Friday, April 11, 2008

Abrimos la segunda botella de vino, otro Finca Dolores de Navarro Correas, conseguido a ocho pesos con cincuenta en un supermercado chino. Sebastián y Mirco, amigos peruanos de mi amiga Tilsa, hablaban con ese acento que ya me empieza a encantar. Me explicaban decenas de expresiones que sabía no sobrevivirían la noche. ¿Y qué? ¿Vamos?, preguntó alguien. La respuesta fueron cuatro copas otra vez llenas de vino. El cielo comenzaba a nublarse pero la luna sobre el techo del edificio de enfrente lograba escapar del velo. Enchufamos la computadora al equipo de audio y pusimos Kaos, como un adelanto de la noche que ya se presentaba larga. Por primera vez en mucho tiempo, el piso de madera del comedor acompañaba con latidos suaves el sonido del bajo. Casi me había olvidado lo que era escuchar música de verdad, y no con estos parlantes mediosos y miedosos de las laptops. Vamos, ¿no? Tal vez yo lo había dicho. Pero también fui yo el que un minuto más tarde abría la tercera botella de Dolores. Va subiendo la corriente... Al fin nos quedamos sin vino y bajamos a tomarnos un taxi.

Llegamos antes de que empezaran a tocar. Saludé a mis amigos de Kaos con mucho cariño. Hacía un año que no nos veíamos. En este bar tan cheto de San Telmo no servían jarras de cerveza, sólo medidas individuales que nos llevaron a elegir otra botella de vino. Esta vez, López de 28 pesos. Kaos empezó a sonar con buenos recuerdos de mi amigo Guille. Al tercer tema Tilsa me sacó a bailar. Bailamos mucho. Pero al rato tuve que sentarme a tomar vino. Quise disfrutar un par de temas con mi vaso en la mano pero una chica insistió en sacarme a bailar. Bailé un rato con ella y me volví a sentar. La chica, otra vez muy insistente, me tiró del brazo para sacarme de la silla. Esta vez no me moví. Ni las otras cuatro o cinco veces que quiso bailar conmigo. De todas formas, ella bailó con todos los tipos del lugar.


En algún momento, gracias a todo el carisma peruano de mi amiga Tilsa, un belga le invitó otra botella de vino que terminamos tomando nosotros. Así que para el momento en que Tilsa subió al escenario, nosotros necesitábamos varios intentos antes de lograr aferrar los vasos. Tilsa estuvo increíble, mi amigo Fabri, guitarrista de la banda, me miraba como diciéndome "wow, de dónde salió esta mujer". Lleno de orgullo, le dvolvía la mirada que decía: "viste?, te dije que cantaba bien".

La banda terminó de tocar. Cuando salía del bar, la chica que había bailado con todo el mundo me interceptó en el pasillo. Así como le había pasado a la mitad de los tipos en el bar, me robó un beso. Tengo que reconocer que fue un buen beso. Pero no quise saber más del asunto, así que salí a la calle.

Llegamos a eso de las 4 a casa. Y, claro, tuve que comprarme un pancho.

Hoy mi cerebro no sirvió ni para una sopa.

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