Wednesday, April 04, 2007


Prode (título provisorio hasta que encontremos uno mejor)


Hacía tres fechas que estábamos descendidos. Después de salir campeones en la nacional, nos vendieron a nuestros mejores jugadores: Soldano, un nueve con presencia; Martínez, carrilero como los que ya no quedan y el Fierro, central tan riguroso como callado se habían ido a los equipos grandes. Yo quedé en el club porque ¿a dónde iba a ir? Tenía 36 años y pensaba retirarme en el último partido. No sé de quién fue la idea, supongo que del Pelado o el Turco, que eran a quienes se les ocurrían estas cosas. Para la última fecha, decidimos comprar entre todos una boleta de prode con tres dobles. Había sido una temporada imposible, con resultados que nadie podría haber anticipado, hacía varios meses que el pozo quedaba vacante y se habían juntado millones. Tanto que ya lo llamaban el Prode del Siglo. Llenamos la boleta al terminar el último entrenamiento. Hubo discusiones pero al final completamos casi todos los partidos. Faltaban los últimos dos de la fecha. Chacarita - San Lorenzo y el nuestro contra Independiente, que ya había salido campeón. Alguien dijo, que decida el Jefe. El Jefe era Arturo, nuestro entrenador, que había estado mirando desde la puerta del vestuario. Yo pongo el partido de Chacarita, ustedes el nuestro. Todos sabíamos que íbamos a perder. En gran parte, gracias al Fierro, Independiente había salido campeón la fecha anterior y ahora iba a querer festejar en su cancha. Les ganamos seguro, si los tenemos de hijo, dijo el Pelado. Todos quisimos reírnos pero la mirada del Jefe llenaba de cemento nuestras bocas. Entonces, dijo, Chacarita gana.

Vimos el final del partido de Chacarita en el vestuario, media hora antes de salir a la cancha. Chacarita perdía 1 – 0 pero en los últimos cinco minutos, le llenó el área a San Lorenzo y metió dos goles, uno fue del propio arquero que metido en el área chica rival, empujó la pelota hacia la red. Habíamos acertado todos los partidos, sólo nos faltaba el nuestro. Salimos a la cancha con la sensación de que era posible ganar, incluso parecía difícil que Independiente pudiera meternos un gol. En el sorteo, como capitán pedí cambio de lado, algo que siempre hacía y que mis compañeros criticaban.. Pero esta vez, con algo de suerte, el sol podía ayudarnos. El capitán de ellos, Lorenzo, me miró resignado y se mordió el labio de abajo. Empezó el partido, en los primeros minutos, los sorprendimos por los costados y ganamos dos tiros de esquina. Uno se quedó corto y el otro lo tiré justo. Alguien cabeceó y la pelota se fue pegada al palo. Después, la siguiente media hora, me dediqué a perseguir al diez, siempre de atrás. Ese pibe era rápido. Hicimos tantas faltas que en veinte minutos nos ganamos cuatro amarillas. Al final del primer tiempo estábamos todos metidos en el área, tratando de cortar los pases. Cada minuto que pasaba podía significar mi jubilación. El pelado llegó a cortar un pase y la pelota me cayó a los pies. Vi al Turco en la mitad de la cancha, recostado del lado izquierdo. Crucé la pelota, tal vez un poco larga. Pero el Turco corrió, la bajó con el pecho y encaró hacia el arco. El único de independiente que había quedado abajo era el Fierro. Vi todo a sesenta metros de distancia pero aún así, el choque pareció un accidente de camión. Hasta el Fierro tardó en levantarse. Cuando sonó el silbato del final del primer tiempo le grité al réferi, que ya corría para ver cómo habían quedado los jugadores. Lo seguí sin dejar de gritarle, Lorenzo trataba de calmarme pero era inútil. Usted tiene roja, dijo el réferi, no vuelva en el segundo tiempo.

