¿Cap18?
Filmación
Regreso con mi banda, a la que se le sumaron las Chicas de Shopping. Una rubia, la otra morocha, y las dos hermosas. Por la forma en que hablan, parecen ser amigas de hace tiempo. En el hall central, filman una escena con pocos extras: un plano corto del protagonista que compra de una máquina el chocolate de la publicidad. Algunas personas pasan junto a él mientras introduce una moneda en la ranura. Es una toma de apenas cinco segundos pero hace una hora que comenzaron a filmarla, eso es doce minutos por segundo. ¿Qué pasaría si cada segundo de mi vida me tomara doce minutos? Doce minutos más tarde, me toma un segundo comprender que sería lo mismo pero más aburrido. Chicos, les toca a ustedes, dice Martín que, desde la última vez que lo vi hace unas tres horas, parece haber pasado la peor semana de su vida. Nos ubican junto a otro negocio cerrado. Los carteles originales están cubiertos con telas y papeles para ocultar que somos unos malditos sudacas. Se supone que el hall central de Retiro es algún edificio europeo repleto de personas europeas. Tiene que ser natural gente, dice el asistente del director. (contradicción de la realidad ficción) Por suerte a nosotros nos toca estar ahí parados, con nuestra gorra y nuestras guitarras, sólo una es real. En cada toma, los demás deben caminar unos cuarenta metros y regresar a sus posiciones iniciales cada vez que dicen corten. El oficinista apurado que corre todo el largo del Hall ya debe haber hecho más de dos kilómetros. Aunque no hace calor, muchos transpiran debajo de la ropa de invierno. Lo que más agota es vivir una y otra vez la misma escena de tu vida como si fueras el decorado de la vida de alguien más. A sus posiciones iniciales, gritan y esperamos más de veinte minutos sin que vuelvan a gritar acción. El director decide que cambiará la disposición de la luz. Durante la media hora que se toman para volver a ubicar todo, las sillas que había en el andén uno comienzan a aparecer detrás de columnas, negocios, paredes y en cualquier rincón donde queden fuera de cámara. Cuando vuelven a gritar a sus posiciones iniciales, faltan la mitad de los extras, incluido nuestro guitarrista principal.
A las tres de la tarde, paramos para el almuerzo. En el andén número uno, más de cien personas nos sentamos en veinte mesas que se reparten a lo largo de casi cien metros. El atardecer sigue ahí, todavía gris.
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