Tuesday, June 30, 2009

Estaba muerta, no había nada que hacerle. Tantas veces lo había salvado aquel 38´ corto que cómo iba a abandonarlo en el cajón. Al menos sacalo de la cama, insistía su mujer. No seas ingrata, que si no fuera por él, hace rato que estarías viuda. Pero cómo se iba a imaginar que justo ella iba a querer que le hiciera eso, cómo se iba a imaginar que justo sus manos presionarían contra la almohada, justo con el cañón apuntándole a la cabeza. Y ahora, todo hecho un asco. Por suerte, su pantalón preferido había quedado lejos, en la silla. Pero la camisa y el saco sí que estaban hundidos en sangre. Pensó en llamar al Japonés, como siempre que hacía después de un trabajo, pero le dio un poco de pena que el tipo ése manoseara a su mujer. Sí, ya sé que está muerta. No, lo haría él mismo. Sabía que en pocos minutos el cuerpo se pondría duro y ahí sí que iba a estar difícil. Tiró de las piernas para quitarla de la cama, la sangre lo hizo resbalar y caer al piso. Mierda, te dije que estabas gorda. Volvió a tirar, esta vez con más cuidado. Al caer, la cabeza resonó con un golpe seco a pesar de toda esa sangre. Perdón, amor. Abrió la puerta y miró el pasillo, las escaleras que bajaban hasta el hall. Siguió tirando de su mujer, que iba con los brazos levantados, una mano todavía aferraba la almohada ahora roja. Por suerte, sus pies dejaron de resbalar. La piel contra la madera encerada hacía el mismo ruido que las zapatillas de su hijo. Menos mal que el pendejo se fue a putanear. Sí, claro, guita para salir con los pibes. ¿Qué piensa?, ¿que nací ayer? Al fin llegó a la escalera. Descendió tres escalones y soltó las piernas de su mujer para descansar apoyado contra la baranda. Miró el cuerpo ensangrentado y tuvo una erección. Sos un hijo de puta. Trató de alejar esos pensamientos pero era imposible. Amaba a su mujer.

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