superficie sino en una cueva negra en lo profundo de nuestro ser.

PD: ¿coger de tener sexo va con g?
PPD: basta de boludear, tengo que ponerme a escribir

Friday, February 17, 2006

Mi buena amiga Paula tiene razón al decir que es como message in a bottle, altísimo tema de The Police. Cuando escribía lo de las islas rodeadas de océanos de mierda me acordaba de esa canción.
tengo que agregar al menos un capítulo entre el uno y el dos. Uno que lo muestre en su todos los días. La oficina, los compañeros de laburo y demases. También algo de su entorno social. Llamada de amigos, reuniones y cosas así.
Me duele mucho el cuello. Mierda.

Wednesday, February 15, 2006

Esto no va a ir

Esto lo escribí como el final del primer flashback. Pero no va a ir. Me parece demasiado explicativo, además de desviar la anécdota por un rumbo que no quiero. De todas formas, si vamos a respetar el principio de este blog hay que publicarlo.

Fui al baño. Lloré, me lavé la cara y volví a salir. Flor me esperaba en el comedor. ¿Bailamos?, dijo y su sonrisa me devolvió a mi cuerpo. Sólo pude asentir. Nos tocó un lento. Nos movíamos al compás, separados por nuestros brazos extendidos. Gracias por invitarla a bailar, dijo. Al principio no entendía. Mientras girábamos miré a la amiga de Flor, que no era nada fea. Entonces comprendí. Ella me premiaba por un supuesto sacrificio. Había sido cobarde antes y volvía a serlo ahora, mientras bailaba con Flor.
¿cap1?
Flashback
Continuación de continuación.

Pablo sacó a una chica a bailar y otra pareja comenzó a moverse en el centro del comedor. Sabía que de a poco, me quedaría solo junto a la mesa, la fuente de chizitos vacía. Por suerte, todavía nadie le había pedido a Flor, que conversaba con su amiga. La amiga de Flor era fea y nadie la sacaría a bailar. Era extraño cómo las feas se hacían amigas de las lindas, los altos de los petizos, los inteligentes de los tontos. Claro que no era así, pero en aquel momento creía que existía esa relación. Flor era hermosa y lejana. Por alguna razón, sin guardapolvo me intimidaba más que en la escuela, donde al menos no me sentía incómodo si cruzábamos algunas palabras. Sólo quedábamos Santiago y yo sin bailar, algunos ya habían vuelto a sentarse después de tres o cuatro temas. No puedo ser el último, me dije. Tomé un vaso más de gaseosa y di dos pasos hacia Flor. Ella hablaba con su amiga, hablaba de mí con su amiga. Dos pasos más; Flor me miró por un segundo. Ningún paso; comprendí entonces por qué en ese lugar era distinto que en la escuela: alguien esperaba algo de mí. Yo. Esperaba valentía de mi ser cobarde; un paso. Dos pasos. Hola. ¿Bailás conmigo?, pregunté a la amiga de Flor. Ella me miró, sonrió y dijo no, gracias. ¿No? ¿Cómo puede decrime no? Existen momentos en los que nos vacían de nosotros mismos, en los que podemos ver a nuestros cuerpos vacíos decir: ¿Y vos Flor? ¿Querés bailar conmigo? Ahora, no, dijo. Todos me miraban mientras caminaba otra vez hacia la mesa. Ya no había palitos ni papas fritas ni chizitos.
¿Cap 1? Continuación.

Flashback cuando sale a caminar.

Era el cumpleaños de Pablo. Una fiesta en su casa. La primera fiesta en la que había que bailar que hacía mi grado. Al menos la primera a la que había sido invitado. Una mesa cubierta de gaesosas, chizitos, papas fritas y palitos. Las luces bajas, el comedor despejado para que hubiese espacio para bailar. Las chicas sin guardapolvos, algunas con vestidos y unas pocas con algo de maquillaje, conversaban en dos grupos a varios metros de los chicos, todos de jean, uno perfumado aunque no podía reconocer quién era. Pablo, tal vez. Hacía rato que sonaba música de todo tipo pero por el momento las únicas que bailban eran Sofía y Belén. Ellas ya iban a fiestas y salían con los chicos de séptimo.


(La idea es que está enamorado de una mina, que también es de las lindas del grado. En un momento de la noche tiene su oportunidad: la chica que le gusta está sentada y conversa con una amiga. El protagonista se acerca pero se caga a último momento y le dice a la amiga, nada agraciada la pobre, si quiere bailar. Y la amiga le dice que no.)

JA

Tuesday, February 14, 2006

Me parece que voy a usar ese sistema que tanto me gusta: mechar flashbacks dentro del relato. Contar las primeras acciones que empezaron a cavar la zanja y cómo el tipo se hace "solo", se hace isla.
Supongo que el proceso de formar una conciencia individual es el proceso de quedarse solo, de hacerse solo.
Mi viejo me acaba de contar una historia copada. Tengo que ver si puede entrar en esta novela. Es pertinente pero no sé si da.

Una mina, después de vivir treinta años con su pareja, dice que quiere separarse. El tipo después de discutir y sufrir dice bueno. Está bien, pero si te vas tenés que llevarme de vuelta a cuando tenía 18 años. La mujer le dice: Yo te llevo de vuelta a los 18 años si vos revivís el árbol muerto que hay en el jardín.

Ta bien eso. Antes de irte, llevame al lugar donde yo creía en el amor. El amor está muerto.
Por alguna razón, la violencia parece ser otra forma de achicar distancias con la realidad. Onda el club de la pelea. Las peleas son enfrentamientos con uno mismo. Importa poco si ganás o perdés, lo único que cuenta es que en el momento que te toca pelear lo hagas. Importa tan poco ganar, que la primera instrucción que da el protagonista (edward norton?) es que encaren una pelea y la pierdan. Supongo que todos los instintos nos acercan a la realidad, y volvemos a ser un poco nietszchianos, creo. Debería volver a leer al bigotón.
Bueno. Se me ocurrió algo. No creo que entre en la novela pero éstá bueno igual. Hay que hacer un bar con un ring en el medio. Donde pueda subir el que quiera y haya peleas. Pero peleas para pelotudos como uno, que nos cagan a trompadas al toque. Por eso tienen que ser sólo tres rounds de un minuto. Eso es todo. El que sube no paga lo que tome esa noche. El que gana no puede volver a subir en toda la semana.
Ahora que pienso, puede ser otra escena tipo la de la fiesta de vendados. Puede empezar a entrar en mundos de esa onda, que ni sabía que existían. Tengo que pensar en más escenarios parecidos.
Esto de buscar la realidad a través de las sensaciones suena un poco a Nietszche. Pero en realidad no sé. Leí muy poco del hombre y puedo estar pifiándola mal. ¿El sexo ayudará a cruzar ese océano de mierda? El sexo es algo tan básico y al mismo tiempo irreal. Tal vez nuestro personaje nunca lo descubra. No, supongo que nunca lo va a saber.
El amor, oh el amor, pareciera ser un puente. Aunque no sea un puente hacia el universo, sí debería serlo hacia otra isla. Pero sigue siendo parte de la ficción. Mi buena amiga Paula dice, supongo que también otras personas antes que ella, el amor es el gran ivento de la modernidad. Cierto. Pero por invento no es menos real. Hay momentos en que el amor hace reales a las cosas: el primer contacto de su piel, esa mano que recorre espalda y cuello. Otro momento en que la realidad viene con el amor: cuando ya no está.
Supongo que esa primera ruptura de nuestro pobre tipo es la que comienza el camino a través del océano de mierda. Y a todos nos gustaría que fuera otra vez el amor quien lo llevara a tierra firme. Pero no sé. Me parece que nuestro protagonista has no chance. Se va a hundir en el medio. Con algo de suerte se encuentra con otro náufrago. Ya veremos.
No sé cuándo uno deja de estar solo. Supongo que nunca. ¿Quiénes son todas estas personas? La sesación de estar acompañado es parte de la ficción que sostiene todo. Parte de la matrix. Una vez asumido esto, no está tan mal. Pero hubo un tiempo en que fuimos reales: la ñiñez. Tal vez lo que nos hacía más reales es que todavía no éramos individuos, todavía formábamos parte del universo. Toma años hacernos islas. Hay que cavar una zanja profunda y ancha, infinidad de miedos, mezquindades, inseguridades deben ser arrojados a esa zanja antes de ser un individuo. Por suerte siempre recibimos ayuda de afuera. Siempre hay alguin dispuesto a cavar un poco más, alguien deseoso de arrojar un poco más de mierda.
Ahora, nuestro protagonista quiere cruzar esa zanja, océano oscuro, que lo separa del mundo. Va a tener que zambullirse en mierda y es probable que se ahogue en el medio.

