Mi ignorancia me avergüenza. Me gustaría haber leído más, visto más películas, escuchado más música, pero no lo hice. Y tampoco lo hago. En realidad no sé en qué se va mi tiempo, supongo que en pensar boludeces. Por ejemplo, el último libro que leí de punta a punta fue El libro de los records Guiness 1995. Ni siquiera eran los records actualizados, pero por alguna razón no podía dejar de leer cifras que encontraban un rincón en mi memoria escasa. Mi amiga Paula me preguntó por qué leía esa mierda. Esto es pura literatura, dije. En este libro conviven descripciones de varios extremos de lo que es ser humano. Callate, dijo ella y por suerte le hice caso.
A veces me encuentro a charlar con escritores y ellos me hablan de tal autor o este otro blog o la genreación de no sé dónde ni cuándo. Al principio aclaro que no conozco nada de su obra; después de exponer mi ignorancia por unos minutos, opto por decir que me suena pero no, no leí nada; al final me quedo en silencio y, como la personas de la literatura suelen ser educadas, ya no me preguntan. Entonces, me prometo leer a todos los autores nombrados, salgo a Avenida Corrientes y camino varias cuadras hasta que me olvido de mi propósito y los kiosocos de revistas con minas en pelotas me ocupan más tiempo que los estantes de las librerías.
A veces me agrupan entre los jóvenes escritores argentinos. Cuando nos reúnen para una entrevista o una presentación, trato de desplazarme poco a poco fuera de la charla hasta quedar como observador. Con algo de suerte mi silencio es interpretado como sabiduría y, al menos, sé que estoy a salvo de decir que me gustan todas las novelas de Borges. Mi último recurso es ser simpático y decir boludeces.
Escribí Gaijin entre los 19 y los 22 años. En ese momento, mis recursos literarios eran escasos (no creo que ahora sean abundantes). Es decir, lo escribí como pude. Lo interesante es que años después, críticos, periodistas y lectores alaban mi economía de recursos, simplicidad, un estilo en "sordina" y algún aire oriental. Mis elecciones en cuanto al estilo (usar pocos adjetivos y adverbios, construcciones simples, descripción con acciones) se debieron también a una falta de capacidad. Si hubiese sabido usar los adjetivos y los adverbios para que quedaran lindos, Gaijin tendría más de los veinte o treinta que tiene.
Ahora, que creo tener herramientas para escribir mejor, es cuando más me cuesta escribir. Ahora, que creo ser algo más culto, elijo leer El libro de los records Guiness 1995.
Mi ignorancia me asombra.
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5 comments:
Pero vos querés tener dos carreras, escritor y lector? dejate de joder. Los cultos terminan como tabarovsky, escribiendo Las Hernias.
¿Te das cuenta? Ni siquiera sé quién es ese Tabarovsky, ni eso de Las Hernias. Podría buscarlo en internet pero ni ganas me dan. Tal vez mi ignorancia no es más que una consecuencia de la pereza.
Ahora entiendo por qué no lo recordaba. Cuanquier cosa relacionada con Quiroga prefiero olvidarla. Ese chabón me cae mal. Además creo que antes de que él me olvidara, le caí mal también. En la presentación de mi libro dijo una boludez y se lo hice notar. Me sentí tan bien en ese momento...
Después no sé por qué mierda cedí y fui a su programa, supongo que por eso de falta de principios que me agarra por rachas.
No pensaste que tal vez tenés gustos distintos que te llevan a leer el libro de los guiness?
Me gusta este blog. Voy a seguirlo. Un abrazo.
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