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(dentro de un ratito porque tengo que escribir unas cosas)
Antes de que Mariela me diera aquel beso había tenido que escuchar que yo no le gustaba, que nunca iba a gustarle, me había dicho que era patético, la había visto salir con otros tipos: más estúpidos y más feos, incluso algunos que eran una mierda de persona. Pero al fin, en aquella salida que mis compañeros de oficina organizaron en mi último día de trabajo, Mariela se acercó a mí. Aunque los dos sabíamos que era por lástima disfruté aquel beso como si en realidad le gustara.
Al día siguiente me levanté de la cama cuando era otra vez de noche. Arrastré la resaca hasta el baño, me metí debajo de la ducha y abrí la llave de agua fría. Cuando salí me di cuenta de que tenía puesto un pantalón empapado y de que no había ninguna toalla cerca. Me miré en el espejo mientras la ducha abierta hacía rebotar su murmullo contra los azulejos. Mejor callate, dije. Me lavé los dientes, vomité y volví a lavarlos. Mientras escupía el agua sentí un corte en la parte interior del labio. Aunque no me dolía, era profundo, como si faltara un pedazo de carne. En el espejo casi no se notaba, para verlo tenía que doblar el labio y tirar hacia abajo.
Ahora, cada vez que mi mujer me da un beso, su lengua se demora en aquella cicatriz.
Dejo para este cuento Bittersweet Symphony de The verve en versión en vivo para Live8 de Coldplay y Richard Ashcroft (cantante de The verve). Aunque llegó a hartarme creo que es un tema excelente.