Monday, February 13, 2006

Bueno. Ahora sí que no tenga nada más. Siento como si me hubiesen empatado el partido y tuviese que empezar todo de nuevo. Supongo que para eso sirven estos blogs: la publicación inmediata, aunque sea de esta forma, aunque sólo sea para uno, te pide una mayor producción.
Todavía tengo que encontrarle el tono a todo esto. Ni siquiera estoy seguro de usar el presente. Estaría bueno que se fuera añiñando a lo largo de las páginas. Que comprenda que esa verdad que descubre en sus nuevas decisiones es algo que ya sabía, algo que existía cuando era pendejo pero que lo fue perdiendo.
Claro, no descubrí nada nuevo. Pero igual se siente bien escribirlo.
¿Cap X?

Cartonero

Un cartonero encuentra varios álbumes en una bolsa de basura. Al principio pasa las fotos sin interés pero a medida de que las imágenes se suceden observa con mayor atención. Se sienta en otra bolsa, enorme y negra, y pasa una por una las fotos. Su carro, una caja cuadrada con ruedas de auto y dos caños largos y occidados, bloquea un carril de la calle y provoca varios bocinazos. Me acerco y elijo un álbum. Al principio creo que fueron sacadas por algún chico; las personas siempre aparecen cortadas y no se distingue bien qué se quiso encuadrar, incluso muchas están fuera de foco. Pero pronto me doy cuenta de que no son fotos de personas, de paisajes o edificios sino de colores. A quien las sacó sólo le interesaban los colores. El cartonero elige varias de las fotos y las guarda en su bolsillo. Me siento junto a él, quedan varios álbumes por revisar. Sólo uno de ellos parece dedicado a otra cosa que colores, una serie de fotos de la misma persona sacado desde diferentes ángulos, como si hubiese usado la cámara de espejo, para que ella dijera cómo era en realidad: una mujer mayor con los ojos más negros que haya visto jamás. El cartonero se levanta, recoge todo para ponerlo en su carro y guarda las fotos en el bolsillo. Toma un caño con cada mano y hace fuerza hacia abajo para hacer palanca. El carro no se mueve. Se cuelga del extremo y mueve las piernas de arriba abajo, pero el carro sigue sentado sobre la caja. Me acerco, le señalo para que tome el caño de la izquierda y tiramos los dos juntos.
Me duele la mano de presionar hacia abajo para mantener el carro en movimiento. Pedro dice que las fotos son para la Reina de las Cartoneras. Una mujer que nunca deja la calle y acompaña a todos los cartoneros. Yo nunca la vi pero es hermosa, dice y sé que es cierto. Sostiene las bolsas de basura con las dos manos y presiona para sentir las formas que se esconden dentro. Tira de un carro que parece flotar sobre agua, me explica, lleno de luces de colores y campanas para que todos puedan saber dónde está. Ella no carga cartones porque los regalos que la gente le hace no le deja lugar para nada más. Tiramos con fuerza, en las calles empedradas sólo una rueda avanza a la vez hasta que vuelve a quedar atascada entre piedra y piedra. Entonces hay que tirar del otro caño para que el carro avance como si diera pasos. Cuando logramos cruzar una calle y llegamos a la otra esquina me ofrece una botella de cocacola llena de agua. Mientras tomo unos sorbos, camina hacia adelante, fuera del cono de luz. Pedro se aleja unos metros más, elige una bolsa grande y pasa sus manos por la superficie negra. Abre la bolsa por la mitad. Odio los huevos, grita. Qué mierda. Regresa con botellas y lo que parece ser el esqueleto de una computadora vieja. Deja todo en el carro y, cuando camina hacia otro grupo de bolsas, se detiene como si oyera algo. Pero lo único que se puede escuchar es el ruido a autos y camiones que circulan a dos cuadras. Es ella, grita ya casi a mitad de cuadra. Desde donde estoy apenas lo distingo y no puedo ver qué es lo que me señala. Me acerco a él. La Reina de las Cartoneras, dice en voz baja como si no quisiera despertar a la noche. Salvo algunos autos estacionados, en la calle sólo hay un perro que no sé si duerme o está muerto. Yo sabía que era cierto, que ella existía, dice. ¿No la ves?, su mirada no pierde el tiempo conmigo. Me quita la botella, se lava las manos y se las seca en el pantalón. Entre las fotos que saca de su bolsillo elige una y corre hacia la esquina hasta perderse detrás del último cono de luz. Me siento junto al perro, aún no sé si está muerto o duerme, y le acaricio el lomo. Miro el carro, sentado sobre la carga sus brazos apuntan al cielo, y me parece imposible que ese bulto enorme haya permanecido en su lugar durante toda la noche. De regreso, Pedro atraviesa el cono de luz más lejano y ya puedo ver la sonrisa en su rostro. Cuando llega al segundo cono de luz escucho un sonido que no puedo identificar, algo que nunca había escuchado antes. El mismo sonido me cuenta al oído el secreto de su nombre: campanas de agua.
Cartonero

Esto es un cuento en sí mismo pero es una linda historia que le va al personaje. Me parece un buen paso en su búsqueda.

El cuento surge de un cartonero que vi cerca de casa. Parecía joven, no más de veinte años. Encontró un álbum de fotos. Yo no me senté a ver qué había. Me hubiese gustado hacerlo.
Me embola la escena de la filmación. Está bueno el escenario de la estación retiro y que coman en el andén mientras bajan los hinchas de boca. Pero hay que arreglarla.


El chabón cree que las chicas de shopping son unas idiotas pero igual se muere de ganas de hablar con ellas. No sabe bien si porque es un pajero o porque ya no le importa la idiotez. Igual no son tan idiotas y son hermanas y eso le parece increíble. ¿Fantasea con cogérselas juntas? Cuando va a devolver la ropa está ojos marrones cristalinos. Intercambio de algún tipo. Consigue una cita?
¿Cap18?


Filmación
Regreso con mi banda, a la que se le sumaron las Chicas de Shopping. Una rubia, la otra morocha, y las dos hermosas. Por la forma en que hablan, parecen ser amigas de hace tiempo. En el hall central, filman una escena con pocos extras: un plano corto del protagonista que compra de una máquina el chocolate de la publicidad. Algunas personas pasan junto a él mientras introduce una moneda en la ranura. Es una toma de apenas cinco segundos pero hace una hora que comenzaron a filmarla, eso es doce minutos por segundo. ¿Qué pasaría si cada segundo de mi vida me tomara doce minutos? Doce minutos más tarde, me toma un segundo comprender que sería lo mismo pero más aburrido. Chicos, les toca a ustedes, dice Martín que, desde la última vez que lo vi hace unas tres horas, parece haber pasado la peor semana de su vida. Nos ubican junto a otro negocio cerrado. Los carteles originales están cubiertos con telas y papeles para ocultar que somos unos malditos sudacas. Se supone que el hall central de Retiro es algún edificio europeo repleto de personas europeas. Tiene que ser natural gente, dice el asistente del director. (contradicción de la realidad ficción) Por suerte a nosotros nos toca estar ahí parados, con nuestra gorra y nuestras guitarras, sólo una es real. En cada toma, los demás deben caminar unos cuarenta metros y regresar a sus posiciones iniciales cada vez que dicen corten. El oficinista apurado que corre todo el largo del Hall ya debe haber hecho más de dos kilómetros. Aunque no hace calor, muchos transpiran debajo de la ropa de invierno. Lo que más agota es vivir una y otra vez la misma escena de tu vida como si fueras el decorado de la vida de alguien más. A sus posiciones iniciales, gritan y esperamos más de veinte minutos sin que vuelvan a gritar acción. El director decide que cambiará la disposición de la luz. Durante la media hora que se toman para volver a ubicar todo, las sillas que había en el andén uno comienzan a aparecer detrás de columnas, negocios, paredes y en cualquier rincón donde queden fuera de cámara. Cuando vuelven a gritar a sus posiciones iniciales, faltan la mitad de los extras, incluido nuestro guitarrista principal.

A las tres de la tarde, paramos para el almuerzo. En el andén número uno, más de cien personas nos sentamos en veinte mesas que se reparten a lo largo de casi cien metros. El atardecer sigue ahí, todavía gris.
¿Cap 17?

Espera y paja en el baño
Los Rockeros, con instrumentos y todo, debemos esperar más de dos horas antes de que nos toque filmar una escena y en todo ese tiempo no logro bajar la erección. Por suerte nos sentamos en el piso, apoyados contra las vidrieras de los negocios que aún no abren. Ni la música ni la lectura ayudan en nada. Me pongo de pie, la mochila por delante, y camino hacia el baño de la estación. Al entrar, mis zapatilas pisan un centímetro de agua que se acumula de una cañería rota. Frente al megitorio me desabrocho el pantalón y libero mi pene erecto. Trato de orinar pero pasa un minuto sin ningún resultado. Al fin, cuando siento que la vejiga se abre, apenas salen unas gotas. Qué tipo más refinado, pienso, que no quiere mear en una baño público. Salgo al hall central y camino hacia la confitería. Cuando pregutno dónde está el baño me señalan un corredor que pasa junto a la barra. Esta vez me dirijo a un inhodoro y cierro la puerta. Por más que trato de convencerlo, mi pene no quiere mear. Al comprender que las amenazas no llevarán a nada comienzo a masturbarme. Es difícil concentrarse en un lugar así. Los ruidos, los olores, la posición incómoda y la sensación de que una se está tomando demasiado tiempo. Además, algo que descubro en este momento, para masturbarme soy zurdo. Mi mano derecha no tiene la sensibilidad suficiente para hacer bien el trabajo. De todas formas al eyacular hago un lanzamiento que mancha la pared a la altura de mi pecho. Cuando abro la puerta y me acerco al lavabo, debo regresar rápido al inhodoro. Orino durante varios segundos y este placer placer tal vez sea más delicado que acabar. No es tan intenso y perdura durante mucho más tiempo. Al fin quedo seco y me doy cuenta de que tengo los ojos cerrados. Al abrirlos veo que mi orina se reparte por las tres paredes, el inhodoro y el suelo. Me lavo las manos, salgo del baño y doy las gracias antes de salir de la confitería.mejor veamos la tele
¿cap 16?

Vestuario
Nos conducen por el hall central de Retiro y después por unos pasillos hasta un patio donde están estacionados seis camiones grandes. Los otros dos extras son de mi misma edad: uno es alto y parece jugador de rugby, el otro es flaco y parece no haber dormido en toda la noche. Martín llama a la puerta de una casa rodante y dice esperen acá. Abre una mujer de cuarenta años que nos mira y después mira detrás de nosotros. ¿Estos quiénes son?, le grita a Martín que ya se aleja por un pasillo. Son los rockeros, responde en otro grito. Subí vos primero, dice y señala al jugador de rugby. El otro saca un atado de cigarrillos y me ofrece uno. No, gracias, no fumo. La puerta se abre de nuevo. Esta vez es una chica joven y con cara de dormida. A ver, subí vos. Un paso sobre una caja de madera, otro sobre el escalón y ya estoy arriba. El rugbier cierra tras de sí una puerta. Dos mesas con dos espejos enfrentadas, varios percheros con decenas de prendas, cajas de zapatos apiladas y ella que sostiene una percha con la boca y otras en las manos. Al fin elije tres perchas: un pantalón, una camisa y un pulóver. ¿Trajiste ropa? Asiento y empiezo a sacar las prendas de la mochila. Probaste esto, dice y me mira. Hay algo extraño en sus ojos. Tal vez no sean sus ojos sino la mirada. Me quito la camisa despacio, con una sola mano y me aseguro de que ella se de cuenta de mis movimientos. ¿Estás bien?, quiero que pregunte. Claro que no podría contar mi actuación de Neo per algo le diría. En silencio, ella me mira y comprendo qué es lo extraño. Jamás te quita la mirada de los ojos. En todo el tiempo que me tomé para cambiarme tuve ese marrón cristalino sobre mí. Ahora trato de apurarme. ¿Tenés otro pantalón?, dice y me concentro en estirar pliegues de la ropa mientras digo no y niego con la cabeza. Probate éste. Ahora sí la miro a los ojos. ¿Es el único vestidor que tienen?, señalo la puerta donde todavía debe estar el rugbier. Ella asiente. Podés cambiarte acá, dice y comienzo a sentir que mi pene quiere asomarse a esa mirada. No me puse ropa interior, digo al fin. Yo nunca uso ropa interior, dice y al parecer cree que es respuesta suficiente. Me desabrocho el pantalón y trato de bajar el cierre con una sola mano, pero la erección hace todo más difícil. ¿Te ayudo?, dice. Yo puedo solo. Al fin logro quitarme los pantalones. Por suerte sólo mira a los ojos, pienso pero ella ya bajó la mirada. No es tu talle, dice al fin. Mejor dejate el tuyo puesto.
¿cap15?

Laburo de Extra
Despierto al amanecer. Dormí doce horas seguidas y todavía tengo sueño. Cuando me levanto, el dolor en el brazo me despierta del todo. Camino al baño me desnudo; me meto debajo de la ducha y abro las dos llaves a la vez. Inclino hacia atrás la cabeza y hago buches con el agua que cae en gotas. Aunque meo sin usar las manos, trato de embocar en el desagûe. Puedo decir que tengo un éxito del ochenta por ciento. Sí, ochenta y cinco por ciento, me digo y recuerdo haber soñado algo parecido. Cuando era más chico soñaba todo el tiempo que me olvidaba de vestirme y salía desnudo a la calle. Siempre trataba de ocultarme y de cubrirme con las cosas que podía encontrar. De más grande soñaba que me olvidaba de vestirme pero no me importaba y andaba alegre por la calle con mi pene al aire. Anoche soñé algo nuevo: todo el mundo andaba desnudo. Como casi no puedo usar el brazo izquierdo, me baño despacio y con ciudado. Trato de hacer una represa con mis pies, para que la espuma no se pierda con todo el resto, pero es inútil. Cuando le toca a mi brazo derecho ser nañado, descubro que tengo una tarea imposible por delante. Con la mano sana hago espuma que levanto por sobre la cabeza para que algo de jabón caiga por el brazo. Repito la operación varias veces hasta que comprendo que es más el jabón que me cae en los ojos que el que baja por el brazo.
Termino de bañarme como puedo.

