Thursday, February 12, 2009

El otro día en la pizzería, me propusieron ir a un encuentro de poesía, así me lo presentaron. Eran las cuatro de la mañana así que decliné la invitación. Insistieron. Volví a declinar. Volvieron a insistir. Pero no, vieja, no tengo ganas de ir, me vuelvo a casa. Pero es cerca de tu casa, vamos en taxi. Ah, bueno. Y fuimos. Ya nos habían prevenido de que era un ambiente "trash". Andá a saber qué esperaba yo de semejante definición. Bajamos del taxi en una esquina de corrientes, frente al Abasto. En la vereda encontramos a nuestros amigos que tomaban una cerveza. Es lo más trash que vi en mi vida, dijo uno. Ahora me daba curiosidad. Pasamos a lo que parecía haber sido un garage o un patio. A través de la oscuridad que pintaba todo de negro, vimos en el fondo una cocina de donde salía un tipo con una cerveza; un poco más acá una mesa, dos micrófones y tres sillas; detrás de la mesa una lámpara, la única iluminación del lugar; en lo que sería el salón, dos mesas más y cinco espectadores (incluida una nena de seis siete años) y nada más. Un tipo leía algo mientras otro tocaba la guitarra como toca uno cuando encuentra una guitarra en casa ajena: pulsaba una que otra cuerda de vez en cuando mientras trataba de recordar el acorde ése. Escuché un poco lo que leían. No entendí mucho pero creo que era horrible. Me dieron ganas de ir al baño, me señalaron un pasillo. Esquivé lo que pude y tropecé con el resto, incluido la nena. Llegué al baño. Era un espacio diminuto que te transportaba a la peor época de la estación Constitución. Hice mi pis como si lanzara una estocada, con distancia, precisión y celeridad. Volví con los pibes. Nos paramos cerca de la salida mientras de a turnos íbamos a buscar cervezas a esa puerta que daba a lo que había sido una cocina pero donde sólo quedaba una heladera. Mientras charlaba con mis amigos veía la escena que desarrollaba a pocos metros sin escuchar nada: a la mesa escenario se habían sumado otras dos personas; en las mesas público quedaban una mujer y dos tipos, todos re pasados; recortada contra la luz, la nena correteaba de un lado a otro y equivaba de vez en cuando piernas borrachas. Después me contaron, no lo vi o no quise verlo, que uno de los poetas se había quedado en pelotas mientras recitaba y que un amigo casi se agarra a trompadas. Volví a casa pensando en Bolaño, en cómo ése lugar se parecía a los real visceralistas, y en eso (creo que lo dijo Mark Twain) de que la ficción nunca va a superar a la realidad porque la realidad no necesita ser verosímil.

1 comment:

manuel said...

"la realidad no precisa ser verosímil"...

vaya verdade

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