Tuesday, April 17, 2007

Como la mitad de los grandes inventos que conocemos, el método que usamos para hacer papel fue descubierto por los Chinos hace unos mil quinientos años, cuando en occidente seguía usándose el pergamino como principal soporte pa la escritura. La cosa es que el imperio chino se expandió hasta lo que ahora es Asia central. En lo que ahora es Uzbekistán, hay una ciudad que se llama Samarcanda. Una de las ciudades que sigue en pie más antiguas del mundo. Fundada antes del Imperio Persa, fue gobernada por varias civilizaciones. Durante algún tiempo fue alcanzada por el imperio Chino. En ese período, el papel fue llevado a la ciudad, junto con otras invenciones chinas. Después llegaron los musulmanes que nombraron a la ciudad y llevaron el papel a occidente.
cielo de papel

"Cielo de papel"

cielo de papel 2

Bueno, de esta historia hermosa, hace unos años quise escribir un cuento. El resultado no fue muy bueno, le falta alma. De todas formas se los dejo pa que lean y porque va muy bien con estas fotos.

Tesoro de papel

Hilos de sangre bajaban por mis piernas. Habían sido horas de recitar una oración con la frente pegada al frío mármol, pero ahora estaba seguro: me enseñarían a crear papel. Después de pasar pruebas que exigían permanecer en absoluto silencio durante meses, caminar en círculos hasta sentir que el sueño lo invade todo, memorizar miles de palabras y repetirlas en decenas de secuencias distintas y ahora, estar de rodillas sobre piedras angulosas y permanecer inmóvil hasta que ellos lo decidiesen, había ingresado a la escuela. Sabría secretos de un arte respetado y por muchos temido; mis ancestros serían elevados a los más altos cielos y, lo más importante, podría elegir la ciudad a la que sería enviado: volvería a ver a Lin.

Cercado por pequeñas piedras, el escarabajo avanzaba sobre un camino dibujado entre desiertos y montañas. Había copiado el mapa de los archivos reales: un grave delito merecedor del más oscuro de los calabozos. La Ciudad Sin Nombre era el punto medio del camino que debían recorrer para buscar seda quienes llegan por donde se esconde el sol. Desde la Ciudad Imperial debimos escalar montañas, cruzar ríos y sufrir durante varias noches los ataques de los jinetes de las praderas. Aún a días de marcha de la ciudad, comenzamos a escuchar a personas que decían que se acercaba el ejército los hombres que rezan.

El brillo en las puntas de las lanza repetía el sol que a nuestras espaldas inundaba el desierto. Los guardias apostados a pasos de la muralla pidieron que nos identificásemos. Mostramos el documento con el sello del Emperador: las enormes puertas de hierro y madera se abrieron para dejarnos paso al bullicio de calles angostas y polvorientas. Los mercaderes se acercaba y nos ofrecía tejidos de Occidente, especias de Oriente, sal del Sur y pieles del Norte. Pronto, cuando se enterasen de que éramos hombres de la escuela de papel, se postrarían a nuestro paso, nos rendirían pleitesía y querrían obsequiarnos lo que ahora deseaban vender. El padre de Lin se encontraría con el futuro que yo podía ofrecerle a su hija.

Frío por el frío de la noche, el tablón de madera se hundió pero no emitió sonido alguno. Por fin, luego de dos semanas, logré escapar del internado al que me sometían mis estudios: un año de encierro. Recorrí la oscuridad de las calles disfrazado como un joven campesino y caminé hasta el barrio de comerciantes. Llegué a la casa de Lin, y luego de sobornar a un guardia, me adentré en el patio hasta acercarme a pasos de su cuarto. Busqué entre las vestiduras mi obsequio, mi mayor tesoro: la primera pieza de papel que había hecho. Las fibras habían absorbido la tinta de la pluma para dibujar mi mensaje: amor, he llegado.

