Monday, February 13, 2006

¿Cap 12?

Mis brazos se sacuden y mis piernas patean cuando siento que caigo de un precipicio, como si uno pudiera hacer algo cuando cae de un precipicio. Me despierto todavía en el escalón, ya es de día pero el perro no está. Un viejo con bastón camina despacio por la vereda de enfrente. Se aleja todo lo que puede de la ventana del perro y avanza sobre el cordón. Perdón, grita con voz débil. Perdón, voy a pasar, dice sin fijarse en la ventana. Perdón, señor, perdón. El brazo que no sostiene el bastón se levanta. No sé si para protegerse de un posible ataque o para cubrirse la visión de aquella ventana. El hecho de que el perro esté o no es indiferente, la realidad ya no tiene ninguna importancia. El viejo sigue camino, ahora por el centro de la vereda. Vuelvo a apoyar la cabeza contra la puerta y cierro los ojos.cuando comienzan a pasar autos por la calle empedrada, trato de distinguir cada uno de los golpes de las cuatro ruedas contras las piedras. Creo descifrar un ritmo pero pronto todo se convierte en ruido. Me despierta un golpe: mi cabeza chocó contra el piso. Desde esa posición saludo a la mamá de Andrea que me mira asustada, una mano cubre su boca. Por suerte no se puso pollera pienso. ¿Qué hacés acá?, dice. Vengo a hablar con Andrea, digo mientras me incorporo. Ella le grita a su hija para que baje, sale a la calle y se asegura de cerrar la puerta y dejarme fuera de la casa.

¿Por qué a la mañana es más hermosa?. Algo injusto si se tiene en cuenta que no le gustan los mañaneros. ¿Estás bien?, pregunta. Estoy bien, digo y siento un dolor en el estómago. Algo parecido debe sentirse cuando te morís de hambre. El vacío te tira de las entrañas hacia el centro de vos mismo para exigirte como rehén. Tomemos un mate, dice. Le pido permiso para pasar al baño. Me aseo. Encuentro un cepillo azul entre cepillos rojos, rosas y violetas. Me obligo a no pensar de quén es mientras me cepillo con fuerza. En la cocina me siento a una pequeña mesa para dos personas. Ella está de pie junto a la pava. Tiene puesta la tanga roja, la que compramos en la costa. Se sienta frente en la otra silla mientras termina de tomar el primer mate. Se me pasó el agua, dice y me lo alcanza con la bombilla hacia mí. Está tan caliente que me quema la lengua. No quiero verte nunca más, digo. Necesito mis llaves. El vacío tira con todas sus fuerzas, con toda su furia. ¿Por qué?, escucho que dice. Bueno, si es mejor para vos, dice después de dejarme varios segundos en silencio. Sube las escaleras. Por la puerta de calle entra una franja de luz que me lastima los ojos. Primero escucho los pasos sobre los escalones y después veo sus lágrimas. Sin bajar del último escalón me alcanza las llaves. Sin subir del nivel del piso la beso en los labios.

Llegamos a su cuarto desnudos. El beso que me quitó el hambre por unos segundos arrancó también una parte de mí. Sobre la cama, Andrea es todas las pendejas que me crucé en los últimos meses. Cada vez que abro los ojos es una distinta. ¿Podría violar a una pendeja? No sé por qué pienso eso pero ya es algo que no puedo quitar de mí. Trato de alejar el pensamiento pero el vacío lo retiene. Por más resistencia que oponga, por más fuerza que haga, por más que cierre los ojos, estoy violando a una pendeja. Y otra vez me siento entero, como si me hubiesen devuelto un órgano vital. Acabo a los pocos minutos. Andrea llora en silencio. No sé cuánto tiempo pasa hasta que se incorpora. Andate, la concha de tu madre. Andate de mi casa. Despacio, busco mi ropa y me visto. Ella me empuja mientras me pongo los pantalones y caigo al piso. Andate. Termino de bajar las escaleras. Avanzo hacia la puerta de calle. Durante todo este tiempo me cogí a tu amigo, dice. No sabés lo bien que lo pasé con tu amiguito de toda la vida. Preguntale si no la pasamos bien. Salgo a la calle y cierro la puerta pero su voz se escucha a través de la madera. Por la vereda de enfrente, todavía sin el perro, vuelve a pasar el viejo. La mano que le cubre los ojos y el paso lento. Perdón, señor, perdón.

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