Voy a extrañarla.
Saturday, February 28, 2009
Tuesday, February 24, 2009
Ser uno fuera de uno.
Suele pasar que cuando salgo y empiezo a beber no puedo evitar emborracharme. El líquido fluye como si la cerveza o el vino se produjera en el mismo vaso que nunca llega a vaciarse. Así transito por diferentes estados pero hay uno en particular que es una ventana de mi propia vida. Es el momento en el que estoy lo suficientemente borracho como para descartar inhibiciones pero no tanto como para ser impresentable o sólo querer volver a casa. No suele durar más que unos pocos minutos, instante en el que veo por la ventana todo lo que podría suceder si tan sólo. Pero una, seguro no más que dos veces en la vida la ventana se convirtió en puerta para permitir salirme de mí mismo.
Suele pasar que cuando salgo y empiezo a beber no puedo evitar emborracharme. El líquido fluye como si la cerveza o el vino se produjera en el mismo vaso que nunca llega a vaciarse. Así transito por diferentes estados pero hay uno en particular que es una ventana de mi propia vida. Es el momento en el que estoy lo suficientemente borracho como para descartar inhibiciones pero no tanto como para ser impresentable o sólo querer volver a casa. No suele durar más que unos pocos minutos, instante en el que veo por la ventana todo lo que podría suceder si tan sólo. Pero una, seguro no más que dos veces en la vida la ventana se convirtió en puerta para permitir salirme de mí mismo.
Sunday, February 22, 2009
Thursday, February 19, 2009
El otro día conocí una persona sinestésica. La sinestesia es ese fenómeno que cruza las percepciones de dos o más sentidos: oler colores, ver sonidos, oír texturas y demás. Claro, ya conocía la sinestesia como recurso literario o como forma de interpretación pero nunca había conocido una persona que neurológicamente tuviera esa capacidad. Quedé fascinado. Al parecer Mata es un amarillo oscuro. Me hubiese gustado que tirara más para el azul pero según ella el azul suena más en las "e". Las vocales tienen los colores más fuertes y las consonantes dan ciertas tonalidades. También le pasaba con la música pero con límites mucho más difusos.
Así que estoy intentando sentir sonidos en mis fotos y ver colores en la música. Acá les dejo esto para que prueben.
Dos tipos (todavía no encuentro sus nombres) tocando shamisen como los dioses:
Así que estoy intentando sentir sonidos en mis fotos y ver colores en la música. Acá les dejo esto para que prueben.
Dos tipos (todavía no encuentro sus nombres) tocando shamisen como los dioses:
Monday, February 16, 2009
Sunday, February 15, 2009
Ayer me contaron que mi blog había cumplido tres años. Empezó el 13 de febrero del 2006 con la idea de dejar al descubierto todo el proceso de escribir una novela. La novela perdió impulso y el espacio se fue conviertiendo en algo que había querido evitar: un diario. Ahora ¿cómo mierda pasó eso? Creo que dos cosas nos trajeron a este presente.
Uno. Con el tiempo se me hizo difícil mantener unido el proceso fundamentalmente privado, solitario y personal de escribir. Escribir para el blog y escribir vamos a llamarla literatura son para mí dos cosas distintas. En el blog me permito lo que sea: ser cursi, ser aburrido, ser un cliché, no hay propuesta, no hay estructura y pocas veces hay un proyecto estético, al menos no uno premeditado. Cuando me siento a escribir literatura trato de que no ocurra todo esto. A decir verdad, el blog es el extractor de materia prima que se procesa cuando escribo literatura.
Dos. Me gusta tener un diario. Pone las cosas en perspectiva. Me mantiene en contacto con algunas personas queridas. No tengo que contar varias veces lo mismo. Me acuerdo cosas que de otra forma no recordaría. Y me divierto, me divierto mucho.
Bueno, en realidad todo esto no importa. Sólo quería decir:
Feliz Cumpleaños, Sentarelculo.