Decido que es más fácil ponerse una camisa que una remera. De todas formas me cuesta vestirme y me toma más tiempo de lo que pensaba. Cuando miro la hora me doy cuenta de que tengo que tomarme un taxi. No hay más calzones limpios y no tengo tiempo de revisar en las bolsas que dejé junto a la puerta. ¿Para qué sirve la ropa interior? Llamo a un radio taxi. Cuando me pongo un pantalón gris debo tener cuidado de no enganchar el cierre con nada que pueda causarme dolor. Ser más sabio implica que uno se sienta más estupido que hace un rato. Guardo algunas prendas de invierno en la mochila junto con dos libros y mi mp3. Suena el timbre. Busco dinero en Crimen y Castigo, guardo las llaves en la mochila y salgo de casa. En el ascensor trato de entender cómo es que siempre tengo que salir apurado, sin importar cuánto tiempo reserve para dejar todo listo. Llueve, al menos no va a hacer calor. Cuando el de seguridad destraba la puerta desde su escritorio, tiro con el brazo que no sostiene la mochila: una punzada de dolor me recorre desde el hombro hasta la mano. Pero de todas formas es menos intenso de lo que esperaba. Subo al taxi. Avanzamos primero por calles vacías salpicadas por una llovizna fina. Cuando llegamos a la avenida, los únicos que caminan a esa hora son adolescentes. El taxi se detiene en un semáforo en rojo. Cruzan dos pendejas, una se apoya en la otra para mantener el equilibrio. La que parece sobria lleva un vestido mojado que apenas la cubre, el pelo húmedo se le pega a la cara y sonríe de una forma maravillosa. Te mato, pendeja, dice el taxista mientras toca la bocina. Mira por el espejo y me guiña el ojo. Hermosa, ¿no?, dice. Ella es hermosa, vos un pelotudo, digo. El semáforo cambia a verde pero él todavía no avanza. Arrancá que si llego tarde te mato. Llegamos a Retiro en cinco minutos. (¿piensa en la contradicción?)

Al entrar por la puerta principal paso entre dos grúas: una lleva una cámara y la otra un juego de luces. Aunque son las seis treinta sólo llegaron dos extras más y la persona que nos coordina todavía no se presenta. Al fin, cuando ya somos ocho llega Martín que nos guía hasta el andén uno. En el camino vemos a los técnicos, con rollos de cintas adhesivas que cuelgan como pulseras de sus muñecas, y más cintas adhesivas, cables, pinzas y tijeras que cuelgan de un cable atado a la cintura. Quiero llevar una cinta adhesiva en la muñeca. En la cabecera del primer andén, dos mesas repletas de facturas, termos y recipientes. Sírvanse lo que quieran, ahora los llamamos, dice Martín. De pronto, ya somos más de veinte extras a unos metros de aquellas mesas. Cuando todos se mueven hacia adelante siento la necesidad de moverme con ellos para permanecer en el mismo lugar. Pero con algo de esfuerzo y ayuda de mis codos logro dar unos pasos hacia atrás y volver al punto donde quería estar. Me sirvo café en un vaso de plástico, sin leche ni azúcar. Una hora más tarde, a pesar de que aún hay bastante comida en la mesa, todos están dispersos e por el andén. Bajo el techo del hangar enorme, el sonido de las gotas de lluvia se multiplica hasta un murmullo constante. El agua que se filtra baja por los arcos de acero pintados de rojo y forma charcos a los pies de concreto. Algunas gotas caen con total libertad desde las alturas hasta el piso, pero son pocas. Desde el final del hangar, un semicírculo de luz gris ilumina todo. Las vías corren hacia ese sol inmóvil y gastado, como si uno pudiera tomarse el tren a un atardecer.Vos, vos y vos, a vestuario, dice Martín.
Esto del laburo de extra en realidad viene de otra historia que quería escribir. de un extra que no quiere hacerse cargo de nada en la vida. Algo que lo convierte en el mejor extra del mundo. Pero llega un punto donde se ve obligado a hacerse cargo de algo. Al tipo empieza a gustarle tomar decisiones sin importar lo absurdo que sea. Pero esa nueva vida llena de vida hace que empiece a irle mal en el laburo.

Se acopla con esta historia por esto de que cree que vive en un mundo muy alejado de la realidad. Y en su trabajo ese mundo irreal toma sentido porque está bien que sea irreal. Está bien que una publicidad, corto o película sea irreal. Ahí se siente cómodo siendó él mismo irreal.
¿Cap 14?

Regreso a Casa

Entro a casa y vuelvo a encontrar todo desordenado. No sé por qué creo que algo podría cambiar por sí solo. Salgo y en el almacén de la esquina compro un paquete de bolsas de consorcio. En el ascensor de anoche alguien ya se encargó de limpiar mi orina. Así de rápido quieren olvidarse de uno. En el departamento empiezo a meter todo en bolsas, sin importar si son libros, ropa o platos. Todo es basura si uno se lo propone. Dos horas más tarde, vuelvo a ver el piso de parquet, aunque sucio y lleno de manchas. Busco la escoba, que sobrevive nueva del intento de limpieza anterior. Suena el teléfono. Atiendo al tercer timbre y anoto: agencia, extra, mañana, seis treinta, estación retiro, ropa de invierno. Dejo el papel en el escritorio junto al monitor. Enciendo la computadora que se queda en silencio con la luz verde apagada. Aprieto otra vez el botón pero sigue muda. Recién ahora me acuerdo de que tiré del cable. Vuelvo a enchufar todo. Al principio la computadora hace ruido a motor viejo pero al rato baja a un silbido constante. Como el atardecer se demora unos minutos y ya comienza a hacer calor, traigo el ventilador del cuarto, lo enchufo y lo dirijo hacia mí. Enciendo un cigarrillo pero lo apago a la segunda pitada. Dejo la colilla y los otros dos cigarrillos sobre el estante de la biblioteca. Dejo de fumar. Tal vez es así de fácil. Tal vez todo es así de facil. El ventilador mueve su cabeza enorme de un lado a otro. En el messenger sóla una persona conectada: Ctrl Z.

Ha recibido un correo de Ctrl Z. Sé que estás ahí, es todo lo que dice. Como en la película Matrix. Me encantaría ser Neo: llega un mensaje, elijo una pastillita roja y de pronto puedo esquivar balas. Me pongo de pie, muevo la silla y el ventilador para que haya espacio y me estiro. Me recuesto hacia atrás en el aire y hago equilibrio con los brazos. El golpe contra el piso me deja sin aire. Vuelvo a levantarme. Esta vez lo hago más despacio pero aún así caigo sobre un brazo que se dobla. Grito, no sé si de dolor o de la humillación de saberme tan estúpido. Camino hasta la cama. No importa qué posición tome, me duele desde la espalda hasta el antebrazo. Sólo boca abajo y sin apoyo peso sobre el hombro puedo estar tranquilo. Suena el teléfono, y la certeza de que es mamá me hunde en el sueño.
¿Cap 13?

Chicos de la calle


Camino de regreso a casa. Paso junto a los chicos que duermen en el piso del negocio cerrado. Llego al edificio, entro sin mirar al guardia, elijo el ascensor que no usé a la noche y subo a mi departamento. Abro la puerta con las llaves de Andrea. Todo se ve extraño. Igual de desordenado que siempre pero con un desorden que no parece mío, como si alguien entrara para bucar algo pero sin saber qué buscar. Claro que nada cambió de lugar, sólo se ve extraño. Tomo de la biblioteca Crimen y Castigo, la edición de tapas marrones, y lo abro. Mi dinero sigue ahí, escondido entre las páginas caladas. Guardo un billete de cincuenta en el bolsillo, agarro mi juego de llaves y tiro el de Andrea por la ventana. El golpe de tres llaves que caen desde un octavo piso debe doler. Bajo a la calle y camino hasta el negocio donde duermen los chicos, que ya están despiertos. Me miran mientras me siento sobre unos cartones todavía húmedos. Busco el atado en el bolsillo del pantalón y saco el encendedor y el cigarrillo del paquete arrugado. ¿Me da uno señor?, dice el que ya está sentado. Es el último, pero lo compartimos. ¿Tiene una moneda?, el humo que sale con cada palabra se ve demasiado grande en esa cara sucia. Ahora no. Vamos a desayunar, digo. Los invito. Me miran y pienso que tal vez sea difícil convencerlos pero dicen bueno, vamos.

