Tuesday, July 24, 2007

Hay algo, entre otras cosas, que a Salinger le sale muy bien: pequeños gestos que terminan en nada. Muchas veces sus personajes realizan acciones que sólo son notadas por el narrador y, claro, por nosotros los lectores: una mujer saca el brazo de debajo de la sábana un segundo demasiado tarde, su hijo ya se alejó un paso; un tipo tira un cigarrillo con la intención de alcanzar un punto que sólo él ve; una chica le sonríe a su amante que justo en ese momento gira para alcanzar un cenicero. Acciones mínimas que cuentan profundidades de los personajes y sus relaciones. Lo sé, muchos otros autores hacen (hacemos) lo mismo pero lo que me parece meritorio del chabón es que logra que los lectores también lo leamos al pasar, casi como si no lo leyéramos. Tendría que analizarlo un poco más, pero creo que pone estos pequeños gestos entre acciones importantes pero sin afectar el flujo de la narración, por eso quedan como perdidos entre la masa del argumento.

Salinger nos muestra cómo sus personajes intentan algo, sus voluntades llegan a realizar un gesto pero que por falta de timing, de intensidad o de determinación sólo son percibidos por ellos mismos. Eso hace que queden en la intención y que no afecten el argumento sino sólo a sus almas, raíces que no crecen hacia la tierra o el cielo sino hacia el interior de ellos mismos. No cambian en nada la historia, sólo nos dejan la sensación de una soledad, dolor, tristeza o, pocas veces, una felicidad mayor.
No sé, tal vez Salinger, ermitaño perdido en el bosque, hace esto para demostrarnos que la compañía es sólo una ilusión.
En fin, todo esto para advertirles que suelo homenajear (a veces conciente, otras inconcientemente) a este gran escritor con pequeños plagios, acciones imperceptibles y gestos mínimos.

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