He vuelto. Tengo internet y casa nueva. Me falta novia, pero todo no se puede. Avancé un poco más en escenas que son necesarias pero no tan interesantes. Espero no se aburran.
¿Cap3?
Bajo del colectivo y camino dos cuadras hasta la oficina. El portero me saluda. Subo en ascensor hasta el noveno piso. Abro las puertas. Detrás del mostrador, Luciana me sonríe. Colgado a su espalda un cuadro en el que sólo puedo distinguir una mujer que parece apoyada en una barra. Claro que nadie más debe ver a aquella mujer entre todos esos verdes, marrones y rojos. Buen día, dice. ¿Cómo estuvo tu fin de semana? Qué te importa, pienso mientras firmo en una planilla mi entrada. Nunca me fijo la hora para poner mi firma y 10:58 AM en esos dos rectángulos. Luciana me mira como si la hubiese insultado. Tal vez lo hice. Empujo con fuerza la puerta de vidrio que se abre despacio, como si pesara varias toneladas. Sobre el alfombrado verde oscuro, mis pasos apenas se oyen. Buen día, dice Cristina, mi jefa, que me dedica media mirada. Tiene ojos azules y oscuros, del fondo de algún océano. Cuando te habla, el ojo derecho se pierde más allá de la conversación, en algún punto detrás de tu espalda. Buen día, digo y giro para saber dónde se fija la otra mitad de mirada: el culo de Luciana, que no está mal pero tampoco es para tanto. Llegaron Instrucciones de Amor y el horóscopo, dice. ¿Estás bien?, una mitad de ella parece en realidad preocupada. Sí, bien.
Cuando llegué hace un año a este lugar y me senté frente a Cristina me ofrecieron un trabajo que ni siquiera sospechaba que existía. La empresa, Denmark S.A., se dedicaba a vender productos informáticos para celulares a otras empresas que a su vez los vendían a los usuarios. Ahora querían abrir su propia empresa que tuviera contacto con el usuario: Clack, eligieron llamarla. Mi función en Clack, su único empleado además de Cristina que sólo le dedicaba parte de su atención, era probar los juegos y asegurarme de que no tuvieran ningún error, traducir horóscopos que llegaban de Estados Unidos en menos de 150 caracteres, escribir los textos de las fotos porno y, en el último tiempo, escribir una historía erótica. Cada viernes debía enviar el trabajo de toda la semana a la gente de Denmark, que se encargaba del resto. Al principio cumplía un horario de oficina, con el correr de los meses podía hacer el trabajo en la mitad del tiempo. Cristina me propuso venir tres días a la semana sin cambiarme el sueldo, la única condición era que el trabajo tenía que estar todos los jueves en su casilla de correo.
Celeste, mi conexión con Denmark aparte de Cristina, se acerca para saludarme. Blusa blanca y pollera negra. Inmóvil en su silla o de pie es una chica más, incluso algo fea. Pero cuando camina, y más cuando camina hacia uno, gana una sensualidad de caderas que se balancean, espalda erguida, brazos que acompañan el movimiento y pasos seguros sobre tacos negros. Nos damos un beso en la mejilla y le doy un abrazo. Una pequeña resistencia por la sorpresa y palmaditas en mi espalda para salir de una situación incómoda. Me sonríe y se aleja apurada. ¿Por qué no saludo a todos con un abrazo? Camino a mi escritorio me cruzo con uno de los programadores de Denmark. Tipo alto y flaco, anteojos y traje que le queda demasiado grande. Me saluda por mi nombre. Yo ni siquiera recuerdo el suyo pero lo abrazo para saludarlo. Me devuelve el abrazo. Siento algo de su peso en mis hombros, como si él hubiese esperado largo tiempo ese momento. Me alejo y decido que mejor me quedo con el beso en la mejilla y el estrechar la mano.
Para sentarme frente a mi escritorio tengo rodear un planta de hojas grandes, la única de todo el piso. Agacho la cabeza para evitar los estantes que cuelgan con decenas de cajas llenas de papeles. Después de sentarme, para evitar tirar de algún cable mis piernas deben permanecer inmóviles. En el escritorio sólo entran el monitor de pantalla plana, el mouse y el teclado. Antes me servía una taza de café, pero no era tan bueno como para compensar las veces que se me había caído al piso, muy cerca de donde se conectaban todos los enchufes. En una esquina del escritorio, una lámpara que compré en un negocios de ofertas, ilumina mi rincón. Cuando me olvido de encenderla o no estoy de humor para esa luz amarillenta, las personas que no saben aún de la existencia de Clack pasan frente a mí sin siquiera darse cuenta. Cuando los hacen esperar a pocos metros de mi escritorio, miro cómo se arreglan la ropa, se peinan o se suben la bragueta del pantalón. Una vez vi a una mujer desabrocharse el pantalón, meter su mano por la parte de atrás, rascarse el culo, acomodarse la bombacha y volver a cerrar todo.
(faltan un par de escenas del trabajo en sí, de cómo traduce y escribe, y la relación con sus compañeros de trabajo)
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