Entramos a la primera confitería abierta. Sólo gente mayor ocupa la mitad de las mesas. Pido un desayuno especial para cada uno y un café para mí. Por suerte los chicos, todavía no despiertos del todo, no tratan de conversar. El mozo mira al encargado y vuelve a mirarme. Perdón señor pero. Tres desayunos especiales y un café, digo. Sí, claro, ahora lo traigo. Los chicos comen con apetito. Mojan las tostadas en los recipientes de las mermeladas, después le vierten azúcar y por último lo mojan en el café con leche. ¿Y vos cómo te llamás?, prgunta el que compartió mi cigarrillo. No importa, digo. Se llama Noimporta, dice el que parecía más tímido y comienza a reírse. Los otros dos lo siguen y todos los que hasta ahora evitaban mirarnos, giran sorprendidos hacia nosotros. Elijo una tostada, la unto de manteca, la mojo en la mermelada le vierto azúcar y la hundo en el café con leche más cercano. Para mi sorpresa, no está nada mal. Pido la cuenta. Pago y me dan el vuelto. ¿Ahora sí me da una moneda? Agarro todo el cambio en un puño y se lo doy a quien me bautizó. Salimos del bar. Chau dicen. Chau Noimporta, dice. Esperen, voy con ustedes. La realidad puede ser adictiva pienso mientras doy unos pasos apurados para alcanzarlos. Volvemos a los cartones del negocio. Nos sentamos y el que hasta ahora no sé cómo nombrar busca una bolsa blanca. La acerca a su boca como si fuera a tomar algo de ahí y aspira. Se pasan la bolsa de uno a otro hasta que me toca a mí. No gracias, voy a decir pero ya estoy aspirando ese pegamento. Esta droga no es para mí, pienso. Quedo algo mareado y me da sueño. Me recuesto y miro pasar zapatos, zapatillas y sandalias hasta que me quedo dormido. Sueño que nado en un lago enorme pero todo mi cuerpo flota sobre el agua de forma que sólo mi pecho se hunde unos pocos centímetros. Volar en el agua, cuando encuentro esta expresión me doy cuenta de que es un sueño y me despierto entre cartones. Los chicos no están; en su lugar, tres cigarrillos sueltos.
¿Cap6?

En realidad tengo que hacer que trabaje en una oficina. Hay más oportunidades de acción en una oficina, que sea fri lans aburre. Labura haciendo esto de los horóscopos pero para una empresa que los manda por mensaje de texto de celular.

Presiono varias veces el botón del mouse para cerrar ventanas y carteles hasta que sólo queda uno: Ctrl Z desea agregarlo a su lista de contactos. Aceptar. Me levanto, camino hasta la cocina, saco la pava del fuego y vierto el agua en un termo de metal. Preparo un mate y vuevlo frente a la computadora. Hola, escribe Ctrl Z. Chupo de la bombilla, se me pasó el agua. El termo emite un silbido cuando desenrosco la tapa. ¿Quién será? Andrea, pienso pero pronto comprendo que no es un pensamiento sino un deseo. Cuando se trata de Andrea siempre me cuesta diferenciar las cosas. ¿Quién sos?, escribo. Me sirvo dos mates más pero mi pregunta sigue sin respuesta. Fiesta en casa, escribe Martín. ¿Venís? Abro algunos programas para ponerme a trabajar. (escena de traducción de horóscopos)(dos frases de horóscopos traducidos) Termino con Piscis y ya tengo traducidos los horóscopos de toda la semana. Hace tiempo que me di cuenta de que lo horóscopos estaban generados por un programa de computadora o por alguien muy estúpido. Cada semana, las frases se repiten una y otra vez pero en diferente orden; a veces el contenido de un signo es el mismo que el de otro signo pero de hace algunos días. Lo que implica que todos somos iguales, sólo que no logramos ponernos de acuerdo en qué día ser igual al otro. De todas formas, a nadie parece importarle. Ni a mi jefe, ni a los lectores y menos a mí. Gracias a otro programa de computadora, sólo tengo que controlar que los textos tengan coherencia y que no haya errores demasiado evidentes. En un día realizo el trabajo de toda la semana. Algo que hace que mi sueldo miserable sea generoso con respecto a las horas que le dedico. Pero aún así, si no fuera por los trabajos de extra de publicidad que consigo cada tanto, no podría mantenerme. No hacer nada requiere un gran presupuesto.

Fiesta en lo de Martín
Como el supermercado chino de cerca de casa está cerrado, compro un vino de diez pesos en un kisoco. Camino hasta la parada de colectivo y miro hacia la esquina. Odio este bondi, siempre me deja a pie. Camino tres cuadras más hasta la siguiente parada, donde espero unos minutos mientras fumo un cigarrillo. Sigo dos cuadras más hasta que decido caminar a hasta lo de Martín.
¿Cap11?


Mcdonalds

Camino por la avenida hacia el centro. Después de unas veinte cuadras entro a un Mcdonalds. El payaso que me sonríe me hace recordar una película de terror. Adentro hay más gente de la que esperaba. Casi todos adolescentes. Subo al primer piso y entro al baño. Trato de secar mi ropa: primero escurro mi remera y la pongo debajo del secamanos, después me quito las zapatillas y hago lo mismo con el pantalón y las medias. Aunque enciendo el secamanos varias veces mi ropa sigue húmeda. Engancho las medias, el pantalón y la remera de forma que llegue el aire caliente a todas las prendas y ahora puedo sentarme en un inhodoro mientras espero. Con los codos apoyados en las rodillas, me miro las manos y me doy cuenta de que me duele la derecha. ¿La mujer habrá llevado al tipo al hospital? Me pongo de pie para quitarme el calzón. Lo escurro en el inhodoro y lo cuelgo de la puerta abierta. Mi imagen desnuda en el espejo. ¿Tengo el pene chico? Me pongo de costado, de frente y del otro costado. Toda mi vida pensé que lo tenía chico. En los vestuarios y en los baños, nunca quise mirar los otros penes. Y no se puede tomar como punto de comparación las películas porno. Yo no puedo compararme. Las mujeres con las que estuve me dijeron que estaba muy bien pero supongo que no pueden decir otra cosa. Al menos, no a los hombres. Cuando vuelvo a ponerme el calzón y el resto de la ropa, entra un chico que ni siquiera me mira. Salgo del baño.

En el salón no hay nadie. Sobre algunas mesas los restos de comida se reparten en bandejas marrones. Agarro una caja de papas fritas abandonada, una gaseosa casi llena y una hamburguesa a medio terminar. Me llevo todo hacia otra mesa vacía, cerca de la pared de vidrio que me separa de la ciudad. Como sin ganas ni hambre. La lluvia es ahora una llovizna. El agua hace un recorrido de varios metros: desde la parte más alta del vidrio las gotas se unen para repetir el camino que ya se hizo antes. Muy pocas veces algunas gotas intentan cambiar su destino y cada vez regresan al flujo principal para unirse a las demás. Cuando logro terminar con la comida, aparto la bandeja y me recuesto sobre la mesa. Los brazos de almohada y la cabeza hacia la ventana y la noche. Me quedo dormido. Un sueño corto y sólo puedo recordarlo a los pocos segundos de despertar -un cuarto azul y ella sentada en- cuando me doy cuenta de que no estoy en mi cama. Afuera ya no llueve. Bajo las escaleras, paso entre las pocas personas que quedan en el lugar y salgo a la calle. Todavía no amanece pero el cielo, detrás de los edificios y de los cables que cruzan, parece iluminado. Camino diez cuadras más por calles de las que reconozco árboles, puertas, ventanas, rejas y la casa del perro que vigila todo el día y le ladra a todo lo que pasa. Me siento en un escalón frente a la casa del perro. A esta hora todavía no salió. Apoyo la cabeza contra la puerta, busco un hueco donde no tenga que hacer fuerza con el cuello y cierro los ojos.
¿Cap10?

