Monday, February 13, 2006

¿Cap11?


Mcdonalds

Camino por la avenida hacia el centro. Después de unas veinte cuadras entro a un Mcdonalds. El payaso que me sonríe me hace recordar una película de terror. Adentro hay más gente de la que esperaba. Casi todos adolescentes. Subo al primer piso y entro al baño. Trato de secar mi ropa: primero escurro mi remera y la pongo debajo del secamanos, después me quito las zapatillas y hago lo mismo con el pantalón y las medias. Aunque enciendo el secamanos varias veces mi ropa sigue húmeda. Engancho las medias, el pantalón y la remera de forma que llegue el aire caliente a todas las prendas y ahora puedo sentarme en un inhodoro mientras espero. Con los codos apoyados en las rodillas, me miro las manos y me doy cuenta de que me duele la derecha. ¿La mujer habrá llevado al tipo al hospital? Me pongo de pie para quitarme el calzón. Lo escurro en el inhodoro y lo cuelgo de la puerta abierta. Mi imagen desnuda en el espejo. ¿Tengo el pene chico? Me pongo de costado, de frente y del otro costado. Toda mi vida pensé que lo tenía chico. En los vestuarios y en los baños, nunca quise mirar los otros penes. Y no se puede tomar como punto de comparación las películas porno. Yo no puedo compararme. Las mujeres con las que estuve me dijeron que estaba muy bien pero supongo que no pueden decir otra cosa. Al menos, no a los hombres. Cuando vuelvo a ponerme el calzón y el resto de la ropa, entra un chico que ni siquiera me mira. Salgo del baño.

En el salón no hay nadie. Sobre algunas mesas los restos de comida se reparten en bandejas marrones. Agarro una caja de papas fritas abandonada, una gaseosa casi llena y una hamburguesa a medio terminar. Me llevo todo hacia otra mesa vacía, cerca de la pared de vidrio que me separa de la ciudad. Como sin ganas ni hambre. La lluvia es ahora una llovizna. El agua hace un recorrido de varios metros: desde la parte más alta del vidrio las gotas se unen para repetir el camino que ya se hizo antes. Muy pocas veces algunas gotas intentan cambiar su destino y cada vez regresan al flujo principal para unirse a las demás. Cuando logro terminar con la comida, aparto la bandeja y me recuesto sobre la mesa. Los brazos de almohada y la cabeza hacia la ventana y la noche. Me quedo dormido. Un sueño corto y sólo puedo recordarlo a los pocos segundos de despertar -un cuarto azul y ella sentada en- cuando me doy cuenta de que no estoy en mi cama. Afuera ya no llueve. Bajo las escaleras, paso entre las pocas personas que quedan en el lugar y salgo a la calle. Todavía no amanece pero el cielo, detrás de los edificios y de los cables que cruzan, parece iluminado. Camino diez cuadras más por calles de las que reconozco árboles, puertas, ventanas, rejas y la casa del perro que vigila todo el día y le ladra a todo lo que pasa. Me siento en un escalón frente a la casa del perro. A esta hora todavía no salió. Apoyo la cabeza contra la puerta, busco un hueco donde no tenga que hacer fuerza con el cuello y cierro los ojos.

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