Tuesday, June 23, 2009


Hasta me gustaba verlo pedir un café. Es que cada sobre de azúcar tenía su ritual. Primero, la clásica sacudida con la mano levantada por sobre el hombro, como si escuchara alguna música entre aquellos granos escondidos. Después, un corte que separaba un triángulo isósceles de papel. Mientras vertía el azúcar revolvía con la otra mano, la cucharita siempre en sentido antihorario. Era difícil que se diera por vencido en el primer intento, por lo general probaba un sorbo y volvía a depositar el pocillo en el platito, lo giraba para que el asa le quedara del lado izquierdo y repetía el proceso. A veces, ni siquiera llegaba a tomarse el café cuando se paraba de golpe, volcaba lo que hubiera sobre la mesa y gritaba indignado: -Esto no puede ser. Al final siempre se tomaba el café, la cabeza que colgaba y un movimiento pendular de lado a lado. En el bar ya lo conocían y los gritos ni siquiera interrumpían las conversaciones que estuvieran teniendo. Sabían que al final pagaría el café y cualquier cosa que hubiera roto. Aquel día también se paró de golpe pero dijo en un susurro: -La perfección. Todos lo escuchamos clarito porque lo repitió mientras rompía en llanto. La perfección, esta vez en un grito. Nos abrazó a cada uno. Por fin, por fin. Salió a la calle y se perdió por la esquina. Cuando me acerqué con la bandeja a limpiar la mesa, me di cuenta de que se había ido sin pagar.


No comments: