Wednesday, April 15, 2009

Una vez fui a un campamento del colegio, de esos que se hacían en invierno y uno iba más que nada para cagarse de frío, escabiarse y supongo que para fumar y coger para aquellos que ya fumaban y cogían. Como era de esperar, la primera noche tomé como un hijoputa y debo haberme mandado una serie de escenas impresentables que por suerte olvidé (como ya saben, tengo buen olvido). Lo que me acuerdo muy bien es que tarde en la noche me senté a las luces de una planta de jazmines. Claro que todo olía a jazmines, que se veían medio azules, que los pétalos eran como agua tibia pero lo que no encajaba en todo eso era la voracidad que sentí en ese momento. No tenía nada que ver con el hambre. Supongo que ustedes también la sintieron en alguna noche de alcohol. Así que no pude, más bien no quise, evitarlo y arranqué un jazmín. Me lo comí entero, como si fuera una frutilla. Creí reconocer cierto dulzor y probé otro. Y otro y otro hasta que el pobre arbusto se quedó sin sus flores. Al día siguiente me levanté cuando todos todavía dormían. Caminé entre restos de la noche y fui hasta el lago. Me senté en la orilla y supuse que los jazmines me habían salvado de la resaca. Mi imaginación se quedó ahí, en esa gratitud que sentía sin lograr darle otro significado.

1 comment:

timo said...

Eh CHINO COMEPLANTAS!!! esos campamentos eran un curso de supervivencia ebria!