Pelea Callejera

¿Hace cúánto que no corría? Ya estoy a cinco cuadras del bar pero no me detengo. Me arden los pulmones, siento latidos en las orejas y me pican los ojos por el agua de lluvia. Cuando al fin descanso bajo un balcón, comienzo a toser. Necesito un cigarrillo. Pero es el último y algo me dice que va a ser una noche larga. Guardo el atado mientras vigilo la calle vacía que exige mi cigarrillo. Tengo que encontrar un lugar seco donde quedarme. Camino hasta la esquina mientras intento no pensar en fumar. En la otra vereda, un hombre borracho discute a gritos con una mujer. Los observo mientras cruzo la calle, paso a unos pocos metros de ellos. ¿Que mirás?, me dice el tipo con mucho olor a alcohol. ¿Qué mirás pelotudo?, dice y apenas puede mantenerse en pie. Sigo caminando. ¿Me tenés miedo?, dice y escucho que trata de escupirme pero ya estoy lejos. Cagón, me grita. Llego a la otra esquina y doblo en la avenida. A los pocos pasos piso un charco enorme lleno de la basura que acumuló el agua durante toda la noche. Mierda. Vuelvo por la calle hacia la pareja que todavía discute. El hombre se da vuelta. En el primer golpe tenés que romperle la pierna, decía mi profesor de kung fu. Amago pegarle con mi puño izquierdo, él levanta los brazos para cubrirse y con todas mis fuerzas le pateo la rodilla. Grita de dolor y se tambalea. Antes de que caiga al piso, con los puños logro pegarle dos veces más. La mujer grita. Mientras me alejo despacio recuerdo las lecciones de mi profesor. Siempre tenés que evitar el combate. Corré hasta que no te quede opción. Cuando veas todos los otros caminos cerrados, preparate para luchar.
¿Cap9?

Bar


Podría llamar a alguien, tocar la puerta a un vecino o buscar un cerrajero. Pero de pronto siento hambre. No es hambre sino uin vacío que no tiene otra descripción. Una falta de aire, de sangre y de sensaciones, salvo la necesidad de todo eso. Voy al café que está a dos cuadras y que abre toda la noche. Al menos puedo quedarme ahí hasta que se haga de día. Elijo la mesa junto a la ventana. Es de esos bares viejos, con un mostrador que alguna vez fue blanco, mesas de madera y asientos incómodos. Los ceniceros de lata, los servilleteros desteñidos y el azucar en un frasco grande que nunca tira la misma medida. Enciendo un cigarrillo, sólo me quedan tres. Pido un café. En el televisor, el canal del noticiero muestra un incendio en alguna parte de la ciudad. Y a los pocos segundos una mujer con tetas gigantes habla con un periodista. Me traen el café, como siempre le pongo más azúcar de la que quería. En la ventana, las primeras gotas de lluvia se separan en líneas de gotas más pequeñas. Al principio me sorprende el orden de aquellas líneas. Agua que cae para formar rectas, intersecciones y diagramas paralelos. Pero pronto todo eso se convierte en una caída constante. Enciendo otro cigarrillo y pido otro café. Esta vez lo tomo sin azúcar. Agarro el diario de la otra mesa. Sólo leo la sección de deportes. Hay una nota del club Quilmes. Un jugador, supongo que blanco, le gritó negro de mierda a otro jugador, supongo que negro, del club Santos de Brasil. Decido que voy a ser hincha de Quilmes y de Santos. Al fin voy a poder decir que soy hincha de un equipo. Soy de Quilmes y de Santos, me digo en voz alta. Pido otro café. Pido la cuenta y saco la plata de mis bolsillos. No me alcanza. Dejo el dinero que tengo sobre la mesa. Mirá, después te traigo el resto, vivo acá a dos cuadras, podría decirle. Agarro el atado con el último cigarrillo y el encendedor y salgo del bar. Doy unos pasos y cuando llego a la esquina empiezo a correr.
¿Cap8?

sale a comer, se queda afuera


Me despierto transpirado. Bajo la ducha, al principio el agua me da un escalofrío pero no tardo en acostumbrarme. Me baño rápido. La mancha de espuma que se formó en la bañera, se diluye con el paso del agua y por un segundo pienso en el destino de toda aquella mugre. Me seco con una toalla húmeda y salgo al cuarto. Entre la ropa tirada, busco un calzón limpio. Los calzones marcan el ritmo de mis semanas. Cuando se me acaban los calzones sé que es hora de juntar todo y llevarlo a la lavandería de la esquina. Por suerte tengo catorce calzones, dos semanas justas. Antes iba más seguido a la lavandería, pero la chica de aquellos ojos negros no volvió a aparecer. A los pocos días me compré varios calzones nuevos. Me siento frente a la computadora y muevo el mouse. El sol rojo se asoma por detrás del mar. Recuerdo el momento en que saqué esa foto. Pienso que debía ser feliz. Es extraño recordar un día y no recordar si se era feliz. En la pantalla dos ventanas de messenger: che, dice fiesta en lo de mariano; Hola, dice Ctrl Z. ¿Quién es Ctrl Z? No respondo ninguno de los mensajes. Tres minutos más tarde, el juego de estrategia diluye todos los pensamiento para llevárselos a una cloaca.
Tengo hambre. En la ventana, la ciudad entra a una noche oscura, donde las luces de los edificios no se repiten en ninguna estrella. Debe estar nublado. Al menos si llueve no va a hacer tanto calor, pienso y miro el reloj de la computadora. Hace seis horas que estoy jugando a esta mierda. Grito pero lo que quiso ser un rugido suena como una toz profunda. Tiro del cable de la computadora que se apaga con un sonido seco. Me vuelvo a vestir con la misma ropa de la mañana y salgo a la calle. No comí nada en todo el día pero ni siquiera tengo hambre. La necesidad de comer parece ser demasiado real para mí. Si no fuera por el aburrimiento, no me alimentaría. Comer algo siempre da la sensación de que el día avanza. Paso junto a unos chicos que duermen refugiados en la puerta de un negocio cerrado. El único que está despierto me pide una moneda. No tengo, digo mientras presiono con fuerza las monedas en mi bolsillo. Darles unas monedas no es ayudarlos, pienso. Callate pelotudo, me digo. Dormir en la calle. Algo tan cercano a la realidad debe rasparte el alma. Una lija que pasa una y otra vez sobre tus deseos, hasta que no queda nada. Entro a una pizzería y pido dos porciones de muzzarella con dos fainás y una cerveza. Me sirven en la barra, desde donde puedo ver al resto de las personas sentadas a las mesas. (describir personas)

De regreso a mi departamento, siento el efecto de la cerveza. Tengo sueño y ganas de ir al baño. Cuando llego a la puerta de mi edificio, el tipo de seguridad me observa a través del vidrio. A pesar de que me conoce, se toma varios segundos antes de abrirme. Odio a los de seguridad. Y ellos me odian a mí. Subo por el ascensor y, de tantas ganas de mear, empieza a dolerme la vejiga . Llego a la puerta de casa y busco las llaves. No están. Vuelvo a buscar. Enciendo la luz y vacío los bolsillos. Dejo caer monedas, el atado de cigarrillos, el encendedor, papeles pero ninguna llave. Vuelvo a revisar y tiro de un bolsillo del pantalón hasta que se rompe. Junto todo para guardarlo en los bolsillos que quedan sanos. La luz se apaga. Le pego al botón rojo que la enciende por un minuto más. Subo al ascensor que todavía está en mi piso. Presiono planta baja y el movimiento provoca que unas gotas de orina se desprendan de mi cuerpo. Me desabrocho el pantalón y meo contra una esquina del espejo. Esto era la felicidad, me digo pero mi reflejo no quiere mirarme.
¿Cap 12?

Mis brazos se sacuden y mis piernas patean cuando siento que caigo de un precipicio, como si uno pudiera hacer algo cuando cae de un precipicio. Me despierto todavía en el escalón, ya es de día pero el perro no está. Un viejo con bastón camina despacio por la vereda de enfrente. Se aleja todo lo que puede de la ventana del perro y avanza sobre el cordón. Perdón, grita con voz débil. Perdón, voy a pasar, dice sin fijarse en la ventana. Perdón, señor, perdón. El brazo que no sostiene el bastón se levanta. No sé si para protegerse de un posible ataque o para cubrirse la visión de aquella ventana. El hecho de que el perro esté o no es indiferente, la realidad ya no tiene ninguna importancia. El viejo sigue camino, ahora por el centro de la vereda. Vuelvo a apoyar la cabeza contra la puerta y cierro los ojos.cuando comienzan a pasar autos por la calle empedrada, trato de distinguir cada uno de los golpes de las cuatro ruedas contras las piedras. Creo descifrar un ritmo pero pronto todo se convierte en ruido. Me despierta un golpe: mi cabeza chocó contra el piso. Desde esa posición saludo a la mamá de Andrea que me mira asustada, una mano cubre su boca. Por suerte no se puso pollera pienso. ¿Qué hacés acá?, dice. Vengo a hablar con Andrea, digo mientras me incorporo. Ella le grita a su hija para que baje, sale a la calle y se asegura de cerrar la puerta y dejarme fuera de la casa.

