La alegría es líquida, la felicidad es sólida.
Hacía una hora que escuchábamos música. Aquel bar de Callao tenía una computadora en cada mesa con miles de discos grabados y dos auriculares: un buen lugar para llevar a una chica. Casi sin hablarnos, con Andrea nos turnábamos para elegir los temas. La porción de torta de chocolate y chocolate nos duró un café con leche, un café doble y dos cortados. Salinger dice que la alegría es líquida y la felicidad sólida, dije. Esto es como tener todo junto, comenté al tiempo que comía un poco de torta y tomaba mi café. Andrea no parecía escucharme, agarró mi zippo de la mesa y encendió un cigarrillo. Yo había puesto un tema de Gieco que me recordaba un verano que pasé con mi familia en San Bernardo. Por alguna razón, de Ushuaia a la Quiaca era el único casete que habíamos llevado. Andrea escuchaba con atención y parecía mirar algo detrás de mí. Giré pero no había nada más que gente, autos y la plaza. Casi sin dejar que terminara el tema, puso otro de Gieco, del mismo disco. De pronto, ya no se escuchó música y Andrea se quitaba los auriculares. Me hace acordar a mi vieja, dijo. En ese tiempo sabía que la relación con la madre era compleja, dolorosa y llena de pequeñas violencias. Pero no sabía mucho más y tampoco estaba seguro de querer enterarme. ¿Vamos?, dijo, estoy un poco aturdida. Pedimos la cuenta, juntamos las cosas y cruzamos a la plaza.
Nos sentamos en los escalones de mármol del monumento. Ella tenía esa mirada que empezaba a conocer: sus ojos marrones parecían grises de tan duros y fríos. Ahora yo me sentía aturdido. Ya vuelvo, dije y crucé al kiosco. El tipo que atendía ni siquiera se daba cuenta de que había sacado un agua de su heladera, no dejaba de hablar con dos pendejas, las dos hermosas, las dos con risas insoportables,. ¿Quién me manda a meterme con esta mina?, me pregunté mientras miraba hacia el monumento. Comprendí que estaba enojado y encima tenía que esperar que ese boludo me hiciera caso. Respiré profundo y traté de calmarme. Miré al tipo, a las chicas, la calle y otra vez al tipo: dudé si llevarme la botella sin pagar. Que se mate, yo me voy, me dije. Un peso, dijo cuando estaba a punto de decidirme. Caminé despacio por la plaza, necesitaba tiempo, necesitaba respirar. Varios metros antes de llegar, vi que Andrea buscaba algo en mi mochila. ¿Qué buscás?, pregunté. El encendedor, respondió sin dejar de revolver mis cosas. Acá, dije y le pasé el zippo que guardaba en mi bolsillo. Sabés que no me gusta que revisen mis cosas. No sé por qué dije eso. En realidad no me importaba y nunca le había dicho nada por el estilo. Perdón, no sabía, necesitaba fumarme un pucho. Aunque parecía a punto de llorar no pude dejarlo ahí. Bueno, ahora sabés, dije para no abandonar mi estupidez en una sola frase. En silencio, dio una pitada al cigarrillo. Me senté en el escalón, a una cartera y una mochila de distancia. No tenías por qué decírmelo así, dijo y las lágrimas le daban toda la razón.
Agarré mi mochila y me levanté. ¿Te vas?, preguntó ella cuando estaba a punto de despedirme. Sus ojos ya no parecían grises, sino de ámbar. No, no quiero irme, dije y abrí mi mochila. Primero saqué los tres libros que estaba leyendo en esos días y los dejé en el escalón. También saqué la cámara y el cuaderno, las biromes que guardaba en el bolsillo, monedas, envoltorios vacíos, papeles, volantes, llaves, hasta dar vuelta la mochila y dejar que cosas que había olvidado o que creía perdidas cayeran al piso. ¿Qué llevás en la cartera?, pregunté. Ella, los ojos que dudaban entre la risa y el llanto, dio vuelta su cartera: celular, maquillaje, atado de cigarrillos, agenda, libro y un encendedor cayeron sobre el escalón de mármol. Tenías un encendedor, dije. Andrea se decidió por la risa. Después de separar la basura de las cosas útiles, comencé a guardar mis cosas en su cartera. Era una tarea difícil, pero por suerte en aquella época ella usaba una cartera grande de cuero. Sólo la cámara quedó con el lente el aire. Andrea guardó sus cosas en mi mochila y se la puso al hombro. Qué incómodo que es usar cartera, dije y caminamos hacia una zona de la plaza donde había sol y pasto verde. Por ahora, dijo ella y me tomó del brazo, me conformo con una felicidad líquida.
4 comments:
que miedo ser algunas veces como Andrea
Vir
v: Creo que todas las mujeres son un poco como Andrea, sólo que andrea lleva todas las puntas de la estrella hasta el límite..
que tipo sexy mata
me calentas
tenes como una voz de mujer, leo y me imagino una mujer.
a: leí la primera línea y me dije qué bien; leí la segunda, qué groso soy, me dije; leí la tercera: ¿qué?, uf, loco, siempre lo mismo. De todas formas es la primera vez que me halagan por parecer una mujer.
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