Sunday, April 18, 2010

Estaban sentados a la mesa de un bar, en el rincón más alejado que encontraron, debajo de una escalera, en las sombras que unían el trajín de la cocina y las voces exaltadas de los clientes. Algo pasaba en Buenos Aires, siempre algo está pasando en Buenos Aires pero, para ellos dos, sólo existía aquella mesa cubierta de servilletas arrugadas y granos de azúcar desparramados en una vía láctea. Andrea lloraba, o había estado llorando, no es tan fácil reconocer el momento preciso en que otro ha dejado de llorar. En eso pensaba Martín, que no lograba exprimir una lágrima y se sentía agotado por el esfuerzo. No es justo, Andre. Somos lo que más queremos y a los que más lastimamos. ¿Cómo puede ser? Ahora sí, Andrea volvía a llorar y a agarrar otra servilleta. No podemos seguir así. La mano de él se movió pocos milímetros hacia la mano de ella pero no llegó a tocarla y aún así sintió que la había empujado lejos. Andrea lo miró, las lágrimas seguían ahí pero estaba seguro de que eso no era un llanto. ¿Estamos cortando? ¿Me estás cortando? Me estás cortando. Martín permaneció inmóvil. ¿Estoy cortando? ¿Andrea se puso el saco o ya lo tenía puesto? ¿Cómo hacen los mozos para llevar tantas cosas? ¿Qué voy a hacer? ¿Estamos cortando? ¿Dónde fue que le compré ese saco? ¿En México? ¿Y la vez que nos metimos en esa casa? ¿También en México? Andrea se puso de pie y se alejó. Martín permaneció inmóvil mientras una lágrima corría por su mejilla.

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