Friday, May 11, 2007

Desde el otro lado de la cocina, miraba cómo ella preparaba el desayuno. Ése era el trato: quien cocinaba la cena tenía derecho a quince minutos más en la cama. Pero yo nunca ejercía ese derecho. Mirarla dar pequeños pasos descalzos, entre la pava, la heladera, las tostadas y el dulce de leche era lo único que me daba la oportunidad de ser feliz el resto del día. Desde el principio me di cuenta de que el mate estaba demasiado cerca del borde. Su brazo rozó la bombilla más de una vez pero ella no parecía notarlo. Y el placer de una pequeña maldad me dejaba en silencio. Cuando terminó de lavar una pera, su codo empujó el mate al vacío. Sus piernas se flexionaron al tiempo que su mano bajaba extendida. A centímetros del piso, rescató el mate en el aire y volvió a apoyarlo sobre la mesada, en el mismo lugar. Ella no giró para mirarme pero estaba seguro de que no era yo solo quien sonreía.

1 comment:

Anonymous said...

buena atajada

lindo post