Monday, February 13, 2006

¿Cap 13?

Chicos de la calle


Camino de regreso a casa. Paso junto a los chicos que duermen en el piso del negocio cerrado. Llego al edificio, entro sin mirar al guardia, elijo el ascensor que no usé a la noche y subo a mi departamento. Abro la puerta con las llaves de Andrea. Todo se ve extraño. Igual de desordenado que siempre pero con un desorden que no parece mío, como si alguien entrara para bucar algo pero sin saber qué buscar. Claro que nada cambió de lugar, sólo se ve extraño. Tomo de la biblioteca Crimen y Castigo, la edición de tapas marrones, y lo abro. Mi dinero sigue ahí, escondido entre las páginas caladas. Guardo un billete de cincuenta en el bolsillo, agarro mi juego de llaves y tiro el de Andrea por la ventana. El golpe de tres llaves que caen desde un octavo piso debe doler. Bajo a la calle y camino hasta el negocio donde duermen los chicos, que ya están despiertos. Me miran mientras me siento sobre unos cartones todavía húmedos. Busco el atado en el bolsillo del pantalón y saco el encendedor y el cigarrillo del paquete arrugado. ¿Me da uno señor?, dice el que ya está sentado. Es el último, pero lo compartimos. ¿Tiene una moneda?, el humo que sale con cada palabra se ve demasiado grande en esa cara sucia. Ahora no. Vamos a desayunar, digo. Los invito. Me miran y pienso que tal vez sea difícil convencerlos pero dicen bueno, vamos.

Entramos a la primera confitería abierta. Sólo gente mayor ocupa la mitad de las mesas. Pido un desayuno especial para cada uno y un café para mí. Por suerte los chicos, todavía no despiertos del todo, no tratan de conversar. El mozo mira al encargado y vuelve a mirarme. Perdón señor pero. Tres desayunos especiales y un café, digo. Sí, claro, ahora lo traigo. Los chicos comen con apetito. Mojan las tostadas en los recipientes de las mermeladas, después le vierten azúcar y por último lo mojan en el café con leche. ¿Y vos cómo te llamás?, prgunta el que compartió mi cigarrillo. No importa, digo. Se llama Noimporta, dice el que parecía más tímido y comienza a reírse. Los otros dos lo siguen y todos los que hasta ahora evitaban mirarnos, giran sorprendidos hacia nosotros. Elijo una tostada, la unto de manteca, la mojo en la mermelada le vierto azúcar y la hundo en el café con leche más cercano. Para mi sorpresa, no está nada mal. Pido la cuenta. Pago y me dan el vuelto. ¿Ahora sí me da una moneda? Agarro todo el cambio en un puño y se lo doy a quien me bautizó. Salimos del bar. Chau dicen. Chau Noimporta, dice. Esperen, voy con ustedes. La realidad puede ser adictiva pienso mientras doy unos pasos apurados para alcanzarlos. Volvemos a los cartones del negocio. Nos sentamos y el que hasta ahora no sé cómo nombrar busca una bolsa blanca. La acerca a su boca como si fuera a tomar algo de ahí y aspira. Se pasan la bolsa de uno a otro hasta que me toca a mí. No gracias, voy a decir pero ya estoy aspirando ese pegamento. Esta droga no es para mí, pienso. Quedo algo mareado y me da sueño. Me recuesto y miro pasar zapatos, zapatillas y sandalias hasta que me quedo dormido. Sueño que nado en un lago enorme pero todo mi cuerpo flota sobre el agua de forma que sólo mi pecho se hunde unos pocos centímetros. Volar en el agua, cuando encuentro esta expresión me doy cuenta de que es un sueño y me despierto entre cartones. Los chicos no están; en su lugar, tres cigarrillos sueltos.

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