Ayer tuve una reunión de estilo hace 10 años que no te veo. Y era así, hacía diez años o más que no veía a muchas de aquellas personas (eso es otra cosa, ahora somos personas y no pendejos de secundaria). Miraba aquellas caras y buscaba todos esos pequeños cambios que nos arrancaron de lo que éramos para dejarnos tirados en lo que somos. Habría que hacer un serie de fotos retrato, todas iguales, cada seis meses. Dejar que la persona escriba algo de ese período y permitir que cada uno busque las marcas del tic tac.
Me enteré que había gente casada, otra con hijo, otro que esperaba uno y algunos que esperaban casarse. Mierda. (Sí, lo mismo pensé yo: mierda) Había personas que conocí hace quince años pero que sólo ayer tuve la primera oportunidad de hablar con ellas. Había otros con los que me hubiese gustado volver a hablar pero todos nos fuimos pronto.
En un momento de la noche, di dos pasos hacia atrás y miré a todas aquellas personas. Con la mayoría no tengo relación alguna, con el resto apenas hablamos una vez al año. Pero haber visto todos los días aquellas caras (haberlas visto cuando éramos niños) deja tendida una telaraña finísima entre nosotros. Algo que parece nada; algo que siento cálido y me hace sonreír.
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