¿Por qué a la mañana es más hermosa?. Algo injusto si se tiene en cuenta que no le gustan los mañaneros. ¿Estás bien?, pregunta. Estoy bien, digo y siento un dolor en el estómago. Algo parecido debe sentirse cuando te morís de hambre. El vacío te tira de las entrañas hacia el centro de vos mismo para exigirte como rehén. Tomemos un mate, dice. Le pido permiso para pasar al baño. Me aseo. Encuentro un cepillo azul entre cepillos rojos, rosas y violetas. Me obligo a no pensar de quén es mientras me cepillo con fuerza. En la cocina me siento a una pequeña mesa para dos personas. Ella está de pie junto a la pava. Tiene puesta la tanga roja, la que compramos en la costa. Se sienta frente en la otra silla mientras termina de tomar el primer mate. Se me pasó el agua, dice y me lo alcanza con la bombilla hacia mí. Está tan caliente que me quema la lengua. No quiero verte nunca más, digo. Necesito mis llaves. El vacío tira con todas sus fuerzas, con toda su furia. ¿Por qué?, escucho que dice. Bueno, si es mejor para vos, dice después de dejarme varios segundos en silencio. Sube las escaleras. Por la puerta de calle entra una franja de luz que me lastima los ojos. Primero escucho los pasos sobre los escalones y después veo sus lágrimas. Sin bajar del último escalón me alcanza las llaves. Sin subir del nivel del piso la beso en los labios.

Llegamos a su cuarto desnudos. El beso que me quitó el hambre por unos segundos arrancó también una parte de mí. Sobre la cama, Andrea es todas las pendejas que me crucé en los últimos meses. Cada vez que abro los ojos es una distinta. ¿Podría violar a una pendeja? No sé por qué pienso eso pero ya es algo que no puedo quitar de mí. Trato de alejar el pensamiento pero el vacío lo retiene. Por más resistencia que oponga, por más fuerza que haga, por más que cierre los ojos, estoy violando a una pendeja. Y otra vez me siento entero, como si me hubiesen devuelto un órgano vital. Acabo a los pocos minutos. Andrea llora en silencio. No sé cuánto tiempo pasa hasta que se incorpora. Andate, la concha de tu madre. Andate de mi casa. Despacio, busco mi ropa y me visto. Ella me empuja mientras me pongo los pantalones y caigo al piso. Andate. Termino de bajar las escaleras. Avanzo hacia la puerta de calle. Durante todo este tiempo me cogí a tu amigo, dice. No sabés lo bien que lo pasé con tu amiguito de toda la vida. Preguntale si no la pasamos bien. Salgo a la calle y cierro la puerta pero su voz se escucha a través de la madera. Por la vereda de enfrente, todavía sin el perro, vuelve a pasar el viejo. La mano que le cubre los ojos y el paso lento. Perdón, señor, perdón.
Se enamora de la vestuarista. Pero hay que ver qué es el amor para este tipo. ¿Qué es el amor ahora? La única prueba de la existencia del amor es la sensación que queda cuando el amor está ausente.
El dolor es el mensaje más claro que se pueda dar. La venganza no es más que un mensaje a gritos, un mensaje que responde a un mensaje anterior.
Una fiesta donde te vendan los ojos antes de que puedas entrar. La vestuarista lo lleva a esa fiesta.
Okas. Vamos a ordenarnos un poco. Tengo un personaje de 25 años (sí tengo que corregir la otra parte) que descubre que no existe. Se siente muy lejos de la realidad, que tampoco sabe bien qué es. Entonces, para reafirmar su propia existencia empieza a tomar decisiones que en otro momento no hubiese tomado. A través de estas decisiones, descubre un mundo universo nuevo, lleno de todas las posibilidades que antes estaban vedadas. Comprende que necesita de esas acciones, tiene hambre de esas acciones. ¿Qué es lo que cambia en él? Estamos de acuerdo que el universo que lo rodea cambia, pero tiene que haber un crecimiento en él. Un mayor entendimiento del mundo. ¿Dónde se refleja ese cambio? Ahora es una mala persona, pero también puede ser muhco mejor persona que antes. Hay que explorar un poco más.
Escenarios de extras

Retiro
Subte de noche
Fábrica abandonada en barracas
Campo por tres arroyos
Librería Ateneo
Microcentro con tarimas
Cancha de fútbol
escenas que faltan

Besar a una mina en la calle y seguir caminando
Besar a un chabón en la calle y seguir caminando
Tirar la computadora por la ventana
Caminar por sobre el capó de un auto
Correr correr y correr
Acostarse en el piso y dejar pasar un auto, camión o tren por encima.
¿Cap5?

Esto es lo primero que escribí

Pendeja
Agarro el boleto y las dos monedas de cambio. Miro hacia atrás, hacia la hilera de asientos individuales donde sólo dos personas están dispuestas a soportar el sol de verano. Voy hasta el fondo y elijo un lugar en los asientos dobles. A los pocos minutos tengo que inclinarme hacia adelante para evitar que la remera se me pegue a la espalda transpirada. El poco aire que entra es caliente pero por alguna razón creo que es mejor dejar la ventana abierta. Sube una chica, una pendeja, tendrá dieciséis o diecisiete años. Es hermosa. Ultimamente todas las pendejas me parecen hermosas. Debo ser un pedófilo, pienso mientras miro su pantalón blanco y la remera rosa ajustada. Antes de que la fantasía termine de formarse, ya tengo una erección. Cuando me muevo para acomodarme, el pantalón se ajusta contra mi pene. Vuelvo a moverme pero creo que una vieja me observa y me quedo quieto. La chica elije uno de los asientos que miran hacia atrás, para mirarme. Para que la mire. Y la miro pero sólo por un segundo. ¿Será posible acabar sin tocarse? A todo el mundo le pasó acabar dormido, a mí no. Tal vez lo mío sea acabar despierto, pensar, imaginarse la mejor fantasía hasta el más mínimo detalle. Bajar de a una las tiras de la remera rosada, que queda suspendida sólo de sus tetas. Mis manos recorren su cuerpo y. Ella está a punto de bajar del colectivo. Me pongo de pie y el pantalón vuelve a ajustarse contra mi pene. Me cubro con la mochila. La vieja hace como si no se diera cuenta. Bajo al mismo tiempo que la pendeja: perfume a sandías. Compro unos cigarrillos mientras miro hacia dónde camina, pago y la sigo. Qué lindo culo. Todos los tipos giran cuando pasan junto a ella, se oyen un par de bocinas y un grito que llega desde la otra vereda. ¿Tenés fuego?, pienso en preguntarle y apago mi cigarrillo encendido. ¿Me decís la hora? ¿No sabés dónde queda? Te amo, pendeja de mi alma. A las cuatro cuadras toca timbre en una casa, abre un pibe de su edad, se dan un beso y entran. La erección es ahora más firme.
Otra vez las cuatro cuadras para tomarme el colectivo. ¿Por qué mierda me bajé? Ya sabía que ni siquiera iba a hablarle. Tengo veintisiete años, no puedo perseguir a una pendeja de diecisiete. ¿Por qué no? Si al menos pensara en hacer algo, preguntarle cómo se llamaba para que todo esto tuviera un nombre. Trato de elegir un camino con sombras pero a esa hora del mediodía es difícil refugiarse. Me compro un agua para conseguir monedas y me paso la botella helada por la frente. Quiero gritar. Pateo un poste y me lastimo el pie pero no dejo de caminar ni muestro signos de dolor. Soy un boludo pero los demás no tienen por qué saberlo. Subo al colectivo, pongo una moneda de un peso en la máquina y miro hacia el pasillo. La pendeja está sentada en la parte de atrás. No es la misma chica, pero al parecer a mí no me importa. Esta vez elijo un lugar en la fila de asientos individuales. Saco un libro de mi mochila y trato de leer aunque, durante los veinte minutos hasta que bajo del colectivo, no logro avanzar ni tres líneas.Al entrar a mi departamento ya se puede oir el sonido de la computadora encendida. Mientras avanzo esquivo ropa, libros, vasos y platos. Algunos ya son adornos que siempre estuvieron ahí. El piso de mi departamento sólo pude verlo mientras salía con Andrea, cuando ella partió también se fue el parquet, las tazas limpias y la carne a la olla. Me siento frente al monitor que se enciende cuando muevo el mouse. Un atardecer es lo primero que aparece y después decenas de íconos, la mayoría inservibles. En el messenger, pocas personas conectadas. Doble click sobre el juego de estrategia. Mientras carga, reviso los mensajes del teléfono: de mi vieja: borrar; de la agencia para un trabajo de extra: guardar; de mi vieja otra vez: BORRAR. Voy a mi cuarto, me quito la ropa y me acuesto. Me masturbo con la pendeja vestida de colegiala. A los pocos minutos me doy cuenta de que estoy por quedarme dormido. Debería limpiarme pero me da mucha fiaca. Al fin me quedo dormido.
¿Cap 1?

