El ascensor de mi edificio es de esos viejos, con puertas tijera negras. La parte alta de las paredes no es plena, si no que tiene un tramado de metal que deja pasar la luz. Y es una luz hermosa. Por suerte vivo en el último piso y cada vez que viajo en el ascensor me quedo mirando mi mano; los dedos se cierran sin lograr atrapar esa nada que se repite ocho veces cada cinco segundos. Sí, intenté sacarle alguna foto, pero la cámara no lo registra, así como no ve los fantasmas. Alguna vez paré el ascensor en un entrepiso pero la magia se pierde sin el movimiento. Hay cosas que sólo existen en su inexistencia.
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