El viento frío arrastraba la arena que golpeaba con furia contra las casas. Aquella noche sería más fácil: como los guardias estarían refugiados junto a las fogatas ni siquiera pagaría sobornos. Busqué tras una tabla de madera floja la pieza de papel más grande que había hecho hasta entonces. Le había pagado a un artista para que hiciese un bello dibujo: una garza, animal desconocido en aquella región del imperio, volaba hacia el amanecer. Temblaba de frío a la espera de que Lin saliese de su cuarto. En los últimos meses la había visto siempre de noche, cada dos o tres semanas, a pocos pasos de distancia; habíamos hablado a través de una pared de arbustos y hasta en una ocasión, en la que mi cuerpo tembló dentro de mis vestiduras de campesino, llegamos a tomarnos de la mano. Ahora, cuando estaba a punto de lanzar el tercer guijarro, el más grande de todos, alguien me hizo girar. Lin me besó y el invierno se alejó de nosotros.

En el internado se sucedieron noches de espera hasta que, ahogados por la sangre, los gritos de los guardias llegaron al recinto de papel. Los hombres que rezan habían dejado sus oraciones para esgrimir enormes sables curvos que cercenaban cuerpos en un solo movimiento. El ejército enemigo había traspuesto los muros defensivos en cuestión de minutos y ahora, sus hombres saqueaban la ciudad que pronto tendría un nombre: Samarcanda. Días más tarde, grilletes me apretaban muñecas y tobillos; el hambre y los golpes recibidos me hacían sentir enfermo. Compartíamos con ratas y otros hombres sospechados de saber el secreto del papel un recinto estrecho y oscuro. Oíamos los gritos de la tortura hasta ya no oírlos más, y entonces, todos asentíamos con alivio: nadie hablaría.

Pronto llegó mi turno y me arrastraron de las cadenas hasta otro lugar, donde varios hombres soportaban que sus miembros fuesen cortados y arrojados a un pozo. La hoja de metal separó un dedo de mi mano derecha; volvió a caer y dos más de mi mano izquierda rodaron por el piso. Los soldados se detuvieron, arrojaron sal en nuestras heridas y se retiraron a un rincón iluminado para comer su almuerzo. Padecí interminables jornadas de tortura: cuando perdía el conocimiento se aseguraban de despertarme causando cada vez un dolor mayor. Muchos de los nuestros repetían las oraciones que ratificaban su lealtad hacia la escuela; pero para mí, el secreto era un tesoro que sólo le pertenecía a Lin. Al final, cuando ya me habían privado de la mano derecha, las orejas, las plantas de los pies y uno de los ojos, decidieron soltarme: alguien había hablado. Antes de arrojarme a la calle, para asegurarse de que no le contaría a nadie nuestro antiguo secreto, se quedaron con mi lengua.

He pasado largas estaciones entre la mugre de Samarcanda. Todos decían que los comerciantes, liderados por el padre de Lin, habían acordado con los hombres que rezan abrir las puertas a cambio de privilegios comerciales. Con el tiempo, la casa de Lin se hizo más grande y esplendorosa, y supimos que los eruditos del ejército invasor no habían logrado hacer papel: la fórmula que ellos habían obtenido era falsa. En las calles, yo conseguía los materiales necesarios para, cada dos o tres semanas, entregar a Lin su gran tesoro. Ya no me acercaba para que me viese, dejaba las piezas con dibujos o palabras de amor debajo de una piedra cercana a su cuarto. Su padre, que murió de indigestión o envenenado durante la cena de bodas se aseguró de que su hija se casase con un comerciante aún más acaudalado que él mismo. Muchos años después, el papel comenzó a venderse en el mercado de Samarcanda.



PD: sí, todos esos papeles para hacer origami son míos.

PPD: sí, son hermosos.

PPPD: sí, eso que sienten ahora es envidia

4 comments:

paulenka said...

hola mata, me gustaba ese cuento pero ahora no sé por qué no tanto...
los papeles son bonitos pero así como un poco grasas, no?
me hiciste acordar a martín k. que compraba papelitos de origami en once, y pienso que la matanza en usa me hizo recordarlo, y cómo estará...

Mata said...

hmm, cuando lo escribí también me gustó pero ahora lo leo y es como muy estéril.
los papeles son hermosos, te parecen grasas? A mí para nada, o al menos nada que disminuya su belleza.
ni idea en qué está martín, alguna vez lo vi conectado pero ni siquiera intenté saludarlo.

Anonymous said...

pero ese cuento esta en un libro!

yo lo leí.

Mata said...

es verdaaaaa
me había olvidado, ta en el último que participé del taller de diego.