Saturday, September 23, 2006


La leyenda cuenta que cuando al fin atraparon a Li Cheng, después de buscarlo durante años en las montañas detrás de las montañas, lo ataron a una piedra junto a una cascada. Consultaron con el anciano de la aldea que había sufrido sus ataques qué era lo que debía hacerse con el bandido. El anciano, sentado junto a su prisionero, meditó durante tres días. Al fin, al cuarto amanecer pidió que trajeran cañas de bambú y una vasija enorme. Bajo sus instrucciones se construía un mecanismo que parecía el esqueleto de algún ave. Mientras tanto, el bandido comía y bebía de las manos de las mujeres de la aldea. Tal vez fue el único momento feliz de su vida. Al fin, cuando aquella máquina estuvo lista, colocaron a Li Cheng entre sus huesos. Una caña por encima de él dejaba caer agua que, si no era bebida, caía en la vasija. A medida que la vasija se llenaba, otra caña de bambú afilada se introducía con lentitud en su cuerpo. Las jóvenes de la aldea a veces pasaban junto a él, se resfrescaban de las gotas que se decía eran las más cristalinas de todo el valle y se retiraban entre los gritos ahogados de Li Cheng. Al fin, todos se olvidaron de aquel hombre hasta que no fue más que un pequeño estanque bajo lo que parecía ser el esqueleto de un gran dragón, el lugar preferido de los niños de la aldea.

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