¿Cap9?
Bar
Podría llamar a alguien, tocar la puerta a un vecino o buscar un cerrajero. Pero de pronto siento hambre. No es hambre sino uin vacío que no tiene otra descripción. Una falta de aire, de sangre y de sensaciones, salvo la necesidad de todo eso. Voy al café que está a dos cuadras y que abre toda la noche. Al menos puedo quedarme ahí hasta que se haga de día. Elijo la mesa junto a la ventana. Es de esos bares viejos, con un mostrador que alguna vez fue blanco, mesas de madera y asientos incómodos. Los ceniceros de lata, los servilleteros desteñidos y el azucar en un frasco grande que nunca tira la misma medida. Enciendo un cigarrillo, sólo me quedan tres. Pido un café. En el televisor, el canal del noticiero muestra un incendio en alguna parte de la ciudad. Y a los pocos segundos una mujer con tetas gigantes habla con un periodista. Me traen el café, como siempre le pongo más azúcar de la que quería. En la ventana, las primeras gotas de lluvia se separan en líneas de gotas más pequeñas. Al principio me sorprende el orden de aquellas líneas. Agua que cae para formar rectas, intersecciones y diagramas paralelos. Pero pronto todo eso se convierte en una caída constante. Enciendo otro cigarrillo y pido otro café. Esta vez lo tomo sin azúcar. Agarro el diario de la otra mesa. Sólo leo la sección de deportes. Hay una nota del club Quilmes. Un jugador, supongo que blanco, le gritó negro de mierda a otro jugador, supongo que negro, del club Santos de Brasil. Decido que voy a ser hincha de Quilmes y de Santos. Al fin voy a poder decir que soy hincha de un equipo. Soy de Quilmes y de Santos, me digo en voz alta. Pido otro café. Pido la cuenta y saco la plata de mis bolsillos. No me alcanza. Dejo el dinero que tengo sobre la mesa. Mirá, después te traigo el resto, vivo acá a dos cuadras, podría decirle. Agarro el atado con el último cigarrillo y el encendedor y salgo del bar. Doy unos pasos y cuando llego a la esquina empiezo a correr.
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