No pude decir nada. Caminé hasta el túnel, me quedé en el pasillo sin saber si volver a discutir o ir al vestuario a encontrarme con mis compañeros. Miraba cada rincón en busca de algo. ¿Cómo iba a decirle esto a los muchachos? Me quedé detrás de la puerta, el Jefe le decía a cada uno lo que debía hacer. Podemos ganar, los tenemos ahí. ¿Y dónde está este tipo?, decía. Cuando estaba por abrir la puerta, alguien me tocó el hombro. Era Lorenzo, con el réferi. Lo convencí para que te deje jugar, dijo. Una patada más y usted es el primero al que le saco la roja, advirtió el réferi, dio media vuelta y se fue. ¿Qué les pasa?, dijo Lorenzo. Sin saber por qué, le conté acerca de la boleta de prode, de todos los millones, de que era lo único que nos quedaba. Entiendo, dijo y parecía entender, pero nosotros no podemos hacer nada. Lo sé, dije y entré al vestuario.

El segundo tiempo fue más trabado en el medio. Ellos parecían conformarse con el empate y no querían arriesgarse. Nosotros no podíamos entrarles por ningún lado. El cansancio nos hacía llegar tarde a todos los pases. Cuando faltaban quince minutos, el Pelado se barrió a las piernas del diez, que tuvo que ser reemplazado. Roja para el Pelado. En cinco minutos, ganaron dos córner, pusieron una pelota en el palo y nuestro arquero tuvo que salvar un mano a mano. De ahí surgió nuestra jugada. Salida rápida, parado en el círculo central recibí la pelota, giré y por primera vez encontré el campo despejado. Avancé a toda velocidad, el Fierro me salió al encuentro, le tiré una pared al Turco que me devolvió la pelota limpia. Me preparé para patear cuando volví a ver al Fierro, de alguna forma me había alcanzado y su pierna y todo su cuerpo se arrastraba hacia mi tobillo. En el último momento dobló la rodilla, ni siquiera me rozó con el pie, me quitó la pelota sin apenas tocarme. Mientras caía al piso escuché el silbato del réferi. Falta. El Fierro me miró por unos segundos, sonrió y se alejó en silencio a marcar al Turco. Acomodé la pelota y miré la barrera. Lo único que escuchaba era un golpe rítmico que parecía salir del piso y subía por mis piernas. Di cuatro pasos hacia atrás y volví a mirar la barrera, el arco y mi sombra larga que se proyectaba hacia delante. Me adelanté, balanceé mi cuerpo y le pegué a la pelota que fue recta hacia el palo del arquero. Con los manos arriba para cubrirse del sol, tardó un instante más en reaccionar. La pelota pasó junto a sus dedos y se clavó en el ángulo.

En el vestuario festejamos más que cuando ganamos el Nacional. Las canciones no terminaban nunca y las puertas metálicas retumbaban hasta dejarte sordo. Mi mano estaba roja de tanto golpear. Al fin, nos calmamos un poco y empezamos a cambiarnos. Vamos a cenar, gritó uno. Si vamos todos. Invitemos a los de Independiente, dijo otro,. Yo voy, dije y salí al pasillo. Ellos recién salían de la cancha, se habían quedado a festejar el campeonato con su hinchada. Encontré a Lorenzo, que rengueaba al caminar. Queremos invitarlos a cenar, dije. Sí, con lo que nos pegaron, dijo. Ahora le digo al resto.

<>La cena duró hasta casi la madrugada. Habíamos ocupado un restaurante y todos los mozos estaban a nuestro servicio. Tan rápido como se llevaban botellas vacías tenían que volver con otras nuevas. Miré a todas aquellas sonrisas y supe que iba a ser el mejor recuerdo de mi vida. En ese momento, alguien subió el volumen del televisor. En la pantalla, mi golazo. Todos en el restaurante me aplaudían y no pude hacer otra cosa que una reverencia. A los pocos minutos pasaron el resultado del prode. Entonces yo también aplaudí. Anunciaban que por fin había ganador del Prode del Siglo. Muchos gritaron y muchos trataron de callarlos. No uno, decía la conductora, sino ochocientos treinta y cuatro ganadores. Cada uno con un premio de siete mil quinientos dos pesos. En aquel silencio, alguien ya borracho seguía festejando. Tal vez esa plata alcanzaba para pagar la cuenta del restaurante.

1 comment:

Mata said...

La historia no es mía, alguien me la contó y creo que pasó de verdad. Claro que no sé cuáles eran los equipos ni nada.