Monday, February 13, 2006

¿Cap 1?

Esto lo escribí hoy y podría ser el comienzo. Me parece algo débil y aburrido para las primeras páginas, pero mientras no haya otra cosa...

Me olvidaba. Yo no uso paréntesis. Lo que hay entre paréntesis es algo que tengo que tengo que cambiar.

Acabo de separarme de mi mujer. El sonido de la puerta del ascensor que se abre y se cierra como un parpadeo. Eso es todo lo que toma, después de cuatro años de relación y de tres años de convivencia, para que ya no exista el fuimos a, venimos de o cocinemos un. Enciendo un cigarrillo y me siento frente a la mesita de la cocina. Tengo ganas de llorar. Al menos creo que me haría bien llorar. (Como cuando no comiste nada en todo el día pero no tenés hambre, y sabés que comer algo te haría bien, porque son las dos de la tarde y la gente ya comió para esa hora.) La gente ya hubiese llorado en mi situación. Hace más de diez años que no lloro. Creo que la última vez fue en primaria y ni siquiera recuerdo por qué. Siento algo de humedad en los ojos. Me paso la mano pero nada. No creo que sea insensible. A veces, las películas me hacen caer algunas lágrimas. Lo raro es que son las historas más estúpidas las que me provocan eso, como cuando todos aplauden al chico que siempre maltratan en las escuelas yanquis. Ser maltratado conmueve. Ella me dejó. ¿Es mejor decir que te dejaron o que dejaste a alguien? ¿Qué es más entrador? Soy un pelotudo. Ella fue quien dijo tenemos que hablar. ¿De qué? Todavía no entiendo de qué quería hablar. ¿Fui yo quien dijo no podemos seguir así? Yo lo dije pero no sé quién lo dijo primero. No podemos seguir así. ¿No podemos seguir cómo? Tengo la impresión de que lo dije porque ya estaba harto de la discusión y es lo que se dice en casos como éste. Tal vez ella no quería separarse. No seas boludo, claro que quería separarse. Esta mañana mientras me lavaba los dientes planeaba nuestras vacaciones, pensábamos ir a córdoba en carpa. Odio dormir en carpa pero no me importaba si era con ella. ¿Cómo se siente la tristeza? Tal vez la gente llama tristeza a lo que yo llamo hambre. Apago el cigarrillo, abro la heladera y saco los fideos de la noche anterior. Tal vez yo llamo amor a lo que ellos llaman felicidad. ¿Y qué es la felicidad? Después de dos bocados tiro los fideos, el plato y los cubiertos a la basura. Algo huele a quemado. Apago la hornalla donde hace rato que la pava evaporó toda el agua. Abro la canilla y cuando trato de poner la pava en la pileta me quemo la mano. Puta. Grito, agarro la pava con fuerza y dejo que el agua fría corra por mi mano y por el metal que emite un silbido al tiempo que genera vapor.

Me despierto en la cama sin saber cuándo me fui a dormir. Tengo que ir a trabajar, pienso y miro hacia la mesa de luz pero el despertador no está. Cuando llamo al 113 me doy cuenta de que todavía ni siquiera anocheció y que mañana es domingo. Me levanto y me siento en la cama; todo a mi alrededor cambia de lugar. No es que las cosas se muevan sino que se ven desde otra perspectiva. Como si viera el mundo desde una cámara que se mueve mientras yo y todo lo demás permanecemos en el mismo lugar. Me aferro al colchón pero no se detiene. Vuelvo a acostarme, presiono la almohada contra mi cara y espero en silencio. Mierda, ¿por qué tenía que dejar su perfume en la cama? Respiro hondo varias veces, tengo que hacerlo con fuerza para que el aire atraviese capas de plumas. Tengamos almohadas de plumas, yo las pago. La sonrisa de Andrea escondida detrás de la almohada blanca todavía en vuelta en celofán. Cuando me vuelvo a levantar, todo está en su sitio. Voy al baño para mear, me lavo las manos y la cara y me seco con una toalla. Cuando regreso al cuarto caigo en la cama. Me digo que es hora de levantarse pero peso demasiado. Siento cómo el sueño me cubre: son nubes transparetes pero aún así no puedo ver más allá.

Tengo sed. Me despierto con la mejilla pegajosa y una (costra) de saliva seca que parte de mi boca. Me arrastro fuera de la cama y cuando camino hacia el baño me golpeo con el marco de la puerta: el dolor termina de despertarme. Abro la canilla, hago un cuenco con la mano y bebo todo el agua que puedo. Todavía me arde la palma, tengo una marca con forma de rectángulo que la recorre de lado a lado. Camino hasta la cocina, lleno la pava que está cubierta de manchas negras y la pongo en el fuego. No puedo creer que todavía tenga sueño. No recuerdo haber soñado. Tengo la impresión de que todo lo que hice en los sueños fue dormir. Preparo un mate y apago la hornalla. Me siento frente a la computadora: en el messenger, una decena de personas conectadas. Abro dos ventanas, mis dos mejores amigos. estás?, escribo para borrar de a uno los caracteres. Cuando me recuesto hacia atrás recuerdo lo petisa que es esta silla, que nunca te deja estar cómodo. Parecida a las que tienen en los call center, está diseñada para que imposible encontrar una posición donde poder quedarte dormido. Sobre el monitor, dos máscaras de piedra. Andrea se olvidó esta porquería, pienso mientras siento el peso de aquellas piedras verdes. Las tomo con una mano y, sin moverme de la silla, me estiro para dejarlas de nuevo sobre el monitor. Por alguna razón, cuando las suelto, se deslizan y caen. Hago un intento para atraparlas en el aire pero no puedo decidircuál rescatar: pasan junto a mi mano y golpean el piso. Al principio creo que se van a salvar porque el golpe no las rompe, pero después de deslizarse unos centímetros sobre el suelo veo cómo se resquebrajan al mismo tiempo. Me levanto para buscar la escoba y la pala (pero) no llego a la cocina. Me pongo una remera, agarro las llaves y salgo de casa.
Hace calor y la humedad cubre la calle de esa película aceitosa. El aire se pega al cuerpo como si tuviera miedo de quedarse solo. Es de noche pero el cielo cubierto de nubes refleja una luz de fotografía vieja.

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