Friday, May 11, 2007
En la parada del colectivo, pensaba en lo que ella me había dicho y en que sólo me quedaba irme a pesar de lo tibio de las sábans de su cama. La luz del sol todavía no llegaba a esa esquina y el viento me obligaba a dejar mis manos en los bolsillos. En la vereda de enfrente, un viejo que abría su negocio de fotografía me miró una sola vez. Tuve la sensación de que iba a saludarme pero pronto buscó las llaves para abrir candados y cerraduras. Encendió todas las luces y sacó a la vereda uno de esos carteles donde, junto a la cara de una mujer hermosa, publican los precios del revelado y de las copias. Bajé a la calle, me esforcé por distinguir formas lejanas pero el colectivo no venía. Volví a subir al cordón. El viejo salió de su negocio sólo para girar el cartel. Ahora, la mujer hermosa sonreía para mí.
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