Punto y estrella.
Hace seis días que no duermo. Seis noches seguidas de mirar la mancha con forma de estrella del techo de mi cuarto. Hoy me decidí, compré una masa de diez kilos y un punto (clavo de cuarenta centímetros de largo) de acero. Sé que las voces del otro lado de la pared medianera son imposibles (junto a mi edificio sólo hay un terreno baldío) y también por eso sé que cuando tire abajo esta pared mi cabeza va a dejar de imaginarse cosas. Muevo la cama y la levanto para apoyarla contra la pared. Ahora, con un poco más de espacio, tomo con las dos manos el mango de madera. Busco una posición en la que mis pies se apoyen firmes, alzo la maza y giro con todo el cuerpo. Dolor. El golpe me lastima las muñecas y la vibración llega hasta mi cabeza. En la pared se hizo pozo pequeño pero no parece haber cedido ni un poco. Con el punto remuevo el revoque suelto: detrás del yeso y la pintura, los ladrillos intactos. Vuelvo a golpear en el mismo lugar pero el resultado no cambia. Apoyo el punto donde se cruzan dos líneas de cemento, lo golpeo dos veces hasta que se clava con firmeza. Antes de agarrar la maza, giro la cabeza hacia un lado y el otro: el cuello suena como si unas ramas pequeñas se quebraran. Me concentro en el odio a aquellas voces, respiro profundo, alzo la masa, aprieto los dientes y las manos y giro con fuerza y velocidad. Cuando chocan los metales, surge una chispa y siento como si algo le gritara a cada uno de mis músculos. Vuelvo a golpear una y otra vez, hasta que el punto se hunde como si aquella pared sólo fuera carne. Cuando lo retiro queda un orificio oscuro donde tendría que haber surgido la luz de un domingo al mediodía. Hago otros agujeros iguales con diez centímetros de distancia entre ellos, hasta formar un círculo. Al poco rato quedo agotado, con una punzada en la espalda y cosquilleos en los dos brazos. Las noches de insomnio caen pesadas y me obligan a apoyarme en la pared. En los minutos que me toma recuperarme me doy cuneta de que las voces desaparecieron y que podría dormir varios días seguidos: mi mente es tan estúpida que piensa que puede engañarme. Con bronca, tomo la maza, doy dos pasos para ganar impulso y golpeo con todas mis fuerzas en el centro del círculo: los ladrillos ceden ante la embestida. De donde tendría que entrar luz, llegan sombras. Como si fuera un negativo, la parte del cuarto cercana al hueco está a oscuras. Retiro con la mano un par de ladrillos sueltos. Busco una linterna para iluminar el otro lado pero el lugar parece alimentarse de luz, lo único que se ve es el polvo que flota a centímetros del foco. Como si tuviera que defenderme de algo, tomo la maza y el punto antes de cruzar al otro lado de la pared. El polvo me hace estornudar y de mi boca no sale ningún sonido. Golpeo el piso con el mango de la maza pero nada, grito sin voz. Estiro el brazo que sostiene la linterna, avanzo dos pasos y me encuentro con otra pared. Un límite que devuelve algo de luz, como si fuera de vidrio o de espejo. Miro hacia atrás, hacia el instante luminoso que es mi cuarto y que parece a kilómetros de distancia. Apoyo la linterna en el piso, tomo la maza con las dos manos y golpeo la pared, que no hace ruido. Apoyo el punto y vuelvo a golpear una y otra vez. Al fin parece hundirse un poco. Un hilo rojo (lo único visible aparte de mi cuarto y la linterna) surge del orificio. Cuando retiro el punto, el agujero llena de luz el lugar que, ahora comprendo, no tiene límites además de la pared de espejo. Antes de caer dormido, miro a través del orificio: a lo lejos, una macha enorme con forma de estrella.
1 comment:
excelente el detalle de "el punto",
es muy real
saludos de mirta
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