Esto lo escribí hoy y podría ser el comienzo. Me parece algo débil y aburrido para las primeras páginas, pero mientras no haya otra cosa...

Me olvidaba. Yo no uso paréntesis. Lo que hay entre paréntesis es algo que tengo que tengo que cambiar.

Acabo de separarme de mi mujer. El sonido de la puerta del ascensor que se abre y se cierra como un parpadeo. Eso es todo lo que toma, después de cuatro años de relación y de tres años de convivencia, para que ya no exista el fuimos a, venimos de o cocinemos un. Enciendo un cigarrillo y me siento frente a la mesita de la cocina. Tengo ganas de llorar. Al menos creo que me haría bien llorar. (Como cuando no comiste nada en todo el día pero no tenés hambre, y sabés que comer algo te haría bien, porque son las dos de la tarde y la gente ya comió para esa hora.) La gente ya hubiese llorado en mi situación. Hace más de diez años que no lloro. Creo que la última vez fue en primaria y ni siquiera recuerdo por qué. Siento algo de humedad en los ojos. Me paso la mano pero nada. No creo que sea insensible. A veces, las películas me hacen caer algunas lágrimas. Lo raro es que son las historas más estúpidas las que me provocan eso, como cuando todos aplauden al chico que siempre maltratan en las escuelas yanquis. Ser maltratado conmueve. Ella me dejó. ¿Es mejor decir que te dejaron o que dejaste a alguien? ¿Qué es más entrador? Soy un pelotudo. Ella fue quien dijo tenemos que hablar. ¿De qué? Todavía no entiendo de qué quería hablar. ¿Fui yo quien dijo no podemos seguir así? Yo lo dije pero no sé quién lo dijo primero. No podemos seguir así. ¿No podemos seguir cómo? Tengo la impresión de que lo dije porque ya estaba harto de la discusión y es lo que se dice en casos como éste. Tal vez ella no quería separarse. No seas boludo, claro que quería separarse. Esta mañana mientras me lavaba los dientes planeaba nuestras vacaciones, pensábamos ir a córdoba en carpa. Odio dormir en carpa pero no me importaba si era con ella. ¿Cómo se siente la tristeza? Tal vez la gente llama tristeza a lo que yo llamo hambre. Apago el cigarrillo, abro la heladera y saco los fideos de la noche anterior. Tal vez yo llamo amor a lo que ellos llaman felicidad. ¿Y qué es la felicidad? Después de dos bocados tiro los fideos, el plato y los cubiertos a la basura. Algo huele a quemado. Apago la hornalla donde hace rato que la pava evaporó toda el agua. Abro la canilla y cuando trato de poner la pava en la pileta me quemo la mano. Puta. Grito, agarro la pava con fuerza y dejo que el agua fría corra por mi mano y por el metal que emite un silbido al tiempo que genera vapor.

Me despierto en la cama sin saber cuándo me fui a dormir. Tengo que ir a trabajar, pienso y miro hacia la mesa de luz pero el despertador no está. Cuando llamo al 113 me doy cuenta de que todavía ni siquiera anocheció y que mañana es domingo. Me levanto y me siento en la cama; todo a mi alrededor cambia de lugar. No es que las cosas se muevan sino que se ven desde otra perspectiva. Como si viera el mundo desde una cámara que se mueve mientras yo y todo lo demás permanecemos en el mismo lugar. Me aferro al colchón pero no se detiene. Vuelvo a acostarme, presiono la almohada contra mi cara y espero en silencio. Mierda, ¿por qué tenía que dejar su perfume en la cama? Respiro hondo varias veces, tengo que hacerlo con fuerza para que el aire atraviese capas de plumas. Tengamos almohadas de plumas, yo las pago. La sonrisa de Andrea escondida detrás de la almohada blanca todavía en vuelta en celofán. Cuando me vuelvo a levantar, todo está en su sitio. Voy al baño para mear, me lavo las manos y la cara y me seco con una toalla. Cuando regreso al cuarto caigo en la cama. Me digo que es hora de levantarse pero peso demasiado. Siento cómo el sueño me cubre: son nubes transparetes pero aún así no puedo ver más allá.

Tengo sed. Me despierto con la mejilla pegajosa y una (costra) de saliva seca que parte de mi boca. Me arrastro fuera de la cama y cuando camino hacia el baño me golpeo con el marco de la puerta: el dolor termina de despertarme. Abro la canilla, hago un cuenco con la mano y bebo todo el agua que puedo. Todavía me arde la palma, tengo una marca con forma de rectángulo que la recorre de lado a lado. Camino hasta la cocina, lleno la pava que está cubierta de manchas negras y la pongo en el fuego. No puedo creer que todavía tenga sueño. No recuerdo haber soñado. Tengo la impresión de que todo lo que hice en los sueños fue dormir. Preparo un mate y apago la hornalla. Me siento frente a la computadora: en el messenger, una decena de personas conectadas. Abro dos ventanas, mis dos mejores amigos. estás?, escribo para borrar de a uno los caracteres. Cuando me recuesto hacia atrás recuerdo lo petisa que es esta silla, que nunca te deja estar cómodo. Parecida a las que tienen en los call center, está diseñada para que imposible encontrar una posición donde poder quedarte dormido. Sobre el monitor, dos máscaras de piedra. Andrea se olvidó esta porquería, pienso mientras siento el peso de aquellas piedras verdes. Las tomo con una mano y, sin moverme de la silla, me estiro para dejarlas de nuevo sobre el monitor. Por alguna razón, cuando las suelto, se deslizan y caen. Hago un intento para atraparlas en el aire pero no puedo decidircuál rescatar: pasan junto a mi mano y golpean el piso. Al principio creo que se van a salvar porque el golpe no las rompe, pero después de deslizarse unos centímetros sobre el suelo veo cómo se resquebrajan al mismo tiempo. Me levanto para buscar la escoba y la pala (pero) no llego a la cocina. Me pongo una remera, agarro las llaves y salgo de casa.
Hace calor y la humedad cubre la calle de esa película aceitosa. El aire se pega al cuerpo como si tuviera miedo de quedarse solo. Es de noche pero el cielo cubierto de nubes refleja una luz de fotografía vieja.
Quiero usar este espacio para subir lo que escriba en el día. No va a ser la novela sino el desarrollo de la creación de una novela. Si un día se me ocurre escribir el final sin haber escrito todo lo demás, así será como aparezca en este blog. Tal vez sólo escribo características de un personaje que ni siquiera va a formar parte de la novela. Tal vez ese día son sólo puteadas porque estoy harto de todo. Pero como es poco probable que lo lea otra persona, soy yo quien se lo va a tener que bancar. Así que ahí vamos.
Veamos cómo funciona esto.