Thursday, August 23, 2007

Tomás no quiso acompañar a su madre al almacén, ni siquiera cuando le prometieron un alfajor de recompensa. No era que el alfajor le hubiera dejado de gustar sino que hacía unas horas, en la terraza, había visto a su gata Ninja saltar de una pared a otra. Entre las paredes, además de dos pisos de vacío, había todo lo que Tomás veía en las películas. Como Ninja, Tomás se subió donde su madre apilaba los baldes, después otro paso por el cantero con macetas, un paso más en la enredadera y al fin llegó a lo alto de la pared. Su gata lo miraba desde el otro lado. Se puso en cuclillas para tomar más carrera, se impulsó con las piernas, pero al dar el primer paso tuvo que esforzarse para no perder el equilibrio. Así, balanceándose, llegó hasta el borde. Saltó pero no había conseguido velocidad suficiente. Los dos pisos digirieron su cuerpo hasta que chocó contra las baldosas. Se levantó, miró su ropa sucia de sangre y se sentó en un escalón. La madre llegaría pronto, no había mucho tiempo. Limpió las baldosas lo mejor que pudo, se lavó las heridas y trató de quitar las manchas de sangre de su remera, pero no logró más que expandirlas. Mientras buscaba ropa para cambiarse, oyó que la puerta de calle se abría. Comprendió que no había más remedio que decir la verdad. Pensó en qué podía prometer para que no le quitaran la televisión pero no se le ocurrió nada. Al fin salió a su encuentro con la sospecha de que una primera jugada de su parte mejoraría la situación. Hola, Ma. Tengo que contarte algo. Me morí. No te enojes.

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