Una vez nos olvidamos de pagar la cuenta de gas. La misma noche en que nos cortaron el suministro, me engripé: resfrío, fiebre y cama. Ella se encargó de traerme paños fríos, de cambiarlos cada diez minutos, de hacerme té y sopa con el calentador eléctrico. Me leyó en voz alta el libro que yo estaba leyendo pero cuyas letras se me escurrían entre parpadeos.
En casa, sin calefacción, hacía mucho frío. Y estoy seguro que debía hacer más frío afuera. Ella salió a buscar una película. Una linda y tonta, así te curás rápido. Algo raro de donde vivíamos era que el videoclub más cercano quedaba a diez cuadras de casa. Cuando volvió, preparó dos tazas de café con leche y trajo galletitas a la cama. Antes de que terminara la película vi que tiritaba de frío y que la fiebre se extendía en su piel. Me levanté para buscar un recipiente con agua y un paño para ponerle en la frente. Ya no me sentía mal. La expectativa de que mi mujer se dejaría mimar alejaba cualquier enfermedad.
No estoy seguro de que haya pasado así, pero no importa. La sensación que me dejó esa noche corresponde a una historia como ésta.
Hoy estoy engripado y con acidez, pero no hay nadie a quien pedirle mimos.
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