Monday, June 16, 2008

El otro día fui al teatro, algo que no pasa casi nunca. Fui a ver "Fin de partida", de Beckett, dirigida por Pompeyo Audivert, y me gustó. Aunque todavía hay muchas cosas que se me pierden en las simbologías y las actuaciones, lograron que me sintiera parte de ese pequeño pedazo de mundo. La obra transcurre en una casa, un cuarto más bien, que parece haberse salvado de una catástrofe mundial. Toda la historia gira alrededor de las rutinas de los personajes, algo en realidad pequeño, pero que se sostiene por sí mismo. Y lo loco, par mí, narrador, es que esta supuesta escasez de argumento me encantó. En cada pequeño gesto podía sentirse la relación entre los personajes, el desgaste de la repetición, el hartazgo, el miedo, el odio, la necesidad y el amor, todo junto. Me sorprendio (prejuicio de pocas experiencias previas en el teatro) que no se hablara tanto. Incluso, hubiese preferido menos líneas de diálogo. Es que el sentido de la obra me llegó mucho más por el lenguaje corporal que por las palabras. Y acá viene lo que me hizo ruido: la elección del registro o, en realidad, la no elección. A veces hablaban como los más porteños y otras en ese invento del castellano neutral. La diferencia no me hubiese molestado si cumpliera una función, si fuera una herrramienta para darle un matiz más a la obra, pero me pareció que no. Sí, es cierto, en algunos momentos era gracioso pero creo que no aportaba.
En fin, empecé a ir al teatro y fue un gustoso primer paso.

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