Tuesday, April 18, 2006
Salgo al hall. Subo las escaleras de a tres escalones hasta llegar a la puerta de la terraza. Empujo el picaporte hacia abajo y la plancha de acero verde se abre sola para, sirviente de mi verdugo, señalar el camino. Salgo a un cielo, a un ciego apoyado en infinidad de edificios grises. Corro, los dedos rozan la pared rugosa. Hasta que quedo sin aire. Entonces, con las manos apoyadas en las rodillas y mi boca en busca del aliento que parece haber perdido en el piso plateado, grito. Un grito que raspa mi garganta, que no permite respiro, que no deja espacio para que entre nada. Sólo hay una dirección y es hacia afuera. Al fin llego a la superficie y tomo una bocanada de aire para volver a hundirme en un océano que me deja sordo, solo. El grito me envuelve, me grita, me empuja en su corriente y se lleva en burbujas todo lo que soy. Hacia el fondo de su océano.
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