Wednesday, July 01, 2009


El Arruga, así lo llamabábamos. Repartía los diarios de Rubén, laburaba antes de que el mundo se despertara y cuando terminaba volvía a esconderse en la pieza que ocupaba en la pensión. Yo lo oía llegar – tengo el sueño ligero- , los pasos apurados en la escalera y el pasillo, las llaves –tenía un montón de los edificios donde dejaba los diarios- y después sí la puerta. Rara vez se lo veía, suponíamos que guardaba un balde en su cuarto porque ni siquiera al baño iba. Doña Elvira decía que a ella no le importaba, que después de todo era su mejor inquilino, que siempre le pagaba a principios de mes y entonces dejábamos de hacer preguntas y nos íbamos con las manos en los bolsillos. Las pocas veces que lo vi, iba con una capucha que apenas dejaba ver la nariz. Pero sólo con eso uno sabía que el nombre estaba bien puesto. Tenía la piel como pergamino viejo, daba la impresión de que se lo podía pelar todito y dejar la cáscara en una sola pieza.
En alguna noche de borrachera, con los muchachos hablamos del Arruga. Nos dio pena su soledad y pensamos que teníamos que ayudarlo. Se nos ocurrió abirrle la puerta y ahí, de un tirón, hacerle el favor de dejarlo planchadito. Así que salimos al pasillo, caminamos despacio pero seguro las risas y nuestros pasos torpes lo despertaron porque cuando entramos, la pieza estaba vacía. En el perchero colgaban su abrigo y su piel.


No comments: