Monday, February 13, 2006

¿Cap8?

sale a comer, se queda afuera


Me despierto transpirado. Bajo la ducha, al principio el agua me da un escalofrío pero no tardo en acostumbrarme. Me baño rápido. La mancha de espuma que se formó en la bañera, se diluye con el paso del agua y por un segundo pienso en el destino de toda aquella mugre. Me seco con una toalla húmeda y salgo al cuarto. Entre la ropa tirada, busco un calzón limpio. Los calzones marcan el ritmo de mis semanas. Cuando se me acaban los calzones sé que es hora de juntar todo y llevarlo a la lavandería de la esquina. Por suerte tengo catorce calzones, dos semanas justas. Antes iba más seguido a la lavandería, pero la chica de aquellos ojos negros no volvió a aparecer. A los pocos días me compré varios calzones nuevos. Me siento frente a la computadora y muevo el mouse. El sol rojo se asoma por detrás del mar. Recuerdo el momento en que saqué esa foto. Pienso que debía ser feliz. Es extraño recordar un día y no recordar si se era feliz. En la pantalla dos ventanas de messenger: che, dice fiesta en lo de mariano; Hola, dice Ctrl Z. ¿Quién es Ctrl Z? No respondo ninguno de los mensajes. Tres minutos más tarde, el juego de estrategia diluye todos los pensamiento para llevárselos a una cloaca.
Tengo hambre. En la ventana, la ciudad entra a una noche oscura, donde las luces de los edificios no se repiten en ninguna estrella. Debe estar nublado. Al menos si llueve no va a hacer tanto calor, pienso y miro el reloj de la computadora. Hace seis horas que estoy jugando a esta mierda. Grito pero lo que quiso ser un rugido suena como una toz profunda. Tiro del cable de la computadora que se apaga con un sonido seco. Me vuelvo a vestir con la misma ropa de la mañana y salgo a la calle. No comí nada en todo el día pero ni siquiera tengo hambre. La necesidad de comer parece ser demasiado real para mí. Si no fuera por el aburrimiento, no me alimentaría. Comer algo siempre da la sensación de que el día avanza. Paso junto a unos chicos que duermen refugiados en la puerta de un negocio cerrado. El único que está despierto me pide una moneda. No tengo, digo mientras presiono con fuerza las monedas en mi bolsillo. Darles unas monedas no es ayudarlos, pienso. Callate pelotudo, me digo. Dormir en la calle. Algo tan cercano a la realidad debe rasparte el alma. Una lija que pasa una y otra vez sobre tus deseos, hasta que no queda nada. Entro a una pizzería y pido dos porciones de muzzarella con dos fainás y una cerveza. Me sirven en la barra, desde donde puedo ver al resto de las personas sentadas a las mesas. (describir personas)

De regreso a mi departamento, siento el efecto de la cerveza. Tengo sueño y ganas de ir al baño. Cuando llego a la puerta de mi edificio, el tipo de seguridad me observa a través del vidrio. A pesar de que me conoce, se toma varios segundos antes de abrirme. Odio a los de seguridad. Y ellos me odian a mí. Subo por el ascensor y, de tantas ganas de mear, empieza a dolerme la vejiga . Llego a la puerta de casa y busco las llaves. No están. Vuelvo a buscar. Enciendo la luz y vacío los bolsillos. Dejo caer monedas, el atado de cigarrillos, el encendedor, papeles pero ninguna llave. Vuelvo a revisar y tiro de un bolsillo del pantalón hasta que se rompe. Junto todo para guardarlo en los bolsillos que quedan sanos. La luz se apaga. Le pego al botón rojo que la enciende por un minuto más. Subo al ascensor que todavía está en mi piso. Presiono planta baja y el movimiento provoca que unas gotas de orina se desprendan de mi cuerpo. Me desabrocho el pantalón y meo contra una esquina del espejo. Esto era la felicidad, me digo pero mi reflejo no quiere mirarme.

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