Tuesday, July 10, 2007

superpancho 03


Continuamos con el cuento de la vecina. Hubo algunos cambios en el primer párrafo así que lo vuelvo a poner.

Conocí a Mariela en el ascensor de nuestro edificio. Hacía pocas semanas que me había mudado y todavía era amable con todos los vecinos. Abrí las dos puertas tijera de metal negro y esperé que levantara la rueda delantera de su bicicleta y la acomodara en un espacio reducido. No va a entrar, pensé pero era obvio que ella vivía en aquel lugar desde hacía más tiempo que yo, y que conocía los rincones más coloridos. Después de un par de movimientos, giró sobre sí misma, me miró, la mancha rosada que cubría más de la mitad de su cara también me miraba, y dijo: - Entramos los dos. Quise no pensar en su cara, no preguntarme hasta dónde llegaría ni si le dolía o si la piel de ese color se sentía diferente. De todas formas, durante los cinco pisos de recorrido no hice otra cosa que buscar una carambola en el pequeño espejo alargado de las esquina del ascensor. Ella tarareaba un tema, tal vez Calamaro. Abrí las puertas con demasiada fuerza, salí al hall y me aparté para que ella sacara la bicicleta. Gracias, dijo. Quise esperar a ver en cuál de los cuatro departamentos vivía, pero los segundos comenzaban a excederse. Chau, dije al fin. No me escuchó, llevaba auriculares puestos.

Abrí los ojos y miré la biblioteca, el sol leía a los latinoamericanos: todavía era temprano, o al menos no era tarde. La hora límite estaba marcada por un diccionario Larousse de tapas blancas: cuando los rayos del sol llegaban a este punto eran pasadas las once. Antes estaban los latinoamericanos y la madrugada la habitaban los clásicos. El límite entre podría levantarme y ni a palos me levanto estaba marcado por Cuentos Completos de Julio Cortázar y Obras completas de Oscar Wilde, dos libros gordos y bien visibles. Los otras obras en los estantes de abajo sólo cumplían su función de libros. Me levanté con cuidado de no despertar a B. En principio podría parecer una tarea fácil, pero en ese tiempo todavía usaba un colchón de dos plazas tendido en el piso del cuarto, contra una de las esquinas. Por alguna razón, en los meses que llevábamos de conocernos, se había establecido que mi lado de la cama era contra la pared. Algo, como mínimo, mal analizado si se piensa que yo siempre me despertaba a mitad de la noche y me levantaba antes. Me incorporé despacio, caminé por la cama, con cuidado de no pisar ninguna parte del cuerpo de B., que cada noche insistía en arrinconarme, y al fin llegué a tierra firme. Salí del cuarto.

Era más temprano de lo que creía, tal vez era tiempo de reacomodar la biblioteca. La cocina no tenía puerta ni pared que la separara del resto de la casa. En ese momento pensé que al menos debía poner una cortina, para evitar que una de las primeras imágenes de las mañanas fuera el desorden y los platos sucios de la cena anterior. Caminé hasta el baño para mear y lavarme los dientes. Una de las mejores cosas de aquel departamento era que cada espacio tenía su ventana y que estaba en el último piso del edificio, donde la luz llegaba hasta que caía la noche. Volví al cuarto en busca de un pantalón y de una remera. Me vestí sentado en la cama del otro cuarto, que siempre estaba vacío. Cuando me mudé, pensaba que ahí iba a estar mi estudio -computadora, libros, escritorio- separado de mi habitación. Al final puse todas mis cosas juntas, tal vez no estaba listo para disponer de tanto espacio. Me puse las zapatillas y salí de casa.

Cuando llegué abajo, del otro ascensor salía Mariela. Buen día, dije. Hola, dijo ella y cerró las puertas. La mancha era, en aquella mañana, una laguna rosada con un brillo violento. El contrate con uno de sus ojos, recién entonces me daba cuenta de que eran azules, saturaba aún más el color. Comencé a caminar por el pasillo larguísimo. Al fondo, a través de las dos puertas vidriadas, se veía la calle, la gente y los autos. Sin darme vuelta, escuchaba sus pasos a pocos metros. Pasos suaves, no de zapatos. Llegué a la primera puerta y abrí para dejarla pasar. Gracias, dijo. Abrió la puerta de calle y salió. Comenzó a caminar hacia el mismo lado que yo me dirigía. Por alguna razón, pudor acaso, ¿pudor de qué?, reduje el paso para dejar unos metros entre nosotros. Dobló en la misma esquina que yo y entró en la panadería a la que yo quería ir. La atendieron primero. Pidió pan y bizcochos. Pagó, le trajeron el vuelto y me preguntaron qué iba a llevar. Chau, dije a Mariela. Si me seguiste hasta acá, dijo, al menos voy a esperarte. No, no te estaba siguiendo, comencé a explicarme pero por suerte me callé. Pedí media docena de facturas: dos churros con dulce de leche y cuatro de hojaldre con dulce de leche.