Uno. Con el tiempo se me hizo difícil mantener unido el proceso fundamentalmente privado, solitario y personal de escribir. Escribir para el blog y escribir vamos a llamarla literatura son para mí dos cosas distintas. En el blog me permito lo que sea: ser cursi, ser aburrido, ser un cliché, no hay propuesta, no hay estructura y pocas veces hay un proyecto estético, al menos no uno premeditado. Cuando me siento a escribir literatura trato de que no ocurra todo esto. A decir verdad, el blog es el extractor de materia prima que se procesa cuando escribo literatura.
Dos. Me gusta tener un diario. Pone las cosas en perspectiva. Me mantiene en contacto con algunas personas queridas. No tengo que contar varias veces lo mismo. Me acuerdo cosas que de otra forma no recordaría. Y me divierto, me divierto mucho.
Bueno, en realidad todo esto no importa. Sólo quería decir:
Feliz Cumpleaños, Sentarelculo.
Friday, February 13, 2009
Thursday, February 12, 2009
True love will find you in the end de Daniel Johnston.
True love will find you in the end
You'll find out just who was your friend
Don't be sad, I know you will,
But dont give up until
True love will find you in the end
This is a promise with a catch
Only if you're looking can it find you
Cause true love is searching too
But how can it recognize you
Unless you step out into the light?
Don't be sad i know you will
But don´t give up until
True love finds you in the end.
True love will find you in the end
You'll find out just who was your friend
Don't be sad, I know you will,
But dont give up until
True love will find you in the end
This is a promise with a catch
Only if you're looking can it find you
Cause true love is searching too
But how can it recognize you
Unless you step out into the light?
Don't be sad i know you will
But don´t give up until
True love finds you in the end.
Acabo de ver Wall-e de Disney-Pixar y me gustó. La peli trata de un robotito, Wall-e que quedó solo en la Tierra después de que los humanos se fueran para escapar de la destrucción que ellos mismos provocaron. Un día llega Eva, una robota que busca indicios de la recuperación del planeta, en este caso una plantita. Ella vuelve con la plantita a la nave donde viven los humanos, Wall-e la sigue enamorado y, claro, ella no le da bola. La animación está zarpada, con texturas que uno podría tocar y un cuidado enfermo en los detalles. Las cámaras (no sé si es apropiado llamarlas así) están dispuestas como en una película filmada y el efecto es tan logrado que las tomas sufren sacudones, fuera de foco y desviaciones por la inercia durante las persecusiones; no es novedad pero es la primera vez que veo que les sale tan bien. El sonido también está increíble y aporta mucho a la cosa. La historia y los personajes están bien aunque no sobresalen. Más cuando uno recuerda a Number 5 de Cortocircuito. Wall-e está copiado de aquella película. Los robotos son iguales, en aspecto y contenido.
Voy a inaugurar un sistema de puntuación:
Wall-e: ideal para domingos a la tarde noche o cuando hay que hacer una hora y medio de tiempo, se puede ver solo o acompañado, apto para cualquier estado de humor.
Les dejo el tema (Down to Earth de Peter Gabriel) de los créditos finales
Voy a inaugurar un sistema de puntuación:
Wall-e: ideal para domingos a la tarde noche o cuando hay que hacer una hora y medio de tiempo, se puede ver solo o acompañado, apto para cualquier estado de humor.
Les dejo el tema (Down to Earth de Peter Gabriel) de los créditos finales
El otro día en la pizzería, me propusieron ir a un encuentro de poesía, así me lo presentaron. Eran las cuatro de la mañana así que decliné la invitación. Insistieron. Volví a declinar. Volvieron a insistir. Pero no, vieja, no tengo ganas de ir, me vuelvo a casa. Pero es cerca de tu casa, vamos en taxi. Ah, bueno. Y fuimos. Ya nos habían prevenido de que era un ambiente "trash". Andá a saber qué esperaba yo de semejante definición. Bajamos del taxi en una esquina de corrientes, frente al Abasto. En la vereda encontramos a nuestros amigos que tomaban una cerveza. Es lo más trash que vi en mi vida, dijo uno. Ahora me daba curiosidad. Pasamos a lo que parecía haber sido un garage o un patio. A través de la oscuridad que pintaba todo de negro, vimos en el fondo una cocina de donde salía un tipo con una cerveza; un poco más acá una mesa, dos micrófones y tres sillas; detrás de la mesa una lámpara, la única iluminación del lugar; en lo que sería el salón, dos mesas más y cinco espectadores (incluida una nena de seis siete años) y nada más. Un tipo leía algo mientras otro tocaba la guitarra como toca uno cuando encuentra una guitarra en casa ajena: pulsaba una que otra cuerda de vez en cuando mientras trataba de recordar el acorde ése. Escuché un poco lo que leían. No entendí mucho pero creo que era horrible. Me dieron ganas de ir al baño, me señalaron un pasillo. Esquivé lo que pude y tropecé con el resto, incluido la nena. Llegué al baño. Era un espacio diminuto que te transportaba a la peor época de la estación Constitución. Hice mi pis como si lanzara una estocada, con distancia, precisión y celeridad. Volví con los pibes. Nos paramos cerca de la salida mientras de a turnos íbamos a buscar cervezas a esa puerta que daba a lo que había sido una cocina pero donde sólo quedaba una heladera. Mientras charlaba con mis amigos veía la escena que desarrollaba a pocos metros sin escuchar nada: a la mesa escenario se habían sumado otras dos personas; en las mesas público quedaban una mujer y dos tipos, todos re pasados; recortada contra la luz, la nena correteaba de un lado a otro y equivaba de vez en cuando piernas borrachas. Después me contaron, no lo vi o no quise verlo, que uno de los poetas se había quedado en pelotas mientras recitaba y que un amigo casi se agarra a trompadas. Volví a casa pensando en Bolaño, en cómo ése lugar se parecía a los real visceralistas, y en eso (creo que lo dijo Mark Twain) de que la ficción nunca va a superar a la realidad porque la realidad no necesita ser verosímil.
Tuesday, February 10, 2009
Sí, lo sé, vivimos en una sociedad paranoica. No me molestaría tanto si no fuera porque mi familia es extremista. La casa de mis viejos tiene tanto enrejado que podríamos abastecer de acero por un par de años a China. Esto sin contar a dos perros enormes, que por cierto sólo saben vigilar su propia comida. Para entrar o sacar la camioneta del garage tienen todo un operativo comando; si mis viejos se van de viaje y queda mi hermana sola en la casa organizan la agenda de todos para que alguien más cuide los flancos y la retaguardia; si hay alguien tomando una birra en la esquina o fumando un porro en un escalón, eso ya es el colmo de la inseguirdad. Aclaro que no sólo son mis viejos, mis hermanos aportan con sus miradas y oídos agudos, sus conjeturas acerca del pobre tipo que pasa por en frente, sobre los pobres tipos que vienen a laburar a la obra de al lado. Porque encima ahora están construyendo y se llena de obreros, ¿viste? No sé qué mierda les pasa. No sé si todo esto es para tener algo de qué hablar, para sentir alguna emoción de vez en cuando, aunque sea paranoia.
Monday, February 09, 2009
Friday, February 06, 2009
Thursday, February 05, 2009
Por más que vacié la mochila, revisé cada bolsillo y me fijé dentro de la carpeta, no podía encontrar la lapicera. Pero si ayer la tenía. Ya era la tercera que perdía en la semana, mamá me iba a matar. Miré alrededor, a mis compañeros, alguien más que pudiera tener la culpa. Al final desistí, hacía rato que la seño anotaba en el pizarrón y yo no había copiado nada. Pedí una lapicera prestada pero nadie tenía, al final fue Julia, a quien ni siquiera le había pedido, la que me pasó su borratintas. Creo que Julia fue la única chica que me gustó en la primaria pero desde chico que soy sonso y en ese entonces tampoco me daba cuenta. Abrí la carpeta y busqué los últimos apuntes de ciencias sociales. La mitad de mis hojas iban sueltas, con los ojales rotos. Las últimas anotaciones se cortaban en una oración. Busqué otra vez en la mochila, entre las hojas arrugadas, pero no pude encontrarla. Me acordaba que habíamos hablado de los mapuches pero nada. Nada de mapuches entre todas esas cosas. Pedí hojas prestadas y anoté lo que pude. Cada viernes, a última hora, la seño pedía para revisar tres carpetas. Ése era el peor momento académico de mi primaria. Yo nunca tenía carpeta de nada. La seño me miró, ella sabía que yo sabía que me iba a llamar, y yo sabía que ella sabía que no tenía siquiera la mitad de los apuntes de la última semana. Me miró otra vez y pidió la carpeta de mi compañero de banco.
Al salir de la escuela, tuve que pelearme con un par de chicos. Las peleas siempre empezaban igual. Me gritaban cosas, yo no respondía. Me gritaban más cosas, yo seguía sin responder. Me empujaban y ahí sí que respondía pero tengo que admitir que desproporcionadamente. Mi táctica siempre era tirarlos al piso y pegarles hasta que alguien aparecía para separarnos. Claro que cuando eran dos era más complicado y lo más común era que yo terminara en el piso, golpeado y defendiéndome a duras penas. Aquella vez fue así.
Encaré hacia la casa de mi abuela. Busqué en mis bolsillos monedas pero no me alcanzaba para comprar una lapicera nueva, ni siquiera una 303. Caminé despacio, buscando algo de plata que alguien se le hubiese caído. A mí siempre se me caía ¿así que por qué no le iba a pasar a otro? No encontré nada. En la casa de mi abuela no había nada que se pareciera a una lapicera, sólo usaban biromes en la tintorería.
Mamá me pasó a buscar y nos fuimos a casa. Ella nunca se fijaba en mis notas ni nada de la escuela pero aquel día me pidió la mochila. No sé cuánto tardé en dársela, tal vez esperaba que se olvidara, aunque ya entonces sabía que la vieja nunca se olvida de nada. Así que fui a la cocina y le di la mochila. Retrocedí dos pasos y me senté en el escalón. Maxi, ¿ésta es tu carpeta? ¿dónde se metió este chico? Yo cada vez más chiquito, más sombra de escalera. Maxi, bajá. Estoy acá, ma. ¿Pero cómo puede ser que ésta sea tu carpeta? ¿Y tu lapicera? ¿Dónde está tu lapicera? No sé, se me perdió. ¿Otra vez? ¿Pero, hijo, cómo puede ser? No sé, perdón. Ya estaba llorando. Andá a tu cuarto. Subí a mi cuarto y me tiré en la cama, la cara contra la almohada. Todavía podía escuchar la convesación (mi vieja a los gritos) que transcurría en la cocina. ¿Pero con qué escribe este chico? Esto parece borratintas (mi hermana). Pero tu hermano es un desastre.
Al rato mi vieja subió a mi cuarto. Maxi, bajá a cenar. Dejó mi mochila en el piso y se alejó. Salí de la cama, cerré la puerta y tiré la mochila contra la pared. La carpeta voló y se soltaron varias hojas. También cayó al piso el borratintas que nunca le devolví a Julia.
Al salir de la escuela, tuve que pelearme con un par de chicos. Las peleas siempre empezaban igual. Me gritaban cosas, yo no respondía. Me gritaban más cosas, yo seguía sin responder. Me empujaban y ahí sí que respondía pero tengo que admitir que desproporcionadamente. Mi táctica siempre era tirarlos al piso y pegarles hasta que alguien aparecía para separarnos. Claro que cuando eran dos era más complicado y lo más común era que yo terminara en el piso, golpeado y defendiéndome a duras penas. Aquella vez fue así.
Encaré hacia la casa de mi abuela. Busqué en mis bolsillos monedas pero no me alcanzaba para comprar una lapicera nueva, ni siquiera una 303. Caminé despacio, buscando algo de plata que alguien se le hubiese caído. A mí siempre se me caía ¿así que por qué no le iba a pasar a otro? No encontré nada. En la casa de mi abuela no había nada que se pareciera a una lapicera, sólo usaban biromes en la tintorería.
Mamá me pasó a buscar y nos fuimos a casa. Ella nunca se fijaba en mis notas ni nada de la escuela pero aquel día me pidió la mochila. No sé cuánto tardé en dársela, tal vez esperaba que se olvidara, aunque ya entonces sabía que la vieja nunca se olvida de nada. Así que fui a la cocina y le di la mochila. Retrocedí dos pasos y me senté en el escalón. Maxi, ¿ésta es tu carpeta? ¿dónde se metió este chico? Yo cada vez más chiquito, más sombra de escalera. Maxi, bajá. Estoy acá, ma. ¿Pero cómo puede ser que ésta sea tu carpeta? ¿Y tu lapicera? ¿Dónde está tu lapicera? No sé, se me perdió. ¿Otra vez? ¿Pero, hijo, cómo puede ser? No sé, perdón. Ya estaba llorando. Andá a tu cuarto. Subí a mi cuarto y me tiré en la cama, la cara contra la almohada. Todavía podía escuchar la convesación (mi vieja a los gritos) que transcurría en la cocina. ¿Pero con qué escribe este chico? Esto parece borratintas (mi hermana). Pero tu hermano es un desastre.
Al rato mi vieja subió a mi cuarto. Maxi, bajá a cenar. Dejó mi mochila en el piso y se alejó. Salí de la cama, cerré la puerta y tiré la mochila contra la pared. La carpeta voló y se soltaron varias hojas. También cayó al piso el borratintas que nunca le devolví a Julia.
Vine al bar de la esquina de honduras y salguero, Gerónimo se llama. La luz del atardecer se cruza en varios puntos, es que enfrente hay unas ventanas de vidrios espejados. Sobre la mesa, el vaso de agua proyecta un racimo de luz líquida. A veces está bueno no tener la cámara.
Acá, en la mesa que tengo en frente, escribí las últimas líneas de Gaijin. Las escribí a mano sobre las hojas impresas. Ya sabía el final, lo conocía desde hacía tiempo. Así que escribí medio poseso, como si me dictaran. Puse punto final y levanté la mirada. Todo estaba demasiado lejos y demasiado cerca. Estaba solo pero con toda la piel pegada a algo más. Me acuerdo que me dieron ganas de llorar.
Acá, en la mesa que tengo en frente, escribí las últimas líneas de Gaijin. Las escribí a mano sobre las hojas impresas. Ya sabía el final, lo conocía desde hacía tiempo. Así que escribí medio poseso, como si me dictaran. Puse punto final y levanté la mirada. Todo estaba demasiado lejos y demasiado cerca. Estaba solo pero con toda la piel pegada a algo más. Me acuerdo que me dieron ganas de llorar.
Wednesday, February 04, 2009
Esto que escribí abajo me hizo acordar de algo. También en ese jardín, un día pedí ir al baño, hice mi pis y salí al patio. Dos segundos después salió una chica con los pantalones bajos. No recuerdo cómo fue la conversación pero la cuestión era que la piba no sabía limpiarse el culo y me pidió que le explicara. Yo no era ningún licenciado, así que hice lo que pude. Sí me acuerdo que dijo bueno, esperame. Y esperé nomás. La chica volvió medio llorando, tenía toda la bombacha sucia.
Mi abuela me llevaba todos los días al jardín de infantes. Me arrastraba más bien. Supongo que después me acostumbré pero tengo patente el recuerdo de ser arrastrado por el brazo las dos cuadras que separaban la tintorería del Jardín Despertar. Aquel día me habían comprado un alfajor que yo llevaba en el bolsillo canguro de mi guardapolvo celeste, bajo la presión de mis dos manos. En aquella época un alfajor era un bien muy preciado. Cuando salimos al patio para jugar con los juegos, germinó en mí la semilla de la maldad. No exagero. Creo que es una de las cosas más crueles que hice en mi vida. Mostré el alfajor, que para ese momento seguro ya estaba todo derretido, y propuse una prueba. El que salte desde el tobgán a la calesita (de esas manuales) le doy (iba a decir mi alfajor pero lo pensé mejor) la mitad de mi alfajor. Era una distancia considerable para nuestros tres, cuatro años. Varios chicos se prendieron, no sé si alguna chica. Le de la mano a cada uno de los participantes para cerrar el pacto. De a uno subían al tobogán mientras yo los miraba sentadito en el cantero. Saltaban y se golpeaban feo pero sin lograr permanecer en la calesita que yo hacía girar con mi pie. Sentí culpa y miedo de que me retaran. Pero nadie me acusó. Al parecer, la crueldad no es tal cuando está institucionalizada. Feliz, me comí todo el alfajor.
Tuesday, February 03, 2009
En el último año del uno a uno, viajé a Europa y pasé varias semanas en Dublín. Conocí mucha gente y me hice amigo (esas amistades cerillas) de una chica italiana. No me acuerdo su nombre pero es de esas personas que no necesitan nombre para ser recordadas. Pasamos todo el último día de mi viaje juntos, tomando café, comiendo, caminando, después más cerveza, más comida y más café. Cuando volvíamos en el bondi nos sentamos en el asiento de adelante del piso de arriba. El viaje era largo. Nuestra conversación, que ya llevaba varias horas en pie, también atravesaba silencios. Silencios plácidos como de planeador. Íbamos recostados, mirando el espejo curvo que nos devolvía nuestra imagen bajo filas de asientos vacíos. El bondi paró en un puente, o lo que en la ventana empañada parecía un puente. Ella se iba a bajar dos paradas antes que yo y no íbamos a vernos nunca más pero ninguno habló de esto. El bondi volvió a arrancar. Escuché pasos pero en el espejo no había nadie. Me incorporé y miré hacia atrás. Nadie. Volví a recostarme y en ese momento un perro enorme se acostó en el pasillo junto a nosotros. Tenía el pelo blanco húmedo y en algunas partes cubierto de escarcha. Una luna marrón cubría el ojo derecho y parte de la oreja. Ella me miró pero no dijo nada. Yo también sentía que cualquier sonido que no fuera las ruedas sobre el asfalto mojado rompería aquel conjuro. Los últimos quince minutos que compartí con ella fueron del más puro silencio. Cuando llegábamos a su parada, nos abrazamos sin palabras. Ella esquivó al perro y se bajó del bondi.
Sunday, February 01, 2009
Ayer conocí a Edgard. Pero rebobinemos (¿rebobinar?, una palabra que va a dejar de existir en dos minutos). No me gusta mi pelo. No hay forma de que quede bien porque crece a velocidad y en cantidad inverosímiles. Así que hace una década decidí que no me iba a esforzar más. El otro día Euge me dijo que el sábado iba a ir a Edgard. Ayer la pasé a buscar y nos tomamos el 124 para ir al departamento en villa del parque. Tocamos el timbre y una chica bajó a abrirnos. ¿Hay mucha gente arriba?, preguntó Euge. Más o menos, cuatro, cinco personas.
Edgard es profesor de física pero cada sábado se convierte en peluquero. Desde la mañana hasta la noche, unas cuarenta personas van hasta su departamento para cortarse el pelo. Edgard no cobra un peso por su arte. Simplemente, le gusta cortar el pelo. Entonces, cada sábado abre las puertas de su casa y su comedor se llena de gente (la mayoría chicas) y de comida (mucha galletita).
Saludamos a Edgard que tenía tijeras y peine en las manos y nos sentamos a la mesa, aportamos la gaseosa y el humus que había preparado para la ocasión y ahí nomás todo fue como si uno se sentara a merendar con amigos. La conversación fluyó por la danza, el kung fu, anécdotas y muchas boludeces y risas. Edgard también participaba mientras hacía pasar una cabellera tras otra. Contó su teoría de la movilidad social en la pareja. Cuando uno está de novio, es lo más importante para el otro; cuando pasás a convivir, tu importancia se equilibra con el resto de las otras personas importantes; cuando te casás, alguien más pasa a ser el/la más importante (madre, padre, amiga); cuando tenés un hijo, bajás otro escalón más (primero la madre, después el hijo, después vos) y cuando el hijo tiene un perro quedás en el último nivel (primero madre, después hijo, después perro y recién ahí te toca a vos).
Todos felicies con sus cortes nuevos. Varias rondas de mate y taper vacío de humus. Dos horas más tarde fue el turno de Euge y su corte leonino y después el mío. ¿Y cómo lo querés? No sé, te dejo decidir a vos. Y se puso a trabajar. Creo que nunca vi a un peluquero cortar con tanta delicadeza. Ningún mechón que cortaba tenía más de dos centímetros. Me quedó más o menos bien (nunca me va a gustar mi pelo). A los otros presentes, cinco personas esperaban su turno, también les pareció copado (copado, otra palabra que ya no existe) mi corte. Charlamos un poco más, tomamos otro mate y juntamos nuestras cosas. Eran las nueve y media y todavía había gente esperando. Saludamos y agradecimos a Edgard. Una chica que hacía rato se había cortado el pelo pero que se había quedado a charlar se fue con nosotros.
Esperamos el mismo bondi mientras conversábamos. Viajamos en el 124 todavía charlando y riéndonos. Bajamos en Caballito y la chica siguió. ¿Viste que se parecía a Andrea?, dijo Euge. Nunca le preguntamos el nombre.
Edgard es profesor de física pero cada sábado se convierte en peluquero. Desde la mañana hasta la noche, unas cuarenta personas van hasta su departamento para cortarse el pelo. Edgard no cobra un peso por su arte. Simplemente, le gusta cortar el pelo. Entonces, cada sábado abre las puertas de su casa y su comedor se llena de gente (la mayoría chicas) y de comida (mucha galletita).
Saludamos a Edgard que tenía tijeras y peine en las manos y nos sentamos a la mesa, aportamos la gaseosa y el humus que había preparado para la ocasión y ahí nomás todo fue como si uno se sentara a merendar con amigos. La conversación fluyó por la danza, el kung fu, anécdotas y muchas boludeces y risas. Edgard también participaba mientras hacía pasar una cabellera tras otra. Contó su teoría de la movilidad social en la pareja. Cuando uno está de novio, es lo más importante para el otro; cuando pasás a convivir, tu importancia se equilibra con el resto de las otras personas importantes; cuando te casás, alguien más pasa a ser el/la más importante (madre, padre, amiga); cuando tenés un hijo, bajás otro escalón más (primero la madre, después el hijo, después vos) y cuando el hijo tiene un perro quedás en el último nivel (primero madre, después hijo, después perro y recién ahí te toca a vos).
Todos felicies con sus cortes nuevos. Varias rondas de mate y taper vacío de humus. Dos horas más tarde fue el turno de Euge y su corte leonino y después el mío. ¿Y cómo lo querés? No sé, te dejo decidir a vos. Y se puso a trabajar. Creo que nunca vi a un peluquero cortar con tanta delicadeza. Ningún mechón que cortaba tenía más de dos centímetros. Me quedó más o menos bien (nunca me va a gustar mi pelo). A los otros presentes, cinco personas esperaban su turno, también les pareció copado (copado, otra palabra que ya no existe) mi corte. Charlamos un poco más, tomamos otro mate y juntamos nuestras cosas. Eran las nueve y media y todavía había gente esperando. Saludamos y agradecimos a Edgard. Una chica que hacía rato se había cortado el pelo pero que se había quedado a charlar se fue con nosotros.
Esperamos el mismo bondi mientras conversábamos. Viajamos en el 124 todavía charlando y riéndonos. Bajamos en Caballito y la chica siguió. ¿Viste que se parecía a Andrea?, dijo Euge. Nunca le preguntamos el nombre.
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