Tuesday, June 19, 2007

luz

Escena previa al inicio de un cuento. O sea, esto no iría en el cuento pero lo necesito pa entender la historia.

Desperté a Andrea, aunque no estaba seguro de que estuviera durmiendo. Después de nuestra discusión y de que le dijera que ya no tenía ganas de hablar, apoyó la cabeza contra la ventanilla y cerró los ojos. En la última hora apenas se había movido. El micro se detuvo en una playa de estacionamiento enorme con una pequeña construcción en uno de sus extremos. An, dije mientras me paraba para buscar nuestras mochilas, bajamos acá. Ella se levantó y comenzó a guardar algunas cosas en bolsas. Salí del micro, di dos pasos y miré a mi alrededor. A mi izquierda, la ladera bajaba cubierta de casas hasta un valle rocoso; a la derecha, se apilaban tantas construcciones que no podía distinguirse la cima del monte. La ruta principal por donde habíamos venido cortaba el relieve en dos y se perdía en el horizonte montañoso. Nos entregaron las otras mochilas que cada día parecían más pesadas. Cada uno con dos mochilas a los hombros, comenzamos a caminar.

No tardé mucho en extrañar la chatura de Buenos Aires. La montaña parecía empujarte y a veces daba la impresión de que era inveitable caer de espaldas. Por suerte, no tardamos mucho en encontrar la oficina de turismo. Nos quitamos las mochilas y nos sentamos en los escalones que se extendían algunos metros. El local estaba lleno de otros turistas, aunque era improbable que hubiera más argentinos. ¿Querés esperar acá?, mis únicas palabras para Andrea en los últimos veinte minutos. ¿Seguro?, preguntó, ella siempre fue muy correcta con ese tipo de cosas. Sí, todo bien, me quité las mochilas y abrí la puerta. Uno lindo, dijo Andrea antes de que la puerta se cerrara. Adentro, formé fila detrás de un rubio alto que sostenía el mapa con los brazos abiertos. En todas las paredes se abrían ventanas que mostraban el vértigo de aquel pueblo. Casas amontonadas de tal forma que parecían en un equilibrio inestable, casi inquieto. De pronto, me sentí en la punta de esa torre tambaleante y tuve que aferrarme a la columna de piedra. ¿Está bien?, preguntó alguien detrás de mí. Tardé unos segundos en recuperarme, respiré profundo y alcé la vista. Sí, respondí a la chica que se había preocupado, gracias.

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