Volvimos juntos. Allá, a una cuadra, su dedo señalaba hacia Medrano, tenés Las Violetas. Las facturas son más caras pero valen la pena, dijo y estaba seguro de que la laguna había vuelto a cambiar de color. Entramos al edificio. El otro día te vi con una cámara, ¿sos fotógrafo?, preguntó. No, dije, no todavía. Quise saber dónde me había visto, qué hacía ella ahí, si cuando no se miraba en el espejo sentía aquella mancha, en qué departamento vivía, cómo se llamaba. ¿Cómo te llamás?, preguntó. Yo me llamo Mariela, dijo. Subimos al ascensor, la luz de la mañana que se filtraba por las ventanas y el enrejado parecía de algodón. Mirá esto, dije. Apagué el interruptor de la luz y mientras subíamos, los rayos del sol avanzaban como si el tiempo saltara una y otra vez sobre un disco rayado. Ella extendió su mano en un intento de atrapar aquellos fantasmas, hasta que el ascensor se detuvo en el quinto piso. Me sonrió, abrió las puertas y buscó sus llaves. Que tengas un lindo día, dijo.

Cuando llegué a casa B. salía del cuarto. ¿Qué hora es?, miró el reloj colgado en la cocina. ¿Por qué no me levantaste?, dijo y entró apurada al baño. Te dije que me levantaras, su voz se deslizó justo cuando cerraba la puerta. Soplé el aire que pensaba usar para responderle. Dejé la bolsa con las facturas en la mesada y puse agua a calentar. El calefón se encendió al tiempo que el sonido de la ducha salía del baño. Encendí la computadora que hacía años se sacudía como un lavarropas. Un golpe en uno de los lados la silenció por pocos segundos. Volví a la cocina, cambié la yerba del mate y tiré el agua fría del termo. Abrí el paquete de facturas y elegí una de hojaldre. Estaba deliciosa. No creo que las de las Violetas sean mejores, dije. Puse la bombilla en el mate y agregué lo último que quedaba de miel. ¿Me pasás una toalla?, B. gritaba desde el baño.

Llevé el mate, el termo y las facturas a la mesa del comedor. Desde la ventana podía verse la avenida y el movimiento perezoso de un sábado por la mañana. El churro no era tan bueno como la factura de hojaldre. Después de considerar si el esfuerzo valía la pena, fui a la cocina a buscar el pote de dulce de leche. En ese momento, B. salía del baño. Buen día, dije, atento a sus piernas desnudas, bombacha blanca y musculosa negra. Hola, dijo y entró al cuarto. Volví a la mesa, me senté y puse dulce de leche extra sobre el churro. Serví un mate que tomé despacio. En el cruce de la avenida, cinco colectivos trataban de adelantarse por un espacio donde apenas cabía uno. Los bocinas comenzaron a sonar a los pocos segundos. Serví otro mate y se lo llevé a B., que se maquillaba sentada en la cama. ¿Estás bien?, dije. Sí, estoy bien, dijo mientras me devolvía el mate. Bueno, ¿entonces qué te pasa? Era tarde cuando me di cuenta de que en realidad no quería saber. Nada, dijo. Me apoyé en el marco de la puerta, B. sostenía el delineador cerca de su ojo. No llego al casting. Nunca entendí cómo las mujeres hacían para no cerrar el párpado. Bueh, no es tan grave, le aseguré. Para vos nada es grave, dijo. Volví a la mesa, me serví un mate y terminé de comer el churro con extra dulce de leche.



superpancho04

3 comments:

J. said...

pinta bieen...
to be continued?
voy a ir a hojear tu libro un día de éstos. y también voy a ver si tienen algo de salinger en la maximatriz.

Mata said...

tamos tratando de que continúe y largo. Me gusta este narrador. Si no te molesta leer de la pantalla, mi libro está en marxisismo y creo que también tengo todos los conseguibles de salinger en archivo.

J. said...

ah, no tengo drama en leer de la pantalla. voy a pegarme una vuelta por marxixismo, entonces.
(aunque ahora estoy emocionada con dostoievsky.)