Wednesday, June 02, 2010

Pueblo 2 (Azul). Día 2.

Mientras nos tomábamos el vino, sacamos algunas fotos y miramos los partidos que se desarrollaban en las mesas. Cosa extraña: eran todos malos. Tan malos que pensamos en hacerles partido. En la mesa más cercana había dos de esos cuarentones que pasan mucho tiempo en el gimnasio y en la cama solar. Ponían pose de entendidos pero eran horribles. ¿Les hacemos partido a esos?, dije a V. Miramos un par de pelotas más y, justo cuando nos decidíamos, liberaron otra mesa. Nos mudamos con todos nuestros bártulos: cámaras, vasos, botellas y abrigos. Jugamos un par de partidos con una mesa que a esa hora de la noche ya parecía moverse solita. No sé cuántas fichas pusimos pero el final llegó cuando hice una jugada con la que tendrían que haber cerrado el local. Tiro largo, la blanca pasa entre dos rayadas, apenas roza la negra que también esquiva una rayada y se mete en el agujero de la esquina. Zarpado. Dejamos unos billetes en la mesa, bajo un vaso, y salimos a la calle. Cuando estábamos por subir al auto, el mozo salió corriendo. Chicos, no pagaron. Te dejamos la plata sobre la mesa. Le deben haber hecho una seña de adentro porque asintió. Disculpen, es que acá no se acostumbra a hacer eso. Andá a saber de dónde pensó que éramos.
Subimos al auto y arrancamos. Puse segunda y solté el acelerador: estaba en pedo pero era conciente de mi ebriedad. Así que avanzábamos a paso de hombre, o de perro. Azul está lleno de perros callejeros, todos son grandotes y panchos. Cruzan las calles como si fueran los dueños del lugar, se tiran a dormir en medio del camino, en medio de la vereda, en medio de la iglesia. Cualquiera pensaría que nosotros somos unos fantasmas que deambulamos por sus calles.
Volvimos al hotel no sin antes dar unas vueltas hasta encontrar alguien que nos vendiera algo no alcohólico para tomar. Íbamos a agradecerlo al